amistoso, como si la ocasion, aun siendo seria, fuese tambien informal. Se pregunta si sera el unico asistente que no es espiritista. Una familia de cuatro miembros ocupa las demas plazas del palco; George se ofrece a desplazar su asiento a la fila de atras, pero ellos insisten en no aceptar el gesto. Le parecen londinenses normales: una pareja con dos hijos casi adultos. La mujer, desinhibida, se sienta al lado de George: el calcula que se acerca a los cuarenta, lleva un vestido azul, tiene una cara ancha y limpia y una melena de color caoba.
– Aqui arriba ya estamos a mitad de camino del cielo, ?no? -dice ella, agradable. George asiente, cortes-. ?De donde es usted?
Por una vez, el decide responder con exactitud.
– De Great Wyrley -dice-. Esta cerca de Cannock, en Staffordshire.
El casi espera que ella le diga, como Greenway y Stentson: «No, ?de donde es realmente?». Pero ella se limita a aguardar, quiza a que el mencione la asociacion espiritista a la que pertenece. George esta tentado de decir: «Sir Arthur era amigo mio», y anadir: «De hecho, me invito a su boda», y despues, si ella lo pone en duda, a demostrarselo con su ejemplar de
Cuando la sala esta llena, las luces se atenuan y el grupo oficial sale al escenario. George no sabe si tienen que levantarse y quiza hasta aplaudir; esta tan acostumbrado a los rituales de la iglesia, a saber cuando levantarse, arrodillarse, sentarse, que esta desorientado. Si el lugar fuera un teatro y tocaran el himno nacional, el problema estaria resuelto. Piensa que todos deberian levantarse, en homenaje a sir Arthur y por deferencia hacia su viuda; pero no hay instrucciones y todos se quedan sentados. Lady Conan Doyle viste de gris en vez del negro luctuoso; sus dos hijos, Denis y Adrian, altos, llevan traje de etiqueta y sombrero de copa; les sigue su hermana Jean y su hermanastra Mary, la hija superviviente del primer matrimonio de sir Arthur. Lady Conan Doyle toma asiento a la izquierda de la silla vacia. Uno de los hijos se sienta a su lado y el otro en el otro extremo del letrero; los dos jovenes, algo cohibidos, depositan los sombreros de copa en el suelo. George no les ve con claridad la cara y quiere utilizar los prismaticos, pero duda que sus vecinos lo consideren pertinente. Consulta, en cambio, el reloj. Son las siete en punto. La puntualidad le impresiona; en cierto modo esperaba que los espiritistas fueran menos estrictos en los horarios.
George Craze, de la Asociacion Espiritista de Marylebone, se presenta como el presidente de la reunion. Empieza leyendo una declaracion en nombre de lady Conan Doyle:
En todas las reuniones en todas partes del mundo, me he sentado al lado de mi amado marido, y en esta gran cita a la que la gente ha venido a honrarle, con respeto y amor en su corazon, su asiento esta a mi lado y se que en presencia espiritual estara cerca de mi. Aunque nuestros ojos terrenales no vean mas alla de las vibraciones terrenales, quienes poseen esa vista adicional, el don de Dios que llamamos clarividencia, veran a la querida figura entre nosotros.
En nombre de mis hijos, del mio propio y del de mi marido, quiero agradecerles con todo mi corazon el amor a el que esta noche les ha congregado aqui.
Un murmullo recorre la sala; George no sabe si indica compasion por la viuda o desilusion porque sir Arthur no haya comparecido por milagro en el escenario. Craze confirma que, al contrario de las especulaciones mas disparatadas de la prensa, no hay que esperar una representacion fisica de sir Arthur manifestandose por arte de magia. A los que no estan familiarizados con las verdades del espiritismo, y en especial a los periodistas, les explica que cuando alguien ha realizado el transito, suele haber un periodo de confusion del espiritu, que quiza no pueda manifestarse de inmediato. Sin embargo, sir Arthur estaba totalmente preparado para el transito, que afronto con una tranquilidad risuena, y dejo a su familia como quien emprende un largo viaje, pero confiado en que todos volverian a reunirse pronto. En tales condiciones cabe esperar que el espiritu encuentre su lugar y sus facultades mas rapido de lo normal.
George recuerda algo que Adrian, el hijo de sir Arthur, dijo al
Leen en voz alta un telegrama de sir Oliver Lodge. «Con su gran corazon, nuestro paladin estara siguiendo su campana en el otro lado, con mayor sabiduria y conocimiento.
Ripley canta el solo de Liddle
Acto seguido todos se levantan para cantar el himno favorito del movimiento:
Cuando el himno termina y todos vuelven a sentarse, George hace un pequeno, indeterminado gesto de saludo a su vecina: aunque modesto, es algo que nunca haria en la iglesia. Ella le responde con una sonrisa que le ilumina toda la superficie de la cara. No hay nada atrevido en la sonrisa ni una intencion misionera. Tampoco una suficiencia evidente. La sonrisa solo dice: «Si, esto es verdad, es bueno, es alegre».
A George le impresiona, pero tambien le escandaliza un poco: recela de la alegria. En su vida ha conocido poca. En su infancia habia algo llamado placer, que solia ir acompanado de las palabras culpable, furtivo o ilicito. Los unicos placeres tolerados eran los modificados por la palabra «simples». En cuanto a la alegria, era algo asociado con angeles que tocan trompetas, y su autentica sede era el cielo, no la tierra. Que se expanda la alegria; era lo que la gente decia, ?no? Pero segun la experiencia de George, la alegria siempre habia estado fuertemente restringida. En cuanto al placer, ha conocido el de cumplir su deber: con la familia, los clientes y algunas veces con Dios. Pero nunca ha hecho la mayoria de las cosas que sus compatriotas consideran placenteras: beber cerveza, bailar, jugar al futbol o al criquet, por no hablar de cosas que podrian haber acontecido si se hubiera casado. Nunca conocera a una mujer que se levante de un salto como una nina, se arregle el pelo con la mano y corra a su encuentro.
E. W. Oaten, que en su dia presidio orgulloso la primera gran