Les habian vencido. Todo estaba perdido. Por desgracia, alli en Cuelgamuros, en Miranda, en las carceles y batallones de trabajadores, eran muchos los que comenzaban a pensar que para que habia servido tanto sufrimiento, tanto luchar, tanta guerra y tanta sangre, ?para que sufrian ahora? Si la guerra se hubiera ganado a buen seguro que las cosas serian de otra manera. A veces se lo imaginaba como en un cuento de hadas y se le saltaban las lagrimas. Los fascistas ganaron, si, y la mayor parte de los gerifaltes de la Republica habian podido escapar a tiempo. Como siempre. ?Quien quedaba alli? Los restos del naufragio, ellos. Si, eso eran. Los mismos que habian muerto a miles en la guerra, la gente de la calle, los pobres, la gente del pueblo. Si, era verdad, se les dio una oportunidad de luchar por algo mejor, por ser los duenos de su propio destino, pero, a la hora de la verdad, siempre existio una elite, una clase dirigente que, como siempre, se puso a salvo a tiempo llevandose unos buenos dineros. Es la historia de la humanidad, quitate tu que me ponga yo. Pero las ideas… las ideas no eran malas. Eran buenas. ?Que cono! Lo seguian siendo. Aunque el se sintiera viejo y cansado. Sin apenas fuerzas para creer aunque si para vengarse. Como los odiaba.
Algunos, los menos, seguian creyendo y venian y le contaban que los dirigentes de la Republica seguian reuniendose en el extranjero. Caraduras. Y los presos en Cuelgamuros, penando por ellos. Sentia que se le llevaba la rabia. Los dirigentes en el extranjero, con dinero, reuniendose en los cafes hablando de cosas imposibles, celebrando consejos de ministros de un gobierno sin pais que gobernar. Bla, bla, bla… eso eran. Fantoches, cantamananas y charlatanes de feria. Recordaba como iban a arengarles en el frente. Recordaba a la Pasionaria subida en un camion diciendoles que debian dar hasta la ultima gota de su sangre por la Republica. Pero eso si, el morro del vehiculo quedaba bien enfilado hacia la retaguardia. De pronto: uno, dos, tres pepinazos. La artilleria enemiga batia sus posiciones. Venia una ofensiva. A la cuarta explosion, el camion habia salido a toda prisa de alli con su escolta motorizada. Lejos del peligro. Y los pobres soldados a esconderse en las trincheras como ratas. Asi eran y asi han sido siempre los politicos. Y encima seguian peleandose entre ellos por una comision, por un termino en un manifiesto… cabrones. Aquello fue lo que les habia hundido, aquello no era una Republica ni un ejercito, era una jaula de grillos. Por eso habian perdido aun teniendo la razon. Por eso estaban presos alli.
Y mientras, la gente de a pie se pudria en los campos en Francia, en Alemania o en Espana. Carlitos creia en aquella filfa. Era un credulo de los que pensaban que las cosas podrian dar un vuelco; que la gente se alzaria en armas contra Franco.
Inocente. Estaba alli jugando a hacerse mayor, en prision pero protegido desde lejos por su familia, no como miles de presos que habian sufrido lo indecible dejados de la mano de Dios. Sentia que se le partia el alma por la muerte del crio, le caia bien, le gustaba. Le recordaba lo que el mismo fue, lo que habia sido. El chaval aun tenia la fe de los primeros dias. La que el habia perdido sabiendo que ya no habia futuro ni posibilidad de victoria. Ya no cambiarian el mundo. Veia clarisimo que lo habian matado. ?Por que iba a querer escaparse si tenia una condena tan corta? Ahora estaba en un buen destino, una oficina. Era cosa de tener un poco de paciencia. No lo entendia. Roberto Aleman le habia visto sospechar y le habia interrogado al respecto. El, como un idiota, habia dicho lo que pensaba. ?Por que lo habia hecho? Quiza porque esperaba que no diera importancia al asunto. Si, lo mas probable era que se hubiera reido de el. ?Que mas daba un preso muerto mas o menos? Habia visto morir a los hombres por docenas en Miranda de Ebro, Albatera o los Almendros… Sabia perfectamente como pensaba aquella gente, los fascistas. Un preso era un no humano, un ser vivo con los mismos derechos que las bestias. Se cuidaba mas a una buena muia que a un enemigo vencido y desarmado. Pero no. Sorprendentemente, Aleman se habia interesado por el asunto desde el primer momento y aquello le asustaba aun mas. Aquel tipo comenzaba a convertirse en una caja de sorpresas. Primero habia hado una buena defendiendo a un preso de un falangista y ahora se interesaba por la muerte de Carlitos. Parecia que iba a seguir los consejos que Tornell le habia dado para iniciar una investigacion. El encuentro que habian tenido en la casita del oficial habia sido agradable. Curioso. Un matarrojos como aquel y el, un insobornable oficial de la Republica, charlando en torno a unas copas de conac. Como dos soldados. Era la segunda vez que pasaba.
Penso que aquello no seria sino el capricho pasajero de un tipo que se aburria y que al dia siguiente se olvidaria del asunto. Pero el muy excentrico volvio a sorprenderle. Cuando Tornell pudo al fin acercarse a verle, como habian quedado, comprobo con desasosiego que no solo le esperaba, sino que habia realizado diligentemente las gestiones que el le habia sugerido. Era viernes.
– Ven, Tornell, vamos arriba -dijo a modo de saludo Aleman.
Tornell le siguio sin dejar su cartera.
– He hablado con el medico -dijo el capitan sin parar de caminar, como el que sabe adonde va-. Coincide contigo. Inicialmente no quiso decirlo, no debe meterse en lios, pero luego reconocio que habia reparado en que las heridas de las piernas eran post mortem.
El policia asintio sonriendo.
– Es un buen hombre. El medico, digo -apunto Aleman.
– Si -repuso Tornell-. Ha hecho mucho por los presos. Esto no es precisamente un hotelito.
– Lo se -dijo algo circunspecto el militar.
– La gente que trabaja en la cripta acabara mal. Ya hay casos de silicosis.
– Pero… ?no trabajan con mascaras?
– Si, pero me dicen que llevan como una esponja que se humedece y esta, se colapsa por los pequenos fragmentos de granito que flotan en el ambiente. Asi que se la tienen que quitar para respirar mejor. Me conto un capataz que lo logico seria dejar pasar un buen rato tras la pegada, para que el polvo dentro de la gruta se asentara o bien hacer la pegada justo al terminar la jornada, asi al llegar al dia siguiente a trabajar no habria problema.
– ?Y por que no lo hacen?
Tornell se paro de repente.
– Mi capitan…
– Llamame Roberto.
– … mire, Roberto…
– ?Si?
– No quisiera buscarme problemas.
– Soy una tumba Tornell, de oficial a oficial.
– Hay prisa, Roberto. Ya se sabe, el Caudillo quiere esto acabado a la mayor brevedad posible.
– Pero, esos hombres podrian pedir otro destino dentro del campo, ?no?
– Quiza, pero les interesa trabajar alli por el sueldo, muchos tienen cinco o seis hijos, sus mujeres son «esposa de rojo», parias, necesitan el dinero y por eso ellos se matan poco a poco, respirando ese polvo de granito que se incrusta en los pulmones y mata, lentamente, pero mata.
– Joder.
– Ademas reducen mas pena. Creen que asi saldran de aqui antes, pero un companero me ha dicho que en tres anos de picar en la cripta has firmado tu sentencia de muerte.
Aleman quedo en silencio durante el resto del camino. Parecia pensar.
En cuanto llegaron al lugar en que se habia hallado el cuerpo de Carlitos, Tornell echo un vistazo a la sangre seca poniendose en cuclillas.
– He hablado con los guardias civiles que hallaron el cuerpo, tal como me sugeriste -dijo Aleman.
– Vaya, se lo ha tomado usted en serio -contesto el preso.
El otro le miro sonriendo.
– Hallaron el cadaver boca arriba, como lo vimos nosotros. O sea, que la sangre seca que le cubria la cara, teniendo en cuenta que tenia una herida en la nuca, no pudo subir en contra de la gravedad. El cuerpo estuvo antes boca abajo un rato. Tenias razon.
– Subamos -repuso Tornell.
Los dos hombres llegaron dando amplias zancadas al promontorio desde el que se suponia habia caido el pobre chaval. Alli estaba el charco de sangre que marcaba el lugar donde le habian golpeado por primera vez. Las colillas que habian hecho sospechar al policia que alguien habia esperado a la victima durante un buen rato, estaban esparcidas por aqui y por alla. El viento habia sido fuerte la noche anterior.
– Busquemos -dijo Tornell.
– ?Que?
– ?Como?