valdria? Y quiza, al fin y al cabo, sea imposible una prueba. Quiza lo unico que podemos hacer es pensarlo y creerlo. Es posible que solo lo sepamos mas adelante.

– La prueba suele depender de una accion. Lo singular y deplorable de nuestra situacion es que la prueba depende de la inaccion. Nuestro amor es algo distinto, separado del mundo, desconocido para el. Es invisible, intangible para el mundo, pero absolutamente visible y tangible para mi, para nosotros. No puede existir en el vacio, pero si existe en un lugar donde la atmosfera es distinta: mas ligera o pesada, nunca se cual de las dos. Y en algun punto fuera del tiempo. Siempre ha sido asi, desde el principio. Es algo que comprendimos de inmediato. Que el nuestro es un amor insolito, que me sostiene, nos sostiene por entero.

– ?Y aun asi?

– Y aun asi. Apenas me atrevo a decirlo en voz alta. Se me ocurre pensarlo cuando estoy decaido. Se me ocurre preguntarme…, preguntarme: ?y si nuestro amor no es como pienso, si no es algo que existe fuera del tiempo? ?Y si es un error todo lo que he creido? ?Y si no es nada especial o, por lo menos, solo lo es por el hecho de que no ha sido proclamado y… no ha sido consumado? ?Y si… si Touie muere, y Jean y yo somos libres, y por fin podemos proclamar y santificar nuestro amor, y mostrarlo ante el mundo, y en ese momento descubro que el tiempo ha hecho en silencio su obra sin que yo me de cuenta, y lo ha roido, corroido y socavado? ?Y si entonces descubro, y si entonces descubrimos, que no la amo como pensaba o que ella no me ama como yo pensaba? ?Que habria que hacer entonces? ?Que?

Sensata, la madre no responde.

Arthur se lo cuenta todo a su madre; sus temores mas hondos, sus jubilos mas grandes y todas las tribulaciones y alegrias intermedias del mundo material. Lo que nunca le menciona es su interes creciente por el espiritualismo, o el espiritismo, como prefiere llamarlo. Despues de abandonar la catolica Edimburgo, la madre se ha hecho miembro, por un mero proceso de asistencia, de la Iglesia de Inglaterra. Tres de sus hijos se han casado ya en St. Oswald: el propio Arthur, Ida y Dodo. Se opone por instinto al mundo parapsicologico, que para ella representa anarquia y paparruchas. Sostiene que la gente solo puede alcanzar un entendimiento de la vida si la sociedad le aclara sus verdades; ademas, que las verdades religiosas deben expresarse a traves de una institucion establecida, sea la catolica o la anglicana. Y es preciso tener en cuenta a la familia. Arthur es caballero del reino; ha comido y cenado con el rey; es una figura publica: ella le repite la jactancia de que el es, despues de Kipling, el segundo hombre mas influyente sobre los jovenes saludables y deportistas del pais. ?Y si se supiera que participa en sesiones esotericas? Se irian a pique todas sus posibilidades de llegar a ser lord.

En vano Arthur intenta referirle su conversacion con sir Oliver Lodge en el palacio de Buckingham. La madre admite, desde luego, que Lodge es un hombre equilibrado y un cientifico de renombre, como lo prueba que acaban de nombrarle primer rector de la Universidad de Birmingham. Pero ella no capitula; en este campo es inquebrantable su negativa a ceder ante su hijo.

Arthur teme que si expone el tema a Touie quiza perturbe la calma sobrenatural de su existencia. Sabe que ella posee una confianza sencilla en las cuestiones de la fe. Supone que despues de su muerte ira al cielo, cuya naturaleza exacta desconoce, y alli morara en un estado que no se imagina, hasta que Arthur se reuna con ella y a continuacion sus hijos, llegado el momento, y vivan todos juntos en una version superior de Southsea. A Arthur le parece injusto trastornar estas suposiciones.

Mas le cuesta asumir que no pueda hablar con Jean, con quien desea compartirlo todo, desde el ultimo alfiler de corbata hasta el ultimo punto y coma. Lo ha intentado, pero Jean recela -o tiene miedo- de todo lo referente al espiritismo. Ademas, expresa su aversion de unas maneras que Arthur juzga atipicas de su caracter afectuoso.

Un dia trata de narrarle, tras algunos tanteos y con una consciente represion del entusiasmo, su experiencia en una sesion. Casi al instante advierte la censura mas acerba en aquellas facciones deliciosas.

– ?Que pasa, carino?

– Pero Arthur -dice ella-, son una gente muy vulgar.

– ?Quienes?

– Esas personas. Son como gitanas que se sientan en una garita de feria y te leen la buenaventura con cartas y hojas de te. Son de lo mas… vulgares.

Arthur considera inaceptable este esnobismo, sobre todo en la mujer a quien quiere. Tiene ganas de decirle que siempre ha sido la esplendida clase media baja la que ha constituido la nobleza espiritual del pais: basta con mirar a los puritanos, muchos de ellos, por supuesto, subestimados. Tiene ganas de decirle que alrededor del mar de Galilea muchos, sin duda, tacharon de un poco vulgar a Nuestro Senor Jesucristo. Los apostoles, como la mayoria de los mediums, poseian una escasa educacion formal. Por descontado, no dice nada de esto. Se averguenza de su repentina irritacion y cambia de tema.

Asi pues, tiene que salirse del triangulo con los lados de hierro. No aborda a Lottie: no quiere arriesgar en modo alguno el amor que ella le tiene, y tanto mas porque ayuda a cuidar a Touie. En su lugar, se dirige a Connie. A Connie, que anteayer, como quien dice, llevaba el pelo suelto sobre la espalda como la soga de un buque de guerra y rompia corazones en Europa; Connie, que ha asumido con excesiva firmeza el papel de madre de Kensington; que, ademas, se atrevio a oponersele aquel dia en Lord's. Arthur no ha resuelto la cuestion de si Connie hizo cambiar de opinion a Hornung o si fue al reves, pero en cualquiera de los dos casos, ha llegado a admirarla por eso.

La visita una tarde en que Hornung no esta; les sirven el te en la salita del piso de arriba, donde una vez el le hablo de Jean. Se le hace extrano pensar que su hermana esta mas cerca de los cuarenta que de los treinta anos. Pero le sienta bien esta edad. No es una mujer tan decorativa como antano: es grande, saludable y jovial. Jerome no iba desencaminado cuando estando los dos en Noruega la llamaba Brunilda. Es como si, con los anos, se hubiera vuelto mas robusta para contrarrestar la mala salud de Willie.

– Connie -empieza, con dulzura-. ?Alguna vez te preguntas que habra despues de la muerte?

Ella le dirige una mirada penetrante. ?Hay malas noticias sobre Touie? ?Mama esta enferma?

– Es una pregunta general -anade el, intuyendo su alarma.

– No -responde ella-. Poco, en todo caso. Me preocupa la muerte de los demas. No la mia. En otro tiempo si, pero cambias cuando eres madre. Creo en las ensenanzas de la Iglesia. De la mia. De nuestra Iglesia. La que tu y mama abandonasteis. No tengo tiempo de creer en nada mas.

– ?Tienes miedo de la muerte?

Connie reflexiona. Teme la muerte de Willie -cuando se caso con el conocia la gravedad de su asma, sabia que siempre tendria una salud delicada-, o mejor dicho su ausencia y la perdida de su compania.

– Me gusta poco la idea -contesta-. Pero cruzare el puente cuando me llegue el turno. ?A que viene todo esto?

Arthur hace un breve movimiento de cabeza.

– ?Entonces tu posicion podria resumirse como la de esperar para ver?

– Supongo. ?Por que?

– Querida Connie…, que inglesa es tu actitud ante la eternidad.

– Un pensamiento muy extrano.

Connie sonrie, y no parece que quiera escabullirse. Aun asi, Arthur no sabe muy bien por donde empezar.

– Cuando de nino estuve en Stonyhurst, tenia un amigo, un tal Partridge. Era un poco mas joven que yo. Un buen catcher de criquet. Le gustaba enredarme en argumentos teologicos. Escogia ejemplos de las doctrinas mas ilogicas de la Iglesia y me pedia que las justificara.

– ?Era ateo, entonces?

– En absoluto. Era un catolico mas acerrimo de lo que yo nunca he

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