jesuitas. A los nueve anos le pusieron en el tren en Edimburgo y lloro todo el trayecto hasta Preston. Pasaria los siete anos siguientes en Stonyhurst, excepto seis semanas en verano, en que volvia con su madre y el padre de turno.

Aquellos jesuitas provenian de Holanda y se habian traido su programa de estudios y sus metodos de disciplina. La educacion comprendia siete categorias de conocimiento -elementos, figuras, rudimentos, gramatica, sintaxis, poesia y retorica-, y a cada una se le dedicaba un curso anual. Habia la pauta habitual de internado, que constaba de Euclides, algebra y los clasicos, cuya ciencia refrendaban varapalos enfaticos. El instrumento para propinarlos, un pedazo de caucho indio, del tamano y el espesor de la suela de una bota, tambien lo habian importado de Holanda, y lo llamaban la «ferula». Un palmetazo en la mano, asestado con firme resolucion jesuitica, bastaba para que la palma se hinchara y cambiase de color. El castigo normal para chicos mas mayores consistia en nueve golpes en cada mano. Despues, el pecador apenas podia girar el pomo de la puerta del estudio donde le habian atizado.

A Arthur le explicaron que la ferula recibia su nombre de un juego de palabras en latin. Fero, soporto. Fero, ferre, tuli, latum. Tuli, he sufrido; la ferula es lo que hemos sufrido, ?no?

El humor era tan burdo como los castigos. Cuando le preguntaron como veia el futuro, Arthur reconocio que habia pensado en ser ingeniero civil.

– Bueno, quiza llegues a ingeniero -respondio el cura-, pero no creo que nunca llegues a ser civilizado.

Arthur se convirtio en un joven robusto y bullicioso, que hallaba consuelo en la biblioteca del colegio y la felicidad en el campo de criquet. Una vez a la semana a los chicos les mandaban escribir a casa, obligacion que muchos tenian por otro castigo, pero que Arthur consideraba un premio: durante aquella hora se lo contaba todo a su madre. Quiza existiesen Dios, Jesucristo, la Biblia, los jesuitas y la ferula, pero la autoridad en quien mas creia y a la que se sometia era su menuda e imperiosa madre. Era una experta en todas las materias, desde la ropa interior hasta el fuego del infierno. «Usa camisetas de franela -le aconsejo-, y no creas en el castigo eterno.»

Tambien, de un modo mas involuntario, le habia inculcado un medio de hacerse popular. Pronto empezo a contar a sus companeros las historias de caballerias y romanticas que habia escuchado contemplando en lo alto el palo de remover las gachas. Las tardes de lluvia que tenian libres, de pie en una mesa dominaba a su auditorio, sentado en cuclillas a su alrededor. Recordaba las habilidades de su madre y sabia como bajar la voz, alargar un relato e interrumpirlo en el momento peligroso y crucial con la promesa de continuarlo al dia siguiente. Como era corpulento y estaba hambriento, aceptaba un pastel como precio basico de un cuento. Pero a veces se paraba en seco en la emocion de una crisis y solo accedia a seguir si le pagaban una manzana. Asi descubrio el nexo esencial entre narrativa y premio.

George

El oculista no recomienda gafas a los ninos. Es mejor que los ojos del chico se adapten naturalmente con el paso de los anos. Entretanto, habria que trasladarle a las filas delanteras de la clase. George deja atras a los hijos de granjeros y ocupa el lugar contiguo al de Harry Charlesworth, que es siempre el primero en todos los examenes. La escuela tiene ya sentido para George; ve los puntos donde senala la tiza del maestro y no vuelve a ensuciarse en el trayecto a casa.

Sid Henshaw sigue poniendo caras de payaso, pero George apenas lo advierte. Sid no es mas que un estupido hijo de granjero que huele a vaca y es probable que ni siquiera sepa escribir esa palabra.

Un dia, Henshaw se abalanza sobre George en el patio, le embiste con el hombro y mientras el agredido se recupera, el agresor le arranca la pajarita y se marcha corriendo. George oye risas. De regreso en el aula, Bostock le pregunta donde esta su pajarita.

Esto plantea a George un problema. Sabe que esta mal poner en aprietos a un condiscipulo, pero sabe que es peor decir mentiras. Su padre es muy claro a este respecto. En cuanto empiezas a mentir entras en senderos de pecado y nada te detendra hasta que el verdugo te pase la soga alrededor del cuello. Nadie ha dicho tal cosa, pero es lo que George ha entendido. Asi que no puede mentir al senor Bostock. Busca una salida -que es quiza muy mala, el comienzo de una mentira- y despues se limita a responder a la pregunta.

– Sid Henshaw me ha tirado al suelo y la ha cogido.

Bostock agarra a Sid por el pelo, lo saca fuera, le zurra hasta arrancarle alaridos, vuelve con la corbata de George e imparte a los chicos una leccion sobre el robo. Terminada la clase, Wallie Sharp se interpone en el camino de George y cuando este le sortea dice: «Tu no eres de los nuestros».

George descarta a Wallie como posible amigo.

Muy pocas veces siente la falta de lo que no posee. La familia no participa en la sociedad local, pero George no se imagina lo que esto podria representar, y mucho menos cual pudiera ser la razon de la reluctancia o incapacidad familiar. Como no va a casa de otros chicos, no puede juzgar como son las cosas en otros sitios. Su propia vida le basta. No tiene dinero, pero tampoco lo necesita, y aun menos cuando aprende que el amor al dinero es la raiz de todos los males. No tiene juguetes, pero no los echa de menos. Carece de habilidad y de vista para los juegos; ni siquiera ha brincado sobre la cuadricula de una rayuela, y le atemoriza una pelota lanzada. Se contenta con jugar fraternalmente con Horace, mas delicadamente con Maud y con mas delicadeza aun con las gallinas.

Sabe que casi todos los chicos tienen amigos -en la Biblia aparecen David y Jonathan, y ha observado a Harry Boam y a Arthur Aram acurrucarse en el lindero del patio y ensenarse el uno al otro cosas que sacan de los bolsillos-, pero a el no le sucede. ?Tiene que hacer algo o son los demas los que deben hacer algo? En todo caso, aunque quiere complacer al senor Bostock, no tiene un interes especial en agradar a los chicos que se sientan detras.

Cuando la tia abuela Stoneham va a tomar el te con ellos, el primer domingo de cada mes, raspa ruidosamente la taza con el platillo y con la boca arrugada le pregunta por sus amigos.

– Harry Charlesworth -responde siempre el-. Se sienta a mi lado.

La tercera vez que contesta lo mismo, ella posa la taza ruidosamente en el platillo, frunce el ceno y pregunta:

– ?Nadie mas?

– Los demas son solo chicos de granja malolientes -responde el. Por la forma en que la tia abuela mira a su padre, George sabe que ha dicho algo malo. Antes de cenar es convocado en el estudio. Su padre, de pie junto al escritorio, tiene agrupada en las estanterias a su espalda toda la autoridad de la fe.

– ?Cuantos anos tienes, George?

Asi empiezan muchas de las conversaciones con su padre. Aunque los dos conocen ya la respuesta, George tiene que darla.

– Siete, padre.

– A esa edad es razonable esperar cierto grado de inteligencia y juicio. Asi que permiteme que te pregunte lo siguiente, George. ?Crees que a los ojos de Dios eres mas importante que los chicos que viven en granjas?

George sabe que la respuesta correcta es no, pero es reacio a decirlo de inmediato. ?No es indudable que un chico que vive en la vicaria, cuyo padre es el vicario y cuyo tio abuelo tambien lo fue, es mas importante para Dios que un chico que nunca va a la iglesia y es tan estupido y ademas tan cruel como Harry Boam?

– No -dice.

– ?Y por que llamas malolientes a esos chicos?

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