El capitan le miro de nuevo con mala cara. Parecia a punto de estallar.

Entonces se dirigio a un sargento que tomaba notas en una mesa y ordeno:

– ?No vuelvan a llamarme para tonterias como esta!

Y salio de alli a toda prisa. Aleman suspiro de alivio. Trujillo no parecia amante de los problemas y, como todos los drogadictos, optaba por la solucion mas facil. En este caso, la huida. De inmediato ordeno al sargento que liberara al preso. Le impresiono ver a Perales, tenia un ojo morado y la cara hinchada. A pesar de que habia dado ordenes explicitas de que no se maltratara al preso era obvio que se habian divertido con el.

– ?Estas bien?

– Si, mas o menos -dijo el.

– Vamos, te acompano. Eres libre.

– ?Como?

– Lo que has oido. Estuviste trabajando durante toda la manana de autos, ?recuerdas? Hay un guardia que da fe de ello. Tu no pudiste ser el asesino.

Salieron de alli lo mas rapido que pudieron. Perales se apoyaba a duras penas en Aleman, que mando avisar a Basilio y ordeno que el preso descansara durante una semana. Se sintio satisfecho por las cosas que habia averiguado, asi que decidio pasar por el hospital a ver a Tornell. Seguro que se sentiria orgulloso de el.

Le costo trabajo poder salir de alli porque Basilio y Perales, entre parabienes, no le dejaban irse. Le juraron agradecimiento eterno. El les dijo que fueran cautos porque la investigacion referente a la fuga seguiria su curso y habian logrado ganar un tiempo valiosisimo. Cuando caminaba cuesta abajo comprobo que eran muchos los presos que le miraban con admiracion. No estaba muy seguro de que aquello pudiera convenirle.

Capitulo 25. La morfina

Cuando Roberto llego al hospital, Tornell recibia la visita del medico. Un tal Andrade, camisa vieja para mas senas, que al ver entrar al capitan Aleman se cuadro diciendo: -?Arriba Espana, camarada!

– Si, si. Buenas tardes -repuso Aleman, que parecia cansado de veras.

– Precisamente, hablaba aqui con el enfermo… -Usted dira.

– Pues eso, que manana mismo le damos el alta.

– ?Ya?

– Si, claro. Ya esta en condiciones de incorporarse a su trabajo.

– Hombre, unos dias mas de descanso no le vendrian mal. Aqui la comida es mucho mejor -insistio Aleman.

– No, no. Si yo me encuentro bien -tercio el enfermo para evitar problemas.

– Si, se encuentra perfectamente, ?verdad? -dijo el medico.

– Pero, hombre… Tornell ha sufrido un ataque brutal, no le vendria mal reponerse un poco antes de volver al campo.

– Este hombre esta perfectamente. Ya se lo he dicho.

– Debo insistir.

– Es un preso -sentencio el medico.

– Asi que, ?se trata de eso? Si Tornell fuera uno de nosotros seguro que le dejarian ustedes aqui un par de semanas.

– Necesitamos la cama.

– Si, para uno de los nuestros -dijo Aleman mirando el yugo y las flechas que lucia el medico en la pechera de su bata.

– En efecto, asi debe ser. No querra que sigamos perdiendo el tiempo con este… este rojo.

– La gente como usted me pone enfermo -repuso Aleman dando un paso al frente.

El medico parecio asustarse. No era hombre de accion y su oponente si. Quedaron mirandose a la cara, fijamente. Demasiado cerca el uno del otro. Tornell llego a temer que su nuevo amigo fuera a arrear un mamporro al doctor pero este se mantuvo en sus trece.

– Lo dicho, manana por la manana se va de aqui.

Y salio de la habitacion.

– Vaya, amigo. Lo siento mucho. A veces me averguenzo de mi propia gente -se excuso Roberto.

– No te preocupes, me encuentro perfectamente. Ademas, estoy deseando volver al campo y retomar nuestra investigacion. ?Has averiguado algo nuevo?

– Pues si, la verdad -dijo Aleman-. El caso es que venia muy orgulloso de mis avances pero este petimetre me ha puesto de mal humor.

– No dejes que nos amargue la fiesta y cuentame.

– Ha habido novedades en Cuelgamuros. Creo haber demostrado que Perales era inocente.

– ?Y eso?

– Pues, que hable con el guardian ese al que llamas el Amargao…

– ?Y?

– Muy sencillo, en el momento en que el asesino nos ataco, Perales estaba trabajando delante mismo de sus narices.

– ?Perfecto! ?Ves? No es tan dificil.

– Si, para un policia como tu quiza no. Pero fijate, una tonteria como esa… y al principio ni se me habia ocurrido.

– Claro, el trabajo policial lleva sus pautas, aunque supongo que despues de muchos anos de oficio sigue uno los pasos correctos de forma automatica.

– Lo primero es comprobar las coartadas de los implicados. ?Que razon tienes! ?Ves? Ya hablo como si fuera un policia. -Y dicho esto Aleman estallo en una ruidosa carcajada.

– ?Y has averiguado algo mas si puede saberse, colega? -contesto Tornell con cierto retintin.

– Pues si -repuso con una amplia sonrisa de satisfaccion en los labios-. Al demostrar que Perales era inocente he logrado evitar que cantara con respecto a que Basilio se habia ido de la lengua en el asunto de los anarquistas. Es un buen tipo, me ha contado su historia.

– ?Lo de Mauthausen?

– Si, espeluznante.

– Tuvo suerte, mucha suerte.

– Dice que le toco la loteria y no podria contradecirlo.

Al menos de momento he ganado tiempo, aunque hay algo que si me gustaria saber…

– ?Si?

– No termino de ver claro por que el asunto enfrento a los anarquistas y a los comunistas. En principio, a Higinio no deberia haberle importado que los dos anarquistas que iban a ser procesados supieran de su futuro destino, para poder escapar a tiempo. A no ser que…

– Que a los comunistas no les conviniera el asunto de la fuga -dijo Tornell.

– ?Exacto! -exclamo el.

– ?Y por que?

– Pues solo se me ocurre una cosa, ellos tambien preparaban una fuga.

– Tiene sentido eso que dices -dijo Tornell suspirando de alivio.

En ese momento comprendio que debia ser cauto. Era consciente de que se encontraba en el lugar adecuado y en el momento preciso. Debia andarse con tiento. Al menos podria dirigir la investigacion hacia direcciones menos peligrosas en caso de que esta tomara un rumbo que pudiera perjudicarle.

– Si, creo que lo mas probable es que prepararan una fuga. Por cierto, han cesado al director -dijo Roberto.

Tornell sonrio.

– Estaras contento, ?no? -anadio Aleman.

– Pues la verdad, si. Pero sobre todo me alegro por perder de vista a su mujer, era una arpia. Ella era la responsable de que los presos nos vieramos obligados a llevar esos asquerosos botoncitos de colores mostrando

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