regalo que a el le hizo llorar a hurtadillas.

Se lo habia agradecido, aunque le desconcerto un poco, puesto que ya estaban muy lejos de Snowdon y dudaba que alguna vez regresaran a Aberystwyth. Maud habia previsto su reaccion y le aconsejo que empezara a observar aves. Como todas las sugerencias de Maud, George la juzgo de inmediato una actividad muy sensata, y varias tardes de domingo se fue a los pantanos y bosques que circundaban Londres. Ella penso que el necesitaba una aficion; el penso que ella necesitaba tenerle fuera de casa de vez en cuando. Se entrego de lleno unos cuantos meses a la observacion de pajaros, pero en verdad le costaba seguirlos en vuelo, y cuando estaban posados parecian complacerse en camuflarse. Por anadidura, muchos de los observatorios considerados mejores le parecieron frios y humedos. Si habias pasado tres anos en la carcel, no querias volver jamas a esos sitios, hasta que te metiesen en el ataud y te bajaran al lugar mas frio y humedo de todos. Tal era la meditada opinion de George sobre aquel pasatiempo.

– Me diste tanta pena aquel dia…

George alzo la mirada, y la imagen de una mujer de mediana edad y pelo canoso detras de una tetera suplanto en su cabeza a la de una chica de veintiun anos junto a las ruinas decepcionantes de un castillo gales. Ella detecto un poco mas de polvo en el estuche de los prismaticos y froto con el trapo. George miro a su hermana. A veces no sabia muy bien quien era el que cuidaba del otro.

– Fue un dia feliz -dijo el, con firmeza, aferrado al recuerdo que a fuerza de repetirlo habia transformado en una certeza-. El hotel Belle Vue. El tranvia. El pollo asado. No haber ido a recoger guijarros. El viaje en tren. Fue un dia feliz.

– Yo estuve fingiendo casi todo el tiempo.

George no estaba seguro de que quisiera ver turbados sus recuerdos.

– Yo nunca supe cuanto sabias tu -dijo.

– George, yo no era una nina.

Quiza lo fuera cuando todo empezo, pero no para entonces. ?Tenia algo mas que hacer que averiguarlo? No se puede ocultar cosas a una chica de veintiun anos que apenas sale de casa. Lo unico que haces es guardarte cosas, enganarte a ti mismo y confiar en que ella se lo crea.

George penso en la imagen antigua de la Maud que conocia ahora y comprendio que debio de haber habido en aquella chica mucho mas de la mujer actual de lo que entonces se percataba el. Pero no queria analizar estas complejidades. Hacia mucho que tenia rumiado lo que habia pasado; conocia su propia historia. Quiza estuviese dispuesto a aceptar una correccion general similar a la que acababan de hacerle; pero lo ultimo que queria era conocer detalles nuevos.

Maud lo intuyo. Y si, en aquel entonces, el le habia ocultado cosas a ella, ella tambien se las habia ocultado a el. Nunca le hablaria de la manana en que padre la habia llamado a su estudio y le habia anunciado que temia mucho por la estabilidad mental de su hermano. Dijo que George habia estado sometido a una gran tension y que se negaba a tomar siquiera unos dias de vacaciones; el padre, por tanto, propondria en la comida que George y Maud hicieran un viaje a Aberystwyth y, de grado o por fuerza, ella tenia que colaborar e insistir en que hicieran aquel viaje a toda costa. Y fue lo que ocurrio. George se habia opuesto, educada pero tozudamente, a la propuesta de su padre y acabo cediendo a las suplicas de su hermana.

Habia sido una pequena intriga totalmente impropia de la vicaria. Pero lo que mas habia sobresaltado a Maud era la valoracion que hacia el padre del estado de George. Para ella siempre habia sido el hermano fiable y aplicado, mientras que Horace era el frivolo, el que vivia la vida a su antojo y carecia de entereza. Y como luego se vio, ella tenia razon y el padre se equivocaba. En efecto, ?como habria sobrevivido George a sus infortunios si no hubiera poseido una fortaleza mental mayor de la que le atribuia el padre? Pero Maud se guardaba para ella estos pensamientos.

– Habia una cosa en la que sir Arthur estaba profundamente equivocado -declaro George, de improviso-. Se oponia al voto de las mujeres.

Como siempre habia sido partidario del sufragio femenino durante la epoca en que habia sido tema de debate, esta opinion no sorprendio a Maud. Lo que resultaba inexplicable era el tono desabrido de George. Avergonzado, habia apartado la vista de su hermana. La estela del recuerdo, y todo su cortejo, habia desatado la mas tierna de las emociones hacia Maud, y comprendio que aquellos sentimientos habian sido, y seguirian siendo, los mas intensos de su vida. Pero no le resultaba facil expresarlos ni era muy diestro en hacerlo, y hasta la confesion mas indirecta le turbaba. Asi que se levanto, doblo el Herald, aunque no era necesario, se lo devolvio a Maud y bajo a su despacho.

Tenia trabajo pendiente, pero al sentarse ante el escritorio empezo a pensar en sir Arthur. Desde su ultimo encuentro habian transcurrido veintitres anos; aun asi, el vinculo entre ellos, en cierto modo, nunca se habia roto. Habia seguido los escritos y actos de sir Arthur, sus viajes y campanas, sus intervenciones en la vida publica del pais. George muchas veces coincidia con sus declaraciones, por ejemplo, sobre la reforma del divorcio, la amenaza de Alemania, la necesidad de un tunel en la Mancha, la necesidad moral de devolver Gibraltar a Espana. Se permitia, no obstante, albergar francas dudas sobre una de las aportaciones menos conocidas de sir Arthur a la reforma de las carceles: la propuesta de que todos los reincidentes empedernidos de las prisiones de Su Majestad fuesen trasladados a la isla escocesa de Tiree. George habia recortado articulos de prensa, seguido las hazanas continuadas de Sherlock Holmes en el Strand Magazine y sacado prestados de la biblioteca los ultimos libros de sir Arthur. En dos ocasiones habia llevado a Maud al cine para ver la notable encarnacion del detective que hacia Eille Norwood.

Recordaba que, el ano antes de instalarse en Borough High Street, compro el Daily Mail para leer la cronica especial de sir Arthur sobre el maraton de los Juegos Olimpicos celebrados en Londres. Aunque a George no le interesaban nada las proezas atleticas, fue recompensado con una vision adicional -como si le hiciera falta alguna mas- del caracter de su bienhechor. El relato de sir Arthur era tan vivido que George lo leyo y releyo una y otra vez hasta que pudo verlo mentalmente como si fuera un noticiario cinematografico. El vasto estadio; la multitud expectante; una pequena figura entra en cabeza; es un italiano al borde del colapso; cae, se levanta, vuelve a caer, vuelve a levantarse, se tambalea; entonces entra un norteamericano en el estadio y empieza a darle alcance; el corajudo italiano esta a veinte metros de la meta; el publico esta hipnotizado; vuelve a caer; le ayudan a levantarse; brazos solicitos le impulsan hasta cruzar la cinta antes de que su rival le alcance. Pero el italiano, por supuesto, ha infringido las reglas al aceptar ayuda y declaran ganador al americano.

Cualquier otro escritor lo habria dejado ahi, complacido por tan hermosa evocacion del drama del momento. Pero sir Arthur no era un escritor cualquiera, y la valentia del italiano le habia conmovido tanto que organizo una colecta para el. Se recaudaron 300 libras que le permitieron abrir una panaderia en su pueblo natal, cosa que no le habria sufragado una medalla de oro. Era algo tipico de sir Arthur: generoso y practico a partes iguales.

Despues de su triunfo en el caso Edalji, sir Arthur se habia embarcado en otras protestas judiciales. A George le abochornaba un poco admitir que en sus sentimientos hacia victimas posteriores habia una envidia que en ocasiones rayaba con la censura. Estaba Oscar Slater, por ejemplo, cuyo caso ocupo muchos anos de la vida de sir Arthur. Era verdad que el hombre habia sido acusado de asesinato injustamente y que estuvo a punto de ser ejecutado, y que la intervencion de sir Arthur le habia librado del patibulo y a la larga habia conseguido liberarle de la carcel, pero Slater era un sujeto de mala calana, un delincuente profesional que nunca habia mostrado un apice de gratitud hacia quienes le habian ayudado.

Sir Arthur tambien habia seguido jugando a los detectives. Solo tres o cuatro anos antes habia surgido el curioso caso de la escritora desaparecida. Christie, se llamaba. Era, al parecer, una estrella en alza de las novelas policiacas, si bien George no sentia el menor interes por tales estrellas, siempre que Holmes continuara recopilando sus casos. La senora Christie habia desaparecido de su casa de Berkshire y su coche fue encontrado a unos ocho kilometros de Guildford. Como los agentes no habian encontrado el rastro de la novelista, el jefe de la policia de Surrey habia llamado a sir Arthur, que a la sazon era lugarteniente del condado. Lo que ocurrio a continuacion asombro a mucha gente. ?Entrevisto sir Arthur a testigos, exploro el suelo en busca de huellas o interrogo a los policias, como habia hecho en el famoso caso Edalji? Nada de eso. Se habia puesto en contacto con el marido de Christie, le habia pedido prestado un guante de la desaparecida y lo llevo a una vidente que se lo apreto contra la frente en un intento de dar con el paradero de Christie. Bueno, una

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