– Soy yo. ?Me abres?

– Un segundo -dije, mientras tropezaba intentando ponerme los pantalones.

– Pero bueno, ?es que no me vas a dejar pasar?

Me hice a un lado y la deje entrar. Mientras pasaba a mi lado note un perfume que, sin duda, no llevaba antes, cuando habiamos salido. Era un perfume que me resultaba extranamente familiar, que me inquietaba y, al mismo tiempo, me infundia seguridad. Intente descubrir a que me recordaba, pero no lo logre.

– Muy bonita, tu camiseta -dijo ella, sentandose en la cama, mientras yo caia en la cuenta de que llevaba puesta una camiseta ridicula, con el dibujo del Lupo Alberto en version experto en artes marciales.

– Ah, si, bueno, es que no me esperaba visitas…

– La verdad es que lo tuyo no tiene nombre.

– ?Perdon?

– Que eres increible.

– ?En que sentido?

– Esperaba que me dijeras que si podias pasar a mi habitacion, y nada. Luego esperaba que llamaras a la puerta; luego, por telefono. Y nada otra vez. Vas de duro, ?eh, Gigi? Pero, tranquilo, me di cuenta desde el principio de que no eras como los demas.

No tenia ni la mas remota idea de que responderle, asi que, sospecho, debi poner una cara especialmente enigmatica y, por lo tanto, idonea para confirmar su tesis de que no me parecia a los demas.

– ?Por que sigues de pie? Ven a sentarte aqui, a mi lado, como si estuvieras en tu casa.

Hice lo que me decia. Para no parecer demasiado duro, obviamente.

Al sentarme en la cama volvi a notar su perfume.

Y, luego, sus labios, que eran calidos y frescos y suaves y sabian a cereza y a invencible juventud y a verano y a tantas cosas maravillosas de hacia mucho tiempo. Pero que ahora estaban alli, presentes y vivos.

Antes de desaparecer, escuche en la cabeza el eco de unos versos.

?Quien es aquella que surge como la aurora,

bella como la luna, radiante como el sol,

temible como un ejercito con los estandartes desplegados?

31

Cuando abri los ojos y mire el reloj eran las nueve pasadas.

Caterina dormia profundamente, boca abajo, abrazada a una almohada; su espalda, cubierta por la sabana, se alzaba y bajaba a ritmos regulares.

Me levante sin hacer ruido, me lave, me vesti, le deje una nota diciendole que me habia ido a dar un paseo y que volveria pronto, y al rato estaba en la via del Corso.

Corria un aire tibio y agradable, la gente iba vestida de entretiempo, y mientras miraba alrededor, decidiendo donde tomarme un cafe, vi a un tipo corpulento y casi calvo, con un traje sucio y raido y la corbata sin anudar, que se acercaba a mi encuentro con una sonrisa. ?Quien diablos era?

– ?Guido Guerrieri! ?Que sorpresa! ?No me reconoces? Soy Enrico. Enrico De Bellis.

Cuando oi aquel nombre me ocurrio algo insolito. Desde los pliegues de aquel rostro deformado por los anos y de las arenas movedizas del tiempo vi emerger los rasgos de actor de fotonovelas de un joven guapisimo e insulso al que habia conocido veinticinco anos antes.

En cuanto estuvo seguro de que le habia reconocido, De Bellis me beso y me abrazo. Olia a after-shave barato, a tabaco, a ropa sudada y tambien a alcohol. En la comisura de los labios tenia restos del cafe que debia haberse tomado hacia poco. El poco pelo que le quedaba le descendia, demasiado largo, por las orejas y la nuca.

– Enrico, hola -dije en cuanto me solto. Intentaba recordar cuando habia sido la ultima vez que nos habiamos visto e intentaba recuperar toda la informacion que poseia acerca de como le habia ido en la vida. Universidad - Derecho, claro, como la mayoria de los vagos-, abandonada tras hacer tres o cuatro examenes, y muchos anos de chapuzas mas o menos peligrosas, mas o menos legales. Empresas comerciales que desaparecian al poco de crearse. Cheques sin fondo. Jugueteos con creditos. Un matrimonio que termino mal -muy mal, con un sequito de denuncias, carabinieri y juicios- con una chica rica y feucha. Una condena por bancarrota fraudulenta, mas causas penales por fraude y encubrimiento.

Habia desaparecido de Bari, perseguido por una multitud de acreedores, algunos de ellos muy poco recomendables. Personajes con alias como Pierino u' criminal', Mbacola u' strozzin', Tyson. Este ultimo apodo aludia, de una forma no precisamente velada, a los metodos con los que su titular conseguia recuperar el dinero prestado.

Habia desaparecido en la nada, como solo saben hacerlo los que viven como el. Y ahora saltaba como catapultado desde esa nada para materializarse ante mi vista, con su traje sucio y gastado y su olor a tabaco, a desalino y a sorda, reprimida desesperacion.

– ?Cuanto tiempo desde la ultima vez que nos vimos! ?Que haces en Roma?

Pense que no venia a cuento especificarle que hacia -y que acababa de hacer- en Roma.

– Lo de siempre. Un juicio en el Supremo.

– Ah, claro, un juicio en el Supremo. Ya se que te has convertido en un gran abogado. Estoy al tanto de tu vida. Los amigos comunes me mantienen informado.

Preferi no preguntarme que amigos podiamos tener en comun Enrico De Bellis y yo. El me dio un palmetazo amistoso en la espalda.

– ?Cabronazo, se te ve en forma! ?Y estas igual! Yo he pasado una mala racha, pero la superare. Mejor dicho, ya la estoy superando. A lo grande. Y si me sale bien un proyecto que tengo en la cabeza, dare el vuelco definitivo.

Hablaba muy rapido, con una alegria tan forzada que parecia grotesca.

– Venga, vamos, te invito a un cafe -dijo cogiendome por el brazo y arrastrandome hacia un bar situado a unos pocos pasos de alli.

– Dos cafes -le pidio al camarero.

Y dirigiendose a mi con mirada complice:

– ?Nos ponemos una gota de sambuca, Guido?

No, gracias, el sambuca a las diez de la manana no esta en la lista de mis prescripciones dieteticas.

Estire los labios para forzar algo asi como una sonrisa y dije que no con la cabeza. El, en vista de eso, se encargo de que le sirvieran su racion. Le hizo una senal al camarero que, evidentemente, lo conocia bien, y este le echo el sambuca hasta que la tacita estuvo llena hasta los bordes.

Tecnicamente, se trataba de un sambuca cortado con una gotita de cafe. De Bellis se lo bebio casi de un trago e, inmediatamente despues -estoy seguro- penso en pedir otro. Hizo un esfuerzo para contenerse.

Luego fingio que buscaba en los bolsillos y que se daba cuenta, justo en ese momento, de que se habia dejado olvidada la cartera.

– ?Maldita sea, Guido, cuanto lo siento! Pensaba invitarte a un cafe y resulta que se me ha olvidado coger dinero. Perdoname.

Pague, salimos, y el se encendio un pitillo que saco de un paquete de MS tan deteriorado como su traje. De Bellis, decididamente, llevaba lo que se dice una vida sana. Me cogio del brazo, empezamos a caminar hacia la plaza del Popolo y el estimo oportuno ponerme al dia sobre todas las opciones que ofrece la medicina moderna para solucionar el problema de la disfuncion erectil. Tema sobre el que tenia -debo confesarlo- una preparacion de nivel casi profesional.

Despues de haberme descrito diversas opciones terapeuticas -desde pildoras de todo tipo a inyecciones de pelicula de terror e ingenios hidraulicos que le hubieran encantado al doctor Frankenstein-, anadio que, en el fondo, lo mejor para nosotros era irse de putas o, mejor todavia, apanarselas uno solo. Una buena pelicula porno bajada gratis de internet, cinco minutos, y ?hala! Ningun problema, sin tener que preocuparse por el fantasma del gatillazo, ademas, que esas medicinas tampoco es que sean buenas, ?eh?, porque tu estas en forma, pero yo

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