asustado.

– No, para nada -menti un poco. En realidad, en cuanto me di cuenta de que no se trataba de Baskerville note un escalofrio de terror recorriendome la espalda, pero no me parecio indispensable informar al joven de todos los detalles.

– Rocco es buenisimo y adora a los ninos. Queriamos un perro guardian y por eso elegimos un corso, pero me temo que nos ha tocado el ejemplar menos adecuado.

Sonrei, con aire comprensivo, como un entendedor del mundo de los perros, pero no anadi nada. El jovenzuelo parecia excesivamente locuaz y no me apetecia darle alas para que me contase su vida y todas sus experiencias con los animales, empezando por el primer hamster que tuvo. Asi que me despedi de el, me despedi de Rocco y, mientras ellos se alejaban, volvi a ocuparme de la cadena de la bicicleta.

El candado emitio su familiar y tranquilizador clic, yo me levante y, de pronto, me di cuenta de que en mi cabeza se habia introducido, sin mi permiso, una idea que antes no estaba. La idea no paraba de zumbar, yendo de un lado a otro: yo sabia que estaba alli, pero no podia verla, mucho menos atraparla.

Intente reconstruir los hechos que acababan de tener lugar.

El perro habia ido a mi encuentro, yo le habia llamado con un silbido, pensando que iba a ver a Nadia de un momento a otro, el perro me habia hecho todo tipo de fiestas, yo le habia acariciado detras de las orejas, me di cuenta, entonces, de que no era Baskerville, un instante despues aparecio su dueno que…, espera, espera, rebobina, Guerrieri.

Le habia acariciado detras de las orejas y me habia dado cuenta de que no era Baskerville. Fue entonces cuando se introdujo en mi cabeza esa idea desconocida. Intente, freneticamente, articularla.

El perro Pino, tambien llamado (por mi) Baskerville, se caracterizaba porque solo tenia una oreja. Su caracteristica era, pues, una ausencia. La informacion radicaba en algo que faltaba.

Un pensamiento muy profundo, me dije, intentando ser sarcastico. No lo logre. Habia, de verdad, algo importante que agarrar.

Baskerville. Una oreja que falta. Gracias a eso que falta se comprende otra cosa. ?Cual? Algo que falta.

Baskerville.

Sherlock Holmes.

El perro no ha ladrado.

La frase se materializo, de repente, en mi cabeza como si fuese una bandera de colorines en medio de un escenario desierto y espectral.

«El perro no ha ladrado» es una frase que pronuncia Sherlock Holmes en El sabueso de los Baskerville. O quiza no, quiza no lo haga en ese libro. Tenia que comprobarlo inmediatamente, aunque todavia no sabia por que razon.

Subi al bufete, en el que no habia nadie. Estaban todos en distintos despachos judiciales, cumpliendo con sus agendas. Me alegre de estar solo, me prepare un cafe, encendi el ordenador, entre en Google y teclee: «Holmes y el perro no ha ladrado».

La frase no era de El sabueso de los Baskerville sino de Silver Blaze, el caballo desaparecido. Al leerlo, me acorde. El relato trata de un purasangre que ha sido robado y Holmes resuelve el caso gracias a que constata que el perro guardian no habia ladrado: el ladron del caballo tenia que ser alguien al que el perro conocia.

La clave del misterio radicaba en algo que no habia ocurrido. En algo que deberia estar y, sin embargo, faltaba.

?Que era lo que faltaba? ?Que deberia estar y, sin embargo, faltaba?

Una idea comenzo a cobrar forma, trayendo consigo una intensa y repentina sensacion de nausea, como un mareo subito.

Cogi el dosier, saque el listado de llamadas del telefono de Manuela y lo examine de nuevo. Y, a medida que lo hacia y confirmaba mi idea, es decir, no encontraba lo que deberia estar y no estaba, en lo que no me habia fijado hasta entonces, la nausea aumentaba, de forma tan violenta que pense que iba a vomitar de un momento a otro.

El perro no habia ladrado. Y yo sabia quien era ese perro.

Encendi el movil y me encontre con cuatro llamadas de Caterina.

34

Me pregunte si no seria mejor esperar, y me respondi en el acto que no.

Asi que llame a Caterina. Contesto al segundo timbrazo, muy contenta.

– Hola, Gi-Gi. Me encanta que aparezca tu nombre en mi telefono.

– Hola, ?que tal estas?

– Bien. Mejor dicho, ahora que escucho tu voz, divinamente. He visto tus llamadas de ayer, es que tuve el movil apagado. Me moria de sueno (pausa con risitas) y me fui a la cama como una nina de cinco anos. Intente hablar contigo varias veces esta manana, pero tenias siempre el movil apagado.

– Estaba en los juzgados y acabo de volver. Escucha, estaba pensando…

– ?Si?

– ?Te apetece que me pase a buscarte, como en veinte minutos, y nos vayamos a comer a algun sitio cerca del mar?

– Si, es una idea estupenda. Voy corriendo a arreglarme, nos vemos en veinte minutos. Recogeme debajo de mi casa.

Llegue exactamente veinte minutos despues, el tiempo de recoger el coche del garaje y llegar. Estaba aparcando en doble fila para esperarla, cuando ella asomo por el portal del edificio. Se subio al coche sonriendo, me dio un beso, y se acomodo en el asiento. Sonreia, parecia alegre, incluso feliz, y estaba realmente guapa. Las imagenes de la noche en Roma me pasaron por la cabeza durante unos instantes, como fotogramas insertos en una pelicula que trataba de otra cosa y que dejaba adivinar que no iba a tener un final feliz. Me quede sin aliento, por la tristeza y por el deseo, que senti mezclados de una forma cruel.

– ?Donde me llevas?

– ?Donde te gustaria ir?

– ?Te apetece que vayamos a comer erizos de mar a la Forcatella?

La Forcatella es un barrio de pescadores en la costa sur, apenas pasado el limite entre las provincias de Bari y Brindisi. Es una localidad famosa por sus erizos de mar, riquisimos.

El coche se deslizo, agil y silencioso, por la autopista rodeada de campos. Las nubes eran blancas y grandiosas como en las fotos de Ansel Adams. La primavera parecia a punto de inundarlo todo y producia una sensacion de euforia exultante y peligrosa. Yo intentaba concentrarme en la conduccion y en sus gestos especificos -cambiar de marchas, tomar despacio las curvas, mirar por el espejo retrovisor- y no pensar.

Habia poca gente y conseguimos mesa cerquisima del mar. Con solo dar dos o tres pasos se podia tocar las olas, que rompian delicadamente contra la escollera, el aire estaba inundado de olores y, en el horizonte, el azul del mar marcaba una frontera nitida, perfecta y necesaria con el azul del cielo.

Maldita sea, exclame mentalmente mientras me sentaba frente a ella.

Pedimos cincuenta erizos y una garrafa de vino helado. Poco despues, otros cincuenta y otra garrafa. Los erizos eran grandes y llenos: pulpas naranja de sabor misterioso. Junto al vino frio y ligero, se subian suavemente a la cabeza.

Caterina hablaba, pero yo no prestaba atencion a sus palabras. Solo escuchaba el sonido de su voz, observaba los movimientos de su rostro, miraba sus labios. Pense que me gustaria tener una foto suya para conservarla.

Una idea absurda que, sin embargo, provoco otras muchas, entre ellas la de olvidarlo todo. Es mas, durante unos minutos, me parecio que era eso lo que habia decidido, olvidarlo todo, y durante esos minutos experimente una sensacion de dominio absoluto, de equilibrio inestable y perfecto. La perfeccion que solo tienen las cosas provisionales, destinadas a acabar pronto.

Me acorde de unas vacaciones que pase recorriendo Francia en coche, con Sara y unos amigos, ya hacia muchos anos. Llegamos a Biarritz, la atmosfera como de otra epoca de aquel sitio nos gusto mucho y decidimos

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