desgraciado aquel y, sobre todo, el extrano comportamiento de Tornell. ?Que habia visto en el lugar de los hechos? ?Por que se habia comportado asi? Decidio esperar a que los presos acabaran su jornada y entonces se acerco a la cantina. En la puerta, Tornell leia las cartas a una legion de analfabetos que esperaban haciendo cola para recibir noticias de sus familias.
– Tengo que hablar contigo -le dijo de golpe.
– Buenas noches -contesto el, haciendole ver que no habia sido muy cortes. Tenia la extrana habilidad de hacerle quedar siempre mal.
– Si, si… Buenas noches… -apunto Aleman algo azorado.
Tornell miro la cola y se encogio de hombros como pidiendo excusas. No podia abandonar aquella tarea, parecia obvio.
– Haz tu trabajo, tranquilo. Cuando toquen a silencio te pasas por mi casa. Descuida, avisare a los guardias. ?Entendido? -Tornell asintio mirando al capitan con cierta extraneza.
De cualquier modo no podia negarse. Era una orden y en los campos de Franco no se desobedecia a los ganadores. Aleman paso entonces a la cantina y se atizo un par de copas de conac antes de cenar. Fue al comedor, comio algo con desgana y se fue a casa. Una vez en su humilde morada se sento en una pequena butaca junto a la estufa de lena que Venancio habia cargado abundantemente y, mientras su ordenanza se echaba en su jergon, se dispuso a leer un rato. Era tarde cuando llamaron a la puerta.
Tornell.
– Adelante -dijo invitandole a entrar.
– Usted dira…
– Sientate -ordeno Aleman senalando una silla de esparto en la que, hasta aquel momento, apoyaba sus pies-. ?Hace un conac?
El preso miro a su alrededor sin saber que decir, parecia tener miedo. Venancio roncaba como un bendito. Siempre habia tenido esa extrana habilidad, tipica en los seres primarios, para hacer lo que tocaba en cada caso: si luchar, luchar; si dormir, dormir y comer cuando era el momento o se podia. No se complicaba la vida, y asi le iba bien. Trabajaba mucho, con denuedo y cuidaba de Aleman como una madre.
– Me lo tomare como un si -dijo Aleman disponiendose a hacer los honores con el conac.
Tras servir las copas hizo brindar al preso.
– Por la libertad, Tornell, que te llegara.
– Si, si… -dijo el otro mirando hacia los lados con desconfianza, como si aquello fuera una trampa.
– Te preguntaras por que te he hecho venir…
– Pues la verdad, si.
Aleman hizo una pausa para encender un cigarro.
– ?Quieres?
Tornell asintio. Cualquiera diria que eran dos amigos charlando frente a dos copas de conac, fumando como si tal cosa. El preso se sintio extrano y nervioso, muy nervioso.
– Esta manana, cuando lo del finado,…
– Carlitos. ?Si?
– Te he visto comportarte de una forma un poco extrana.
– No.
– Si, Tornell. Parecias un perro olfateando aqui y alla, un sabueso.
El antiguo policia miro al interior de la copa de conac mientras hacia girar el liquido en su interior.
– No era nada, mi capitan. Tonterias.
– Tonterias de policia.
El preso sonrio asintiendo con la cabeza.
– Supongo que uno nunca deja de ser lo que es -dijo con aire pensativo.
– ?Perdon?
– Si, que un cura siempre analizara cualquier problema como un cura, un medico como tal o un policia como un sabueso, aunque hayan dejado de serlo.
– Si, eso que dices tiene sentido.
Los dos quedaron en silencio. Bebieron al unisono.
– Se agradece este conac -dijo Tornell.
– ?Que viste? Arriba, digo.
El preso volvio a ladear la cabeza.
– Que conste que usted ha preguntado.
– Si, claro. Dime.
– Lo mataron.
– ?Como?
– Carlitos Abenza fue asesinado.
– ?Que tonteria! Huyo y se descalabro.
Tornell, asintio y se levanto para irse.
– ?Ve?, se lo dije. Con su permiso…
– Espera, Tornell, sientate. Cuentame mas. Has conseguido intrigarme.
El policia sonrio y tomo asiento.
– ?Estuvo presente en el ultimo recuento? -pregunto.
– ?Eso que tiene que ver?
– Se supone que se fugo, ?no? Ademas, el rigor mortis…
– ?Si?
– Veamos, el rigor mortis se produce entre la muerte y hasta veinticuatro horas despues. Manifiesto, manifiesto… se hace sobre las seis horas. ?De acuerdo? Progresa en direccion distal, hacia las piernas y es un parametro algo subjetivo, depende de la experiencia del observador.
– Llegue a hacer dos anos de medicina, ?sabes? Bueno, la verdad es que apenas si aprobe dos asignaturas y ademas, comienzo a perderme. ?Que me estas diciendo, Tornell?
– Bien, entonces sabe usted que un observador experimentado, un forense, a veces un juez o un buen policia puede datar la hora del deceso si se llega a tiempo. La temperatura acelera el proceso…
– ?Por eso preguntaste al civil si habia helado?
– Exacto, si hubiera helado, el rigor mortis se hubiera ralentizado mucho.
– Entonces, tu sabes a que hora murio Abenza…
– Si, calculo que entre ocho y doce horas antes de que examinaramos el cuerpo. Debio faltar al ultimo recuento de la noche.
– Ya… pero… eso no demuestra que nadie lo matara.
El preso sonrio de nuevo incorporandose hacia delante en su silla. Parecia disfrutar.
– Carlitos, segun se supone, cayo de espaldas. Pero lo que tenia en el occipital, el golpe, fue realizado con un objeto romo. La piel se rasgo, si, y hubo hemorragia. Veamos: uno, no habia ninguna piedra manchada de sangre alrededor del cuerpo; dos, tenia la cara llena de sangre, el cuerpo habia estado boca abajo bastante tiempo. ?Lo encontraron los civiles boca arriba?
– No lo se.
– Pregunte. Es importante saberlo. Si estaba boca arriba cuando lo hallaron (nosotros lo vimos asi) quiere decir que el cadaver fue movido despues del deceso. Bueno, ?que carajo! Fue movido. Las heridas de la caida, las erosiones, la fractura abierta son post mortem.
– ?Como lo sabes?
– No sangraron.
– Claro, claro, que idiota. Es evidente. Entonces…
– A Carlitos le sacudieron con una piedra en la nuca, arriba, sobre las rocas. Fue alguien que le estuvo esperando, hay colillas acumuladas. Pongamos que con ese frio un cigarrillo dure tres minutos. Habia diez colillas. El asesino le espero durante mas de media hora.
– ?El asesino? Pudo fumar el, Carlitos, esperando a algo o a alguien.
– No fumaba.
– Vaya.