Al ver que le trataba de usted, Tornell comenzo a alarmarse. Dio un paso atras.

– No. ?Deberia?

– Usted me metio en la carcel.

Se quedo de piedra. «Adios al puesto», penso para si.

– No, no tema, hombre -apunto el mecanografo, conciliador-. No soy el mismo, no le guardo rencor. Ademas, soy un simple oficinista.

Tornell intento hacer memoria a toda prisa.

– Cebrian, tu eres Cebrian… -dijo senalandole con el dedo como el que hace memoria sobre algo.

– Si, senor, el mismo que viste y calza -contesto el oficinista sonriendo.

– La estafa al banco de Martorell.

– En efecto. Usted me cazo como a un raton.

– Lo siento… -Tornell intentaba farfullar una excusa pues se veia malparado.

– Don Juan Antonio, no importa. Yo me aficione a la buena vida y me lo gastaba todo en el casino y mujerzuelas, si no hubiera sido usted, habria sido otro. Prefiero poder contar que me cazo uno bueno.

– Cuatro anos y un dia.

– En efecto. Tiene usted buena memoria. Asi fue, en la Modelo. Mi mujer me dejo. Cuando estallo la guerra abrieron las carceles y me la encontre liada con uno de la CNT. Yo habia descubierto a Dios en la prision y no me agradaba el cariz que tomaban las cosas, ya sabe, la manera en que la Republica perseguia a la verdadera religion. Me pase a los nacionales y luche. Sargento.

– ?Que fue de ella? ?De su mujer?

– ?Te parece si nos tuteamos?

– Si, Cebrian, claro -repuso Tornell sin saber si hacia lo correcto.

– Lo ultimo que se es que paso a Francia, con su miliciano. No se lo reprocho, le di mala vida. Pero ahora soy otro hombre, pertenezco a la Obra de Dios.

– ?Como?

– Si, una agrupacion catolica guiada por un hombre clarividente, con una vision nueva, renovadora, Escriva de Balaguer, el Opus Dei. ?No has oido hablar de nosotros?

Tornell nego con la cabeza.

– Claro, somos pocos, pero iremos creciendo. La religion es la respuesta, Tornell. Y todo te lo debo a ti.

– ?Tu eres el responsable de mi nombramiento? -acerto a decir el nuevo cartero.

– ?No, hombre no! -dijo Cebrian entre risas-. Ni sabia que estabas aqui. ?Juan Antonio Tornell! El director te espera, pasa a verle.

Al girarse para entrar en el despacho, Tornell comprobo que aquel tipo, Aleman, estaba sentado detras de el, leyendo el Arriba pero observandole con disimulo por encima del periodico. ?Lo que le faltaba! Parecia que le siguiera a todas partes. ?Estaria volviendose loco?

Tras la conversacion con el director salio del despacho exultante. Comprobo con alivio que Aleman se habia marchado y se encamino hacia el tajo para dar por finiquitada aquella etapa de su vida en el campo. Fue entonces cuando se cruzo con Carlitos que volvia muy apresurado a la oficina tras hacer no se que recado. Sin aflojar el paso, Juan Antonio le pregunto si habia conocido ya a su paisano el Rata, y este le contesto algo que le sono enigmatico: «Ya te contare». Parecia contento, mas animado, tenia hasta buena cara y total, le quedaban cuatro dias alli. Se alegro por el chaval. Cuando se incorporo al trabajo, muy feliz, en la que debia ser su ultima jornada en Carretera, comprobo algo que le llamo la atencion: aquellos malnacidos ocultaban al pueblo que alli trabajan presos de conciencia. Fue de casualidad. Habia dos piedras enormes que reventar y justo cuando iban a hacer la «pegada» aparecio el senor Liceran acompanado por un tipo espigado y muy serio. Al parecer era un inspector de explosivos. En un momento, justo antes de una explosion, el inspector, haciendo un aparte, le pregunto:

– Ese ayudante del barrenero es bueno. ?De que empresa es?

Se referia a Bernardo, uno de Torre Pacheco. La dinamita solo la podian manejar obreros libres, pero en aquel caso, el ayudante sabia mas que el oficial, Jesus, un tipo de Consuegra. Tornell, mirando al inspector como si fuera tonto, le contesto con toda naturalidad:

– De ninguna, es un preso.

– ?Como! ?Un preso!

– Claro, todos nosotros lo somos.

– No puede ser… ?presos?

– ?No lo sabia? Excepto el oficial, los demas somos penados del ejercito republicano.

– Pues no -contesto el inspector-. No tenia noticia, la verdad.

Y poco a poco se alejo por no hablar del tema. Tornell reparo con rabia en que la Espana de Franco no sabia que el que debia ser gran monumento a la reconciliacion se estaba erigiendo sobre el sudor y las lagrimas de los de un solo bando. Miserables. La gente de la calle sabia que habia mano de obra reclusa reconstruyendo el pais pues veia los Batallones de Castigo trabajando en puentes, vias y carreteras. Pero se hacia evidente que las autoridades habian optado por ocultar que, precisamente alli, trabajaban los vencidos.

Capitulo 14. El incidente

Los dias seguian cayendo y Aleman no hacia avances. Para colmo, al fin de semana siguiente no hubo novedades con respecto a Pacita. Hubiera sido demasiado hermoso que la joven hubiera acudido a verle otra vez, aunque habria mostrado quiza demasiado interes por su parte tratandose de una joven decente, y el no sabia muy bien como actuar al respecto. No se hallaba demasiado versado en asuntos amatorios. Habia perdido la costumbre. Quiza ella esperaba un movimiento por su parte, una muestra de interes. Era lo logico. ?Debia bajar a Madrid al domingo siguiente? ?Le invitarian a comer si aparecia sin previo aviso en la casa de Enriquez? ?Que pensaria su general del asunto? Aleman se sentia ridiculo al comprobar que el, aquel tipo bragado que comia rojos en la guerra, se convertia en un mar de dudas por una cria de veinte anos. Pero no, definitivamente no podia quitarsela de la cabeza. Tan hermosa, tan inconsciente y con aquellas ganas de vivir que tanto se contagiaban… Aquella mujer hacia que sintiera algo vivo en su interior, como si no estuviera muerto en vida. Asi lo habia creido desde los primeros dias de la guerra. Roberto se habia cruzado varias veces con Tornell y este le miraba esquinado, por lo de las piedras o lo del tabaco, quien sabia. Sentia curiosidad por aquel hombre sin saber por que.

Con respecto al estraperlo ni rastro. Todo cuadraba. Era obvio que sabian para que le habian enviado alli. Don Adolfo, el director, era su principal sospechoso. Seguro que actuaba en connivencia con el capitan de la Guardia Civil, el morfinomano, y quiza alguno de los capataces de las empresas. Todos tenian necesidades y todos salian ganando. Se consolo pensando que, al menos, mientras el estuviera alli no podrian seguir con sus tejemanejes. Reparo en que lo mejor seria sugerir a Enriquez que colocara alli a un inspector de su absoluta confianza, alguien de la ICCP que pudiera asegurar el buen funcionamiento del campo como estaba haciendo el desde su llegada. El no, claro, pues comenzaba a saber lo que iba a hacer con su vida y para ello, queria salir de alli.

El falangista, Baldomero Saez, le observaba y le seguia de cerca pero con cierta discrecion. Conocia el oficio. No le llegaba ningun informe sobre el de su jefe, de Enriquez, y estaba a oscuras con respecto a aquel tipo. ?Que hacia alli? ?Cual era su funcion exacta? Cada vez le gustaba menos aquello. No iba a poder sacar nada en claro, eso parecia evidente. Solo quedaba redactar un informe y volver a comenzar con su vida. ?Estaria Pacita dispuesta a ayudarle?

En medio de aquellas indecisiones que le acosaban hizo algo raro. Aquel lugar ejercia una extrana influencia sobre el, quiza algo cambiaba lentamente en su interior. Puede que fuera el aburrimiento el que provoco que actuara asi. Tal vez solo fue cosa de su mente de loco o imbecil; pero hizo algo que, semanas antes, le hubiera parecido improbable: tuvo un duro enfrentamiento con el falangista. Y ademas, delante de todo el mundo. ?Que le estaba pasando? Era de locos. Aleman bajaba del monte y paso junto a las obras de la cripta. Estaban de pegada, asi que todos los obreros habian salido de la cueva. Una gran explosion expulso humo y polvo a espuertas desde el interior de la montana.

– ?Vamos! -dijo un capataz.

Entonces los hombres se pusieron unas mascaras que llevaban con trapos humedecidos en el interior y

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