George estaba confuso. La tristeza instantanea que le produjo la noticia -como si, en cierto modo, hubiera perdido a un tercer padre- no se consideraba permisible: NO HABRA LUTO. Sir Arthur habia muerto feliz; su familia -con una excepcion- contenia la pena. Las persianas no estaban bajadas; no habia afliccion. ?Quien era el, entonces, para proclamarse huerfano? Dudo de si expresar este dilema a Maud, que tendria la mente mas clara sobre estas cuestiones; pero penso que podria parecerle egoista. Quiza la modestia del difunto imponia un recato parecido en el luto de quienes le habian conocido.
Sir Arthur tenia setenta y un anos. Las notas necrologicas fueron enjundiosas y afectivas. George siguio las noticias toda la semana, y descubrio con un ligero fastidio que el
El cunado de sir Arthur, el reverendo Cyril Angell, que habia enterrado a la primera lady Conan Doyle y casado a la segunda, oficio la ceremonia en la rosaleda de Windlesham. Le asistio el reverendo C. Drayton Thomas. Hubo poco luto en la reunion; Jean llevaba un vestido estampado de verano. Sir Arthur fue depositado cerca del cobertizo que durante tanto tiempo le habia servido de estudio. Llegaron telegramas de todas partes del mundo, y hubo que fletar un tren para transportar todas las flores. Una vez extendidas sobre el espacio funerario, fue, segun un testigo, como si un estrafalario jardin holandes hubiese crecido hasta la altura de un hombre. Jean habia encargado una cabecera de roble britanico en la que habian inscrito la leyenda HOJA RECTA, ACERO AUTENTICO. Deportista y caballero hasta el final.
George estimo que todo se habia hecho como es debido, aunque de una forma poco convencional; habian honrado a su bienhechor como este habria querido. Pero el
Esta despedida publica se celebraria en el Albert Hall a las siete de la tarde del domingo 13 de julio de 1930. La sesion seria organizada por Frank Hawken, secretario de la Asociacion Espiritista de Marylebone. La senora Conan Doyle, que acudiria con otros familiares, dijo que lo consideraba la ultima manifestacion publica a la que asistiria con su marido. En el escenario se colocaria una silla vacia para simbolizar la presencia de sir Arthur, y ella se sentaria a la izquierda: la posicion que, incansable, habia ocupado durante los dos ultimos decenios.
Esto no era todo. La senora Conan Doyle habia pedido que durante el acto hubiese una demostracion de clarividencia. La efectuaria la senora Estelle Roberts, que siempre habia sido la medium predilecta de sir Arthur. Hawken habia concedido una entrevista al
Maud observo que su hermano habia terminado el articulo.
– Tendras que ir -dijo.
– ?Tu crees?
– Desde luego. Dijo que eras su amigo. Tienes que despedirte, aunque las circunstancias sean insolitas. Mas vale que vayas a comprar una entrada a la Asociacion de Marylebone. Esta tarde o manana…, si no, estaras inquieto.
Era extrano, pero agradable, lo resolutoria que podia ser Maud. Estuviese o no ante su escritorio, George acostumbraba desgranar un argumento tras otro hasta tomar una decision. Maud se negaba a perder tanto tiempo; veia mas claro -o al menos mas rapido- y el le cedia las decisiones domesticas del mismo modo que le entregaba el dinero que le sobraba de la ropa y gastos de oficina. Ella se ocupaba de la subsistencia, ingresaba una determinada cantidad todos los meses en una cuenta de ahorro y daba el resto a obras de caridad.
– ?No crees que padre desaprobaria… estas cosas?
– Padre murio hace doce anos -contesto Maud-. Y me agrada pensar que quienes estan en presencia de Dios se sienten algo cambiados de como eran en la tierra.
Todavia le sorprendia que Maud fuese tan directa; su respuesta rayaba en la critica. George opto por no discutirla, sino meditarla mas tarde en privado. Reanudo la lectura del periodico. Su conocimiento del espiritismo se basaba sobre todo en unas docenas de paginas escritas por sir Arthur, y no les habia dedicado su maxima atencion. La idea de que habia seis mil personas a la espera de que su lider perdido les hablase a traves de una medium le parecia alarmante.
Sentia aversion por los grandes gentios concentrados en un lugar. Pensaba en las muchedumbres de Cannock y Stafford, en los rudos camorristas que asediaron la vicaria despues de su detencion. Recordaba a los hombres que blandian palos y aporreaban con violencia la puerta del coche; recordaba la aglomeracion en Lewes y Portland y que ello agudizaba el placer de estar incomunicado en una celda. En determinadas circunstancias podia asistir a una conferencia o a una reunion multitudinaria de abogados, pero por regla general consideraba que la tendencia de los seres humanos a agolparse en un lugar era el principio de la sinrazon. Cierto era que vivia en Londres, una ciudad muy populosa, pero donde podia controlar en gran medida el contacto con sus conciudadanos. Preferia que acudiesen a su bufete de uno en uno; se sentia protegido por el escritorio y por su conocimiento de las leyes. Estaba a salvo alli, en el 79 de Borough High Street: el despacho abajo y arriba las habitaciones que compartia con Maud.
Lo de vivir juntos habia sido una excelente idea, aunque ya no recordaba quien de los dos lo habia propuesto. Cuando sir Arthur le estaba ayudando a rehabilitarse, la madre de George pasaba parte del tiempo con el en la pension de la senorita Goode en Mecklenburgh Square. Pero se hizo evidente que ella debia regresar a Wyrley, y habia parecido logica la idea de intercambiar las mujeres de la familia. Maud, para sorpresa de sus padres, pero mucho menos de George, demostro su inmensa capacidad. Le organizaba la casa, cocinaba, hacia de secretaria cuando no estaba la de el y escuchaba sus anecdotas de la jornada de trabajo con tanto entusiasmo como si estuviera en el aula de su vieja escuela. Se habia vuelto mas extrovertida y dogmatica desde el traslado a Londres; tambien habia aprendido como chinchar a George, cosa que a el le causaba un extrano placer.
– Pero ?que me pondre?
La rapidez con que ella contesto significaba que debia de haber previsto la pregunta.
– Tu traje azul de calle. No es un entierro, y de todos modos no creen en el luto. Pero es importante mostrar respeto.
– Es un gran auditorio, por lo visto. Dudo que consiga una entrada cerca del escenario.
Formaba parte ya de su convivencia el que George pusiera objeciones a proyectos que ya estaban decididos. Y, a cambio, Maud le consentia aquellas evasivas. Ahora ella desaparecio y el oyo el ruido de objetos desplazados en el desvan, encima de su cabeza. Unos minutos mas tarde, ella le puso delante algo que a George le produjo de pronto un escalofrio: los prismaticos, en su estuche polvoriento. Maud cogio un trapo y lo desempolvo: el cuero, largo tiempo sin lustrar, despidio un brillo mate de humedad.
Al instante, los dos hermanos vuelven a estar en los Gardens del castillo de Aberystwyth, el ultimo dia plenamente feliz de la vida de George. Un transeunte senala el monte Snowdon; pero lo unico que ve George es el placer en la cara de su hermana. Ella se vuelve y le promete comprarle unos prismaticos. Dos semanas despues comenzo la pesadilla y, mas adelante, cuando ya era un hombre libre y se mudaron a Borough High Street, la primera Navidad que pasaron juntos Maud le compro aquel