A la manana siguiente me desperte cuando ella ya se habia levantado. Entre en la cocina con cara de sueno, y ella, sin decir nada, me sirvio una taza de cafe americano. El cafe americano, abundante, siempre nos habia gustado a los dos.

Bebi dos sorbos y estaba a punto de preguntarle a que hora habia regresado la noche anterior cuando me dijo que queria la separacion.

Lo dijo asi, simplemente: «Guido, quiero que nos separemos».

Tras muchos segundos de silencio ensordecedor me vi abocado a la pregunta mas banal.

?Por que?

Me dijo el porque. Estuvo tranquila e implacable. Quiza yo pensaba que no se habia dado cuenta de como habia transcurrido mi vida por lo menos en los ultimos, digamos, dos anos. Pero ella si se habia dado cuenta y no le habia gustado. Lo que la habia humillado mas no era mi infidelidad -aquella palabra me golpeo el rostro como un escupitajo- sino el hecho de que le hubiera faltado realmente al respeto tratandola como a una estupida. Ella no sabia si yo siempre habia sido asi o si habia ido cambiando. No sabia que hipotesis preferia y tal vez tampoco le importaba mucho.

Me estaba diciendo que me habia convertido en un hombre mediocre o que acaso siempre lo habia sido. Y ella no tenia ganas de vivir con un hombre mediocre. Ya no.

Como un verdadero hombre mediocre, no encontre nada mejor que preguntarle si habia otro. Contesto sencillamente que no y que, ademas, desde aquel instante, eso ya no era asunto de mi incumbencia.

Correcto.

La conversacion no se alargo mucho y diez dias mas tarde estaba fuera de casa.

2

Asi que me echaron -civilizadamente- de casa y mi vida cambio. No mejoro, si bien no me di cuenta enseguida.

Durante los primeros meses tuve incluso una sensacion de alivio y un sentimiento casi de gratitud hacia Sara. Por el valor que habia tenido y que a mi siempre me habia faltado.

En definitiva, me habia sacado las castanas del fuego, como se suele decir.

Habia pensado muchas veces que aquella situacion no podia durar y que debia hacer alguna cosa. Tenia que tomar la iniciativa, encontrar una solucion, hablarle honestamente. Hacer algo.

Pero como era un cobarde no habia hecho nada, aparte de aprovechar las ocasiones clandestinas que se me habian presentado.

En realidad, si pensaba en ello, las cosas que habia dicho aquella manana me quemaban. Me habia tratado de mediocre y de pequeno cobarde y yo lo habia encajado sin reaccionar.

Ademas, en los dias posteriores a aquel sabado, cuando ya habia ido a vivir a mi nueva casa, pense en mas de una ocasion en lo que podria haber contestado, en definitiva, para mantener un minimo de dignidad.

Me acudian a la mente frases del tipo: «No quiero negar mi responsabilidad, pero recuerda que toda la culpa nunca es de una sola parte». Y cosas parecidas.

Afortunadamente esto sucedio solo al cabo de pocos dias, para ser preciso. Aquel sabado por la manana permaneci en silencio y, como minimo, evite hacer el ridiculo.

Al cabo de poco tiempo lo fui dejando y dentro solo me quedaba alguna punzada. Cuando pensaba donde podia estar Sara en aquel momento, en lo que estaba haciendo y con quien se encontraba.

Era muy habil para anestesiar aquellas punzadas y hacerlas desaparecer rapidamente. Las enviaba de nuevo hacia dentro, alla de donde habian venido, incluso mas adentro, mas escondidas.

Durante algunos meses lleve una vida sin orden, de soltero recien estrenado. Lo que se dice vida brillante.

Me relacionaba con companias improbables, participando en fiestas insulsas, bebiendo mas de la cuenta, fumando demasiado, etcetera.

Salia todas las noches. Quedarme solo en casa era una idea insoportable.

Tuve algunas amigas, naturalmente.

No me acuerdo de ninguna conversacion mantenida con ninguna de aquellas chicas.

En medio de todo este lio, se realizo la audiencia para la separacion de mutuo acuerdo. No hubo problemas. Sara se habia quedado la casa, que era suya. Yo habia intentado mantener una actitud digna, renunciando a llevarme los muebles, los electrodomesticos, o sea, cualquier cosa que no fueran mis libros, y tampoco todos.

Nos encontramos en la antesala del presidente del tribunal que se ocupaba de las separaciones. Era la primera vez que la veia desde que me habia ido de casa. Se habia cortado el pelo, estaba un poco morena y yo me pregunte donde podia haberse puesto morena y con quien habia ido a tomar el sol.

No fue un pensamiento agradable.

Antes que pudiera abrir la boca, ella se me acerco y me beso ligeramente en la mejilla. Esto, mas que cualquier otra cosa, me dio la sensacion de lo irremediable. Con treinta y ocho anos recien cumplidos estaba descubriendo por primera vez que las cosas se acaban de verdad.

El presidente intento que nos reconciliaramos, tal como mandaba la ley. Nosotros fuimos muy educados y civilizados. Hablo -poco- solo ella. Lo habiamos decidido, dijo. Era un paso que dabamos con respeto mutuo, serenamente.

Yo permanecia callado, asentia y, en aquella pelicula, me sentia el actor secundario. Todo acabo muy deprisa, teniendo en cuenta que no habia problemas de dinero, de casas, de ninos.

Cuando salimos del despacho del juez, de nuevo ella me dio un beso, esta vez casi en la comisura de los labios. «Adios», dijo.

«Adios», dije, cuando ella ya se habia girado y ya se alejaba.

«Adios», dije de nuevo a la nada, despues de fumarme un cigarrillo apoyado en la pared.

Me fui cuando me di cuenta de las miradas de los empleados que circulaban por alli.

Fuera era primavera.

3

La primavera se transformo rapidamente en verano, pero los dias transcurrian siempre todos iguales.

Tambien las noches eran todas iguales. Oscuras.

Hasta una manana de junio.

Estaba en el ascensor, de regreso del tribunal, y subia hacia mi estudio, en el octavo piso, cuando, de repente y sin razon alguna, me asalto el panico.

Cuando sali del ascensor, permaneci en el rellano durante un tiempo indefinido, con la respiracion jadeante, sudores frios, nauseas, la mirada fija en un extintor. Y un miedo terrible.

– ?Se encuentra bien, abogado?

El tono del senor Strisciuglio, empleado de hacienda jubilado, inquilino del otro apartamento del piso, mostraba perplejidad, era de preocupacion.

– Estoy bien, gracias. Tengo un poco de dolor de cabeza, pero no creo que sea un problema. ?Y usted como esta?

No es verdad. Dije que habia tenido un ligero mareo, pero que ahora ya me encontraba bien, gracias, buenos dias.

Evidentemente no todo funcionaba, como iba a comprender incluso demasiado bien en los dias y los meses sucesivos.

En primer lugar, al no saber lo que me habia ocurrido aquella manana en el ascensor, empece a estar

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