quedarnos unos dias. Alli tome algunas clases de surf y, despues de innumerables intentos fallidos, consegui mantenerme de pie sobre la tabla tres, cuatro segundos. En ese momento entendi por que los surfistas -los verdaderos surfistas- estan tan locos y por que lo unico que les interesa en la vida es coger una ola y permanecer alli el mayor tiempo posible. El resto se la suda. No hay nada tan perfecto como esa provisionalidad.
Mientras escuchaba el sonido de la voz de Caterina y sentia en la boca el sabor dulce y salado de los ultimos erizos, me parecio estar sobre una tabla de surf que cabalgaba sobre la ola del tiempo, en un instante interminable y perfecto.
Me pregunte como recordaria ese instante. Fue entonces cuando me cai de la ola y recorde el motivo por el que estaba alli.
Poco despues nos levantamos de la mesa.
– ?Que piensas hacer? -me pregunto mientras nos dirigiamos hacia el coche.
– ?Con respecto a que?
– A tu investigacion. Me hablaste de un camello al que querias ensenarle una foto de Michele.
– Ah, si. Todavia estoy dandole vueltas a eso. Puede que, al final, no haga falta. Se me ha ocurrido otra idea.
– ?Cual?
– Venga, vamos al coche y ahora te la cuento.
El coche, con el morro dirigido hacia el mar, estaba en una explanada que en verano esta siempre llena pero que esa tarde, en cambio, estaba desierta.
– Espera, quiero fumarme antes un cigarro -dijo ella, sacando su pitillera de colores del bolso.
– Puedes fumar en el coche, si quieres.
– No, odio que mi coche huela a tabaco, asi que me imagino lo inaguantable que debe ser para alguien que no fuma, como tu.
Estuve a punto de decirle que yo tambien habia sido fumador, durante muchos anos, y que yo tambien detestaba, ya entonces, el pestazo a tabaco dentro del coche. Pero luego pense que ya habia llegado el momento de dejar de prolongar la situacion. Tenia que coger el toro por los cuernos. Asi de simple.
– Hay una cosa que me gustaria preguntarte.
– Dime -dijo ella, exhalando el humo de la primera calada.
– ?Sabes si Manuela tenia dos moviles?
35
La sorpresa hizo que el humo se le atravesara en la garganta y rompio a toser violentamente. Igual que en una comedia mediocre.
– ?Que quieres decir con eso de dos moviles?
– ?Manuela tenia un solo telefono o mas de uno?
– No se…, creo que solo uno. ?Por que me lo preguntas?
En su voz vibraba ahora una nota de impaciencia que viraba hacia la agresividad.
– Me han dicho que Manuela, probablemente, tenia dos telefonos, y he pensado que tu deberias saber si eso era asi.
– ?Quien te lo ha dicho?
– ?Que importa eso? ?Sabes si tenia dos numeros de telefono, si o no?
– No lo se. Yo solo hablaba con ella por un numero.
– ?Te lo sabes de memoria?
– No, ?para que? Lo tenia en la memoria de mi movil, ?para que iba a aprendermelo?
– ?Lo tienes todavia?
– ?El que?
– El numero de Manuela. ?Lo tienes todavia en la memoria del movil?
Me miro con los ojos desorbitados. No sabia que era lo que estaba pasando exactamente, pero comprendia que no era nada bueno, asi que se puso agresiva.
– ?Se puede saber que cono quieres? ?A que cono vienen estas preguntas?
– ?Has cambiado de telefono despues de la desaparicion de Manuela?
– No. Puedes decirme…
– ?Has borrado el nombre de Manuela de tu telefono?
– No, claro.
– ?Me dejas que vea la memoria de tu movil?
Me miro con una expresion perpleja que se deformo rapidamente en una mueca de rabia mientras tiraba al suelo lo que le quedaba del cigarro.
– Vete a tomar por culo. Abre el coche, arranca y llevame a casa.
Aprete el boton del mando a distancia y el coche se abrio, con un clic suave e inevitable. Caterina se metio dentro en el acto; yo me reuni con ella apenas unos segundos despues, pero me hubiera gustado estar en otra parte. Muy lejos.
Durante un minuto, quiza mas, ninguno de los dos dijo una sola palabra.
– ?Se puede saber por que no arrancas?
– Necesito que me hables del segundo movil de Manuela.
– Y yo necesito que me dejes en paz de una puta vez y que me lleves a casa. No pienso decirte nada.
– Si quieres, te llevo a casa, pero inmediatamente despues ire a los carabinieri, eso lo sabes, ?verdad?
– Por mi, como si te tiras debajo de un coche, es mas, es lo mejor que puedes hacer.
Su voz se estaba quebrando. Por los nervios, cierto, pero tambien por el miedo, que estaba empezando a desbordarse.
– Si acudo a los carabinieri tendre que contarles que Manuela tenia un segundo telefono del que nadie sabia nada. Ellos localizaran rapidamente el numero de ese telefono y conseguiran el listado de las llamadas. Y entonces habra que explicar un monton de cosas, en condiciones mucho mas desagradables que estas.
No respondio. Bajo su ventanilla, cogio un cigarro y lo encendio. Sin preguntarme si podia hacerlo, sin preocuparse por el mal olor. Fumaba y miraba hacia delante, hacia el mar. Yo pensaba que era increible como el miedo y la rabia podian deformar un rostro tan hermoso, hasta volverlo feo.
– Creo que sera mejor que me cuentes todo lo que no me has dicho hasta ahora. Y creo que sera mejor que me lo cuentes a mi, ahora, y no a los carabinieri y al fiscal, en condiciones muy distintas. Puede que asi haya forma de limitar los danos.
– ?Por que estas tan seguro de que Manuela tenia otro numero y de que yo lo conocia?
Estuve a punto de preguntarle si habia leido el relato de Conan Doyle. No lo hice, unicamente, porque me parecia harto improbable.
– En el listado de llamadas de Manuela no figura tu numero.
Necesito algo de tiempo para comprender que significaba eso.
– Es inexplicable que no conste ninguna llamada entre vosotras, teniendo en cuenta lo amigas que erais. Y una, al menos, tendria que constar, porque tu me dijiste que llamaste a Manuela para quedar a tomar el aperitivo. No figura ni siquiera esa llamada.
– No recuerdo desde donde la llame. Puede que lo hiciera a su casa…
– Caterina, hablame del otro telefono. Por favor.
Encendio otro cigarro. Se fumo como la mitad, moviendo la cabeza de forma anomala, como si tuviera un fallo de sincronizacion interna. La bellisima tonalidad de su piel se habia transformado en un gris enfermizo. Empezo a hablar sin previo aviso, sin dejar de mirar hacia el frente.
– Manuela tenia otro numero y otro telefono.
– Y ese era el que usabais para hablar entre vosotras.
– Si.
Durante unos segundos me senti como en un equilibrio precario. Me habia concentrado tanto en obligarla a