doradas cayeron desde la ventana tan abajo que, acariciando los muros del castillo, llegaron casi a la hierba verdeante que el estaba pisando…»

Arthur era un chico energico y testarudo al que no resultaba facil mantener quieto en su asiento, pero en cuanto la madre alzaba el palo de las gachas el entraba en un estado de encantamiento silencioso, como si uno de los malhechores de los relatos le hubiese deslizado una hierba secreta en la comida. Los caballeros y sus damas deambulaban entonces por la diminuta cocina; se lanzaban desafios, se realizaban busquedas milagrosas; resonaban armaduras, crujian cotas de malla y el honor siempre se salvaba.

Aquellas historias estaban relacionadas, de un modo que el al principio no entendia, con un antiguo arcon de madera que habia junto a la cama de sus padres y que contenia los documentos del linaje familiar. Alli habia distintos generos de historias, que se parecian a los deberes escolares, sobre la casa ducal de Bretana y la rama irlandesa de los Percy de Northumberland, y sobre alguien que habia encabezado la brigada de Pack en Waterloo y que era el tio de la cosa blanca y cerosa que el nunca olvido. Guardaban relacion con todo esto las lecciones particulares que le impartia su madre. Del aparador de la cocina, ella sacaba grandes cartulinas pintadas y coloreadas por un tio de Arthur que vivia en Londres. Le explicaba los escudos de armas y le ordenaba a su vez: «?Recitame este escudo!», y el tenia que responder como en el caso de las tablas de multiplicar: galones, estrellas, salmonetes, quinquefolios, medias lunas de plata y sus brillantes homologos.

En casa descubrio mandamientos complementarios de los diez que habia aprendido en la iglesia. Uno era: «Intrepido con los fuertes; humilde con los debiles», y otro: «Ser caballeroso con las mujeres, sean de alcurnia o de casta baja». Los consideraba mas importantes, porque procedian directamente de su madre; ademas, exigian aplicacion practica. Arthur no miraba mas alla de las circunstancias inmediatas. El piso era pequeno, el dinero escaso, su madre estaba sobrecargada de trabajo, su padre era imprevisible. Habia hecho una precoz promesa infantil y sabia que las promesas siempre habia que cumplirlas: «Mama, cuando seas vieja tendras un vestido de terciopelo y gafas doradas y te sentaras comodamente junto al fuego». Arthur veia el principio de la historia -donde el se encontraba- y el final feliz; de momento, solo le faltaba el medio.

Busco pistas en su autor favorito, el capitan Mayne Reid, Las busco en Los fusileros o aventuras de un oficial en el sur de Mexico. Leyo Los jovenes viajeros y La estela de la guerra y El jinete decapitado. Bufalos y pieles rojas se mezclaban en su cabeza con caballeros en cota de malla y los soldados de infanteria de la brigada de Pack. De todos los relatos de Mayne Reid, su preferido era Los cazadores de cabelleras o aventuras romanticas en el sur de Mexico. Aun ignoraba como se obtenian las gafas doradas y el vestido de terciopelo, pero sospechaba que quiza implicasen un viaje peligroso a Mexico.

George

Su madre le lleva una vez por semana a visitar al tio abuelo Compson. No vive lejos, detras de un bordillo bajo de granito que a George no le permiten cruzar. Todas las semanas cambian el jarron de flores. Great Wyrley fue la vicaria del tio Compson durante veintiseis anos; ahora su alma esta en el cielo y sus restos mortales en el camposanto. Su madre se lo explica mientras saca los tallos marchitos, tira el agua maloliente y pone flores frescas y tersas. A veces le permite a George ayudarla a verter el agua limpia. Ella le dice que un luto excesivo es poco cristiano, pero George no lo entiende.

Despues de que el tio abuelo partiese para el cielo, papa lo reemplazo. Un ano se caso con mama, al siguiente consiguio la vicaria y al siguiente nacio George. Es la historia que le han contado, y es clara, veridica y feliz, como deberia ser todo. Esta mama, con su presencia constante en la vida de George, que le ensena las letras y le desea buenas noches con un beso, y esta papa, que a menudo se ausenta porque esta visitando a los viejos y enfermos, o escribiendo sus sermones o predicandolos. Esta la vicaria, la iglesia, el edificio donde mama se ocupa de la escuela dominical, el jardin, el gato, las gallinas, la parcela de hierba que atraviesan entre la vicaria y la iglesia, y el cementerio. Es el mundo de George, y lo conoce bien.

Dentro de la vicaria reina el silencio. Hay oraciones, libros, labores de costura. Alli uno no grita, no corre, no se mancha. La lumbre hace ruido algunas veces, asi como los cuchillos y los tenedores si uno no los sujeta como es debido; asi tambien es su hermano Horace cuando llega. Pero son excepciones en un mundo que es pacifico y fiable. El que se extiende mas alla de la vicaria le parece a George lleno de ruidos y sucesos inesperados. A los cuatro anos, le llevan de paseo por los caminos y le muestran una vaca. No es el tamano del animal lo que le alarma, ni tampoco las ubres infladas que se bambolean a la altura de los ojos de George, sino el bramido ronco y repentino que la fiera emite sin motivo aparente. Solo puede estar de muy mal humor. George rompe a llorar mientras su padre golpea a la vaca con un palo para castigarla. Entonces el animal se pone de costado, levanta el rabo y se ensucia. George contempla esta emanacion petrificado por el extrano ruido de salpicadura que hace al aterrizar en el suelo y por el hecho de que las cosas se hayan descontrolado de pronto. Pero las manos de su madre lo alejan antes de que tenga tiempo de volver a pensar en ello.

No es solo la vaca -o los muchos amigos de la vaca, como el caballo, las ovejas y el cerdo- lo que despierta en George el recelo ante el mundo que existe al otro lado de la tapia de la vicaria. Casi todo lo que oye de el le inquieta. Esta lleno de gente vieja, enferma, pobre, cosas malas todas ellas, a juzgar por la actitud de su padre y el tono bajo de su voz cuando vuelve; y personas llamadas viudas de la mina, lo cual George no comprende. Al otro lado de la tapia hay chicos cuentistas y, peor aun, embusteros redomados. Hay tambien en las proximidades algo llamado una mina de carbon, que es de donde viene el que hay en la rejilla de la chimenea. No sabe seguro si le gusta el carbon. Huele mal y es polvoriento y ruidoso cuando lo atizan, y le han dicho que no se acerque a sus llamas; ademas, lo traen a la casa unos hombres feroces, con capuchas de cuero que les caen hasta la espalda. George suele dar un brinco cuando el mundo exterior toca la aldaba. Bien pensado, preferiria quedarse ahi dentro, con mama, con su hermano Horace y su nueva hermana Maud, hasta que llegue el momento de subir al cielo y reunirse con el tio Compson. Pero sospecha que no se lo consentiran.

Arthur

Siempre se estaban mudando: media docena de veces en los primeros diez anos de Arthur. Las viviendas parecian empequenecerse a medida que la familia se hacia mas grande. Ademas de Arthur, estaba su hermana mayor, Annette, sus hermanas pequenas Lottie y Connie, su hermanito Innes y despues, mas adelante, sus hermanas Ida y Julia, a quien llamaban Dodo. Su padre era bueno engendrando ninos -hubo otros dos que no sobrevivieron-, pero no tan bueno para sustentarlos. La percatacion temprana de que el padre nunca facilitaria a la madre las comodidades propias de la vejez acrecento la determinacion de Arthur de proporcionarselas el mismo.

Su padre -dejando aparte a los duques de Bretana- procedia de una familia de artistas. Poseia talento y excelentes instintos religiosos, pero era nervioso y de constitucion debil. A los diecinueve anos se habia trasladado a Edimburgo desde Londres; agrimensor auxiliar en la Junta de Obras de Escocia, se vio precipitado a una edad muy temprana a una sociedad que, aunque amable, era a menudo ruda y muy bebedora. No prospero en la Junta ni tampoco en George Waterman e Hijos, los impresores tipograficos. Era un fracasado de buena familia, con una cara tersa debajo de una barba poblada y suave; tenia un concepto vago del deber y habia perdido el rumbo en la vida.

No era violento ni agresivo; era un borracho de los sentimentales, desprendido y propenso a la autocompasion. Le llevaban babeante a casa cocheros cuya insistencia en que les pagaran despertaba a los ninos; a la manana siguiente lamentaba con una sensibleria prolongada su incapacidad de sustentar a quienes amaba tan tiernamente. Un ano enviaron a Arthur a una pension para que no presenciase

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