que pena cumplia cada uno, ya sabes, si pena de muerte, cadena perpetua… me consta que es un mezquino, pero su mujer le hacia ser mucho peor. Aunque ahora habra que esperar a ver que viene, me temo que como siempre el refranero tendra razon: «Otro vendra que bueno me hara».

Aleman asintio dandole la razon.

El coche se acercaba al campo, entre pinos, y Tornell miraba por la ventanilla pensando que a veces las personas cambian -pocas- y Aleman parecia una de ellas. Habia cambiado la percepcion que tenia de el, nada tenia que ver la imagen que habia percibido en el dia en que lo conocio, un chulo, un prepotente, y la que le habian deparado las ultimas jornadas. Tenia que reconocer que o bien Aleman habia evolucionado o el era otra persona y lo veia con buenos ojos. Quiza un poco de cada. Habia permanecido junto a su cama en aquellos dias de convalecencia en el hospital y le constaba por las monjas y enfermeras que habia cuidado de que no le faltara de nada. Recordaba que al despertar, por un momento, tuvo la sensacion, entre suenos, de que el capitan lloraba, pero no estaba seguro de aquello ni de nada. En cualquier caso no parecia la misma persona. Era un companero solicito, un amigo que ayudaba a un convaleciente con tanto carino que se le antojaba imposible que pudiera ser la misma persona que mataba rojos como si no costara. Nada mas llegar al campo, Tornell se encamino hacia su barracon donde pudo descansar un rato. Aun estaba mareado. Al momento, Aleman volvio a verle. Iba con el senor Liceran que, al parecer, se habia encargado de hacer que todos los presos escribieran de su puno y letra el texto de la fatidica nota que delataba a Perales. No hubo suerte. No habia caligrafia de preso alguno en Cuelgamuros que coincidiera con la de la nota. Eso abria una nueva posibilidad: que el asesino no fuera un penado, cosa que por otra parte, parecia lo mas probable a ojos de Tornell. Liceran llevaba tambien un plato de sopa caliente preparado por su mujer para el convaleciente que tras ponerse al dia pudo dormir otro rato. A la hora de comer subieron a verle algunos de los companeros, brevemente, pues la pausa en el tajo era muy corta. Se alegro mucho de ver a Berruezo, su sargento en la guerra y su amigo. El hombre que consiguio que le trasladaran a Cuelgamuros librandole de una muerte segura y deparandole una ocasion unica para cambiar las cosas. Una vez mas lloraron al verse y se abrazaron como si no se hubieran visto en anos. Tornell percibio como Aleman, discretamente, se hacia a un lado y se sonaba como si estuviera constipado. Mientras tanto, Berruezo le puso brevemente al dia de todo lo que se decia por el campo. El ambiente parecia tenso. Alguien estaba matando presos, un tipo que habia cometido el error de atacar a un capitan del ejercito y aquello iba a provocar que los perros guardianes tiraran de la manta. Ni que decir tenia que eso no era bueno para nadie alli. Roberto le habia contado lo de las ampollas de morfina durante el trayecto en coche, aspecto que daba un impresionante giro a la investigacion. Aquello ya no era un simple asunto de presos. Cuando, al fin, pudieron hablar, Tornell le pregunto al capitan Aleman:

– ?Y como no me lo contaste anoche? Lo de las ampollas, digo.

– Queria darte una buena sorpresa de bienvenida -contesto Roberto sonriente.

Entre los dos volvieron a inspeccionar el contenido de las pertenencias de Higinio. Nada que resaltar salvo las ampollas, claro. Eran del Ejercito de Tierra.

– Me parece mucha casualidad que el capitan al mando del destacamento de la Guardia Civil sea morfinomano y que un simple preso poseyera un tesoro como este -dijo Aleman mirando las ampollas al trasluz-. ?Que opinas?

– Pues opino que no creo en casualidades, amigo -dijo Tornell.

Gregorio Cortes paso la guerra sirviendo como cabo sanitario, sin mas implicacion politica que la de salvar vidas. Cuando el conflicto acabo se vio, como tantos, en un campo de concentracion donde penso que se moria.

No fue asi. Tuvo suerte. Despues de un ano de cautiverio en diversas prisiones tuvo la fortuna de caer en gracia a un sargento de la Guardia Civil al que curo un unero que le llevaba a maltraer. Aquel fue el factor detonante que mejoro su existencia pues cuando el agente fue trasladado a Canarias lo recomendo para ser destinado a las obras del Valle de los Caidos donde trabajaba con denuedo, echando demasiadas horas pero con la satisfaccion de saber que salvaba muchas vidas, como hacia tambien el medico, don Angel. Alli, igual le tocaba ayudar en una operacion que aguantar media madrugada a la intemperie porque tenia que poner unas inyecciones y la distancia entre los asentamientos era enorme. Se encargaba del almacenaje de las medicinas y el material fungible en la enfermeria, por lo que no le sorprendio que el capitan Aleman y Tornell le preguntaran por unas ampollas de morfina. Alli se sabia todo. A aquellas alturas todo el mundo rumoreaba que un tal Abenza habia sido liquidado y que Higinio, el hombre al mando del PCE, habia sido degollado en su mismo catre. Aleman y Tornell traian dos ampollas de morfina. Se las mostraron.

– ?Son tuyas? -pregunto el militar.

– No, hombre -repuso Cortes-. Aqui guardamos ese tipo de material bajo llave.

– ?Donde? -insistio Tornell.

– En ese armario para productos quimicos -contesto el sin ponerse nervioso.

– Abrelo, por favor -ordeno el capitan no dejando lugar a duda alguna.

– Le advierto que esta todo.

– Haz lo que te digo, es una comprobacion de rutina -insistio el.

Cortes saco las llaves de su batin e hizo lo que se le decia. Ademas, le seducia la idea de dar una leccion a aquel estirado que, aunque habia ayudado a algunos presos en el campo, no dejaba de ser un fascista. Hizo girar la llave, aparto un par de frascos y tomo la caja de la morfina. La abrio y se quedo mudo.

– Faltan ampollas, ?verdad? -dijo Tornell.

– Si, faltan cuatro -repuso Cortes muy apurado.

Los dos recien llegados se miraron.

– ?Hay alguna forma de saber quien se las llevo? -pregunto el capitan.

– Pues la verdad… no creo -contesto el enfermero-. Que yo sepa, este armario ha estado siempre cerrado con llave.

– ?Ha entrado aqui algun preso mientras tu no estabas?

– No, seguro, el consultorio permanece siempre cerrado con llave. Lo abro yo cuando empiezo el turno.

– Ya -insistio el antiguo policia-. ?Y en algun momento recuerdas haber salido de aqui dejando a algun preso en la camilla? No se, ?alguna urgencia?

Cortes hizo memoria.

– Pues asi de primeras… no se… quiza… hay muchos accidentes aqui. Una vez estaba atendiendo a un preso… una astilla en la nalga… me llamaron del destacamento por un guardia civil que se habia trastornado… y el preso quedo ahi boca abajo, sobre la camilla. Volvi en apenas diez minutos.

– ?Estaba solo? Me refiero al preso.

– En el consultorio si, pero a la puerta habia alguno esperando. Ya sabe, inyecciones, curas…

– Los nombres -ordeno el capitan.

Hizo memoria de nuevo.

– Pues el de la astilla era uno que llaman el Julian.

– ?Y los de fuera?

– Buff, no sabria decirle. Quiza… me parece que uno de ellos era un tal Dimas, de Plasencia, fue maestro y trabaja en la cripta.

Tornell volvio a tomar la palabra.

– Si, lo conozco, «el Risas». Cuando volviste, ?estaba el armario cerrado? ?Pudo alguien abrirlo?

– Si, la puerta estaba cerrada. Si alguien lo hubiera abierto me habria dado cuenta. No creo que haya tiempo material para hacer tal cosa, abrirlo, tomar las ampollas y cerrar como si nada en diez minutos. A no ser que…

– Que se sea cerrajero, Tornell -dijo el capitan-. Hay que mirar en las fichas de los presos. Alguno que haya trabajado como cerrajero.

– O con antecedentes por robo, con capacidad para abrir cerraduras y cajas fuertes -repuso Juan Antonio.

Salieron de alli a toda prisa dando las gracias al enfermero, que suspiro de alivio.

Despues de salir de la enfermeria se dirigieron hacia la oficina para comenzar a ojear las fichas de todos los penados. Buscaban cerrajeros o delincuentes especializados en robos, en asaltos a viviendas y cajas fuertes. Aleman ordeno que les llevaran algo de cena y mucho, mucho cafe. Entonces, dijo a Tornell:

– Conoces a uno de los tipos que esperaban fuera cuando el enfermero sospecha que pudieron robarle las

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