pero que estaba todavia en America.
Me hubiese gustado ir a ver a Nadia, contarselo todo y preguntarle que pensaba al respecto, pero descarte inmediatamente la idea. No sabia explicarmelo bien pero, despues de lo que habia ocurrido en Roma, la idea de ir a ver a Nadia me resultaba embarazosa, como si la hubiese traicionado de alguna forma.
Absurdo, me dije.
Todo era absurdo.
Volvi a llamar a Caterina, pero su telefono seguia apagado.
En vista de eso, me fui a casa, me puse los guantes y le propine unos cuantos punetazos a Mister Saco. En las pausas entre asalto y asalto le hable, preguntandole su opinion sobre los ultimos acontecimientos. El no estaba muy locuaz esa tarde. Al final, bamboleandose con pereza, solo me dio a entender que era mejor que comiera algo, me tomara un buen vaso de vino y me fuera a dormir. Quiza, a la manana siguiente se me ocurriria algo.
Quiza.
33
Tuve unos suenos muy desagradables y al despertarme no se me ocurrio ninguna buena idea. Me levante de la cama de muy malhumor y la situacion empeoro cuando recorde el compromiso que me aguardaba esa manana.
Tenia una cita en la fiscalia con un cliente, medico, profesor universitario, baron, y acusado de haber apanado un concurso para colocar a uno de los que le llevaban el maletin. El otro candidato era un profesional de fama internacional que habia trabajado durante anos en universidades y centros de investigacion americanos y que, en un determinado momento, habia decidido regresar a Italia.
Se presento al primer concurso relacionado con su especialidad, sin saber que la plaza estaba adjudicada antes de que se publicase siquiera el concurso. El vencedor predestinado era un joven investigador, totalmente descerebrado, pero hijo de otro profesor de esa misma facultad apodado en los ambientes universitarios, a causa de su inflexible catadura moral, Pierino l'ingordo. *
La desproporcion entre los titulos y meritos cientificos de uno y otro candidato -obviamente, con todo el peso de la balanza a favor del que no estaba recomendado- era casi grotesca. El detalle, sin embargo, no habia impresionado a la comision, y el joven descerebrado habia obtenido la plaza. El otro no se habia conformado: habia impugnado la decision ante el TAR -ganando el recurso- y habia presentado tambien una denuncia ante la fiscalia.
Mi cliente, pues, habia recibido una citacion para que compareciera, acusado de trafico de influencias y abuso de poder y falsedad, y yo le habia recomendado que se acogiera al derecho a guardar silencio. Las pruebas en su contra eran escasas y someterse a un interrogatorio -dado que, entre otras cosas, la ayudante del fiscal era una joven muy despierta y, sin duda, mucho mas inteligente que el- solo podia agravar la situacion.
En aquel caso, como en muchos otros, a decir verdad, tenia la sensacion de estar en el bando equivocado. En aquel caso, como en otros, me habia preguntado si realmente queria aceptarlo y defender a ese cliente. Me habia contestado a mi mismo que no, que no queria, pero lo habia aceptado de todos modos. Una cuestion que deberia tratar con mi psiquiatra, en caso de que tuviera uno.
Mientras pedaleaba en direccion al tribunal, iba pensando que era la manana menos adecuada para encontrarme con aquel tipo: era, sin lugar a dudas, culpable de una falta que a mi me resultaba odiosa, era un tipejo pomposo, petulante y servil y, sobre todo, llevaba mocasines con borlas.
Existen algunas cosas hacia las que siento que debo ser despiadado. Entre estas figuran los mocasines con borlas; tambien las cadenas o las cintas para llevar las gafas colgadas, las plumas Cartier, los Cardigan con ochos, los brazaletes de hombre de oro macizo, cualquier tipo de espray para el aliento.
Con estas premisas, cuando nos encontramos delante del edificio de la fiscalia, unos minutos antes de la hora fijada para prestar declaracion, no estaba en mi mejor momento. Despues de saludarnos y de intercambiar, sin cordialidad alguna (al menos por mi parte), las dos frases de rigor, me dijo que tenia muchas dudas de que acogerse al derecho a guardar silencio fuera la decision mas adecuada. Pensaba que podia dar todas las explicaciones que fueran necesarias y le parecia que negarse a contestar era casi como admitir que era culpable, y una admision de culpabilidad no estaba en consonancia con su posicion.
Tu posicion de viejo pomposo y de academico de botica, pense, mientras notaba como me iba dominando una irritacion desproporcionada porque mi cliente, en el fondo, solo estaba expresando una duda legitima. Pero, para su desgracia, en esos momentos era la persona equivocada, en la manana equivocada y, sobre todo, con los zapatos equivocados.
– Creo que eso ya lo hemos hablado, profesor. Conociendo al fiscal y teniendo en cuenta la fase en la que se encuentra el procedimiento, le reitero mi consejo: tiene que acogerse al derecho a guardar silencio. Como es logico, la eleccion es suya, asi que si usted considera oportuno actuar de otra forma, yo no puedo impedirselo. Sin embargo, si lo hace, sepa que, a mi entender, comete un grave error y que me reservo la facultad de renunciar a defenderle.
Nada mas terminar de hablar, fui el primero en asombrarme por la agresividad con la que lo habia hecho. El se quedo en silencio durante algunos instantes, turbado, casi asustado, sin saber como reaccionar. En otras circunstancias, su pomposa petulancia de baron le hubiera llevado, naturalmente, a contestarme con cajas destempladas. Pero estabamos en la fiscalia, uno de los sitios mas intimidatorios que existen, el era un acusado y yo su abogado. No se encontraba en las condiciones ideales para ir de duro conmigo. Al final, suspiro.
– Esta bien, abogado, lo haremos como usted dice.
Llegados a ese punto, y dado que no soy lo que se dice un paradigma de coherencia, me senti culpable. Le habia maltratado abusando de mi situacion de poder con respecto a el: una cosa que no se deberia hacer nunca. Mi tono de voz se volvio mucho mas suave, casi amistoso.
– Es lo mejor, profesor. Vamos a observar los proximos movimientos del fiscal. Si es necesario, siempre estamos a tiempo de redactar una memoria en la que podremos poner todo lo que queramos para defendernos.
Poco despues entramos en el despacho del fiscal, nos acogimos al derecho a guardar silencio, y a los cinco minutos yo estaba de nuevo en la calle, camino de mi bufete.
Estaba poniendole la cadena a la bicicleta, junto al portal, cuando vi un enorme perro negro, cuya silueta me resultaba muy familiar, que se me acercaba, trotando, por la acera.
Cuando lo reconoci, el corazon me dio un brinco de alegria. Baskerville. Nadia, pues, debia estar por alli cerca, me dije mientras silbaba al perro y miraba alrededor para localizar a su duena.
El perrazo se acerco a mi y, apenas estuvo lo bastante cerca, se irguio sobre las patas traseras y apoyo las delanteras sobre mi pecho. Movia la cola freneticamente y yo pense -muy orgulloso de mi inesperado exito con los perros- que Baskerville y yo nos habiamos hecho realmente buenos amigos en muy poco tiempo. Para corresponder a su cordialidad, empece a acariciarle la cabeza y por detras de las orejas, como habia hecho la noche en la que nos conocimos.
?Detras de las orejas?
Baskerville solo tenia una oreja, me dije. Es decir, ese perrazo que movia la cola mientras apoyaba sus zarpas en mi pecho y acercaba el hocico a mi cara no era Baskerville. Trague con dificultad, intentando descifrar la expresion del perro y averiguar si, despues de haberme hecho aquellas jubilosas carantonas, tenia la intencion de matarme y hacerme pedazos. El perrazo, sin embargo, parecia realmente sociable y hasta me lamio las manos. Estaba preguntandome como librarme de su abrazo sin herir la sensibilidad de mi nuevo amigo cuando un jovenzuelo flaco y algo jadeante doblo por la esquina y se dirigio hacia nosotros. Lo primero que hizo al llegar a nuestro lado fue ponerle la correa al perro y apartarlo. Luego, mientras intentaba recuperar el aliento, se dirigio hacia mi.
– Lo siento muchisimo, perdone. Lo tenemos suelto en la tienda, un cliente se ha dejado la puerta abierta y se ha escapado. Lo hace en cuanto puede, es todavia un cachorro, no tiene ni un ano. Espero que no se haya usted