levantando su reluciente bayoneta y avanzando esperanzadamente hacia el futuro; alrededor del pedestal, los artilleros seguirian defendiendo la posicion que se les habia encomendado, cualquiera que esta fuera. ?Y luego? ?Pondrian algo en el lugar de Alyosha, o habia pasado ya la hora de los monumentos?
Peter Solinsky miro hacia abajo por encima de los castanos y los tilos desnudos, de los alamos, los nogales… Aun faltaban semanas para que aparecieran los primeros brotes. Hacia el oeste diviso el monte Rykosha, escenario de aquella adolescente rapsodia de Petkanov (o de aquel cuento suyo intrascendente). La ciudad se extendia al sur, envuelta en la niebla, protegida por sus murallas domesticas. Amistad 1, Amistad 2, Amistad 3, Amistad 4… Tal vez deberia mudarse a una nueva vivienda, como habia sugerido Maria. Podria hablar de ello al ministro adjunto de la Vivienda, que, como el, habia sido uno de los primeros militantes del Partido Verde. El que Maria no fuera a acompanarle no implicaba que tuviera que seguir viviendo en una sucia ratonera. ?Seis habitaciones, tal vez? Un fiscal general tiene que recibir a veces en casa a algunos dignatarios extranjeros. Y, despues… Bien, no pensaba estar siempre divorciado.
Se vio a si mismo alli de nino, de pie, tieso, junto a su padre, escuchando la banda de musica, viendo como el embajador de la URSS depositaba una corona de laurel y saludaba marcialmente. Recordo a Stoyo Petkanov, rebosando poder. Y a Anna Petkanova tambien: su cara inexpresiva, la trenza del pelo… Durante los siguientes diez anos, o mas, habia alimentado un amor platonico por la Guia de las Juventudes. Las fotografias de las revistas habian puesto de moda su estilo, y se habia interesado por el jazz. ?La habian asesinado realmente? ?Hasta ese extremo se habia envilecido el pais? Pero ?hacia alguien algo por alguna razon? Imposible afirmarlo… Stalin habia asesinado a Kirov: ?bienvenido sea el mundo moderno!
Mientras bajaba los peldanos de granito, Peter Solinsky saco del bolsillo de su gabardina las dos
– ?Que tal el fin de semana, Peter? ?Ha ocurrido algo? ?Se han manifestado los deficientes mentales contra la nueva Constitucion?
Aquel hombre era infatigable. No podias llegar a comprenderle, porque te agotaba mas y mas. Debia de ser por todo el yogur que tomaba. O por el geranio silvestre de debajo de su cama. Buena salud y larga vida: la planta de los centenarios. Tal vez deberia ordenar al soldado de guardia que lo arrojara por la ventana la proxima vez que Petkanov saliera de la habitacion.
El fiscal general no tenia ya la sensacion de estar librando un combate con el. El caso habia quedado visto para sentencia y lo habia ganado. Era extrano que el acusado no le demostrara resentimiento -o, por lo menos, ningun resentimiento adicional- tras sus alegaciones respecto a Anna Petkanova. O tal vez eso quisiera decir algo.
– Fui a ver a mi padre -respondio Solinsky.
– ?Como esta?
– Se esta muriendo; ya se lo dije.
– Bueno, lo siento. De verdad, lo siento. A pesar de nuestras diferencias…
Solinsky no deseaba oir otra grotesca y sentimental perversion del pasado de su familia.
– Mi padre me hablo de usted -le corto. Petkanov clavo en el una mirada expectante, como de lider acostumbrado a los halagos. Pero su gesto se borro al estudiar el rostro del fiscal: afilado, duro, adulto… No, definitivamente no podia seguir considerandolo un muchacho-. Mi padre no tenia ya mucho que decirme, pero quiso que le escuchara. Me conto que cuando usted era joven, cuando eran jovenes los dos, usted creia realmente en el socialismo. ?Oh, si!, me dijo tambien que usted estaba loco por el poder, pero eso no era incompatible con la sinceridad de sus convicciones. Y se preguntaba en que momento dejo usted de creer. Le preocupaba saber cuando y como ocurrio. Tal vez a la muerte de su hija, o quiza, pensaba el, mucho, mucho antes.
– Puedes decirle a tu padre que aun conservo intacta mi fe en el socialismo y en el comunismo. Que nunca he titubeado en el camino.
– Entonces le interesara saber lo que me dijo mi padre justo antes de marcharme. Me dijo: «Te propongo un acertijo, Peter: ?quien es peor, el autentico creyente, que sigue creyendo a despecho de todas las pruebas en contra que le presenta la realidad observable, o la persona que admite semejante realidad y, a pesar de ello, sigue proclamando que cree realmente?»
Por una vez, Stoyo Petkanov trato de no manifestar toda su exasperacion. Era igualito que el viejo Solinsky, siempre tratando de darselas de intelectual. Ya podian estar dando los ultimos toques a la aprobacion del siguiente programa economico, con los ministros quejandose de los objetivos marcados, o de las lluvias en tiempo de cosecha, o de la incidencia de una nueva crisis en el Oriente Medio sobre el abastecimiento de crudo de la Madre Rusia…, que el viejo Solinsky, jugueteando con su pipa y recostandose en el respaldo de su silla, se pondria a teorizar pomposamente: «Camaradas, he estado releyendo…» Esta era su forma favorita de empezar a aburrirlos. ?Releyendo! Uno lee, naturalmente, para empezar; y estudia… Pero luego trabaja, actua. Los principios cientificos del socialismo ya estaban dados; tu no tenias mas que aplicarlos. Con variantes locales, por supuesto. Pero, cuando estabas decidiendo la fecha en que habian de completarse las obras de una presa hidroelectrica, o preguntandote por que los campesinos del noreste acaparaban trigo, o estudiando un informe del Departamento de Seguridad Interior sobre la minoria etnica hungara, no te hacia ninguna falta… oigame bien, senor camarada-doctor-profesor de mierda Solinsky, y perdoneme que le sea tan franco…, no tenia ninguna necesidad de releer nada. Su problema era que habia sido demasiado blando, demasiado paciente con el padre de Peter. Hubiera debido enviar mucho antes a aquel viejo loco a entrenarse en el campo con sus abejas. No se habia mostrado tan sutil, tan infatuado y tan amante de teorizar cuando estuvieron juntos en la prision de Varkova. No se le habia ocurrido entonces pedir permiso a los carceleros para releer nada antes de ajustarle las cuentas a aquel tipo de la Guardia de Hierro que se habia rezagado del grupo principal. En aquel tiempo, Solinsky sabia muy bien como hacer lloriquear a un fascista.
Pero el ex presidente se guardo de decir nada de todo esto. En vez de ello, respondio en voz baja a su interlocutor:
– Todos tenemos nuestras dudas. Es normal. Tal vez hubo momentos en que ni siquiera yo mismo crei. Pero permiti que otros creyeran. ?Puedes
– ?Ya estamos! -replico el fiscal-. ?El gran redentor! El cura descreido que guia a los ignorantes al cielo.
– Tu lo dices.
– Es culpable, abuela.
La abuela de Stefan sacudio la cabeza ligeramente y, por debajo de su gorro de lana, clavo sus ojos en el rostro del estudiante. En aquel tordillo necio, que sonreia estupidamente y hacia muecas al retrato en color de V. I. Lenin.
– Tambien han encontrado culpable a tu novio, abuela. De paso.
– ?Estas contento, pues?
Aquella inesperada pregunta de la anciana desconcerto al tordillo. Se lo penso un instante, y exhalo luego el humo de su cigarrillo sobre el fundador del Estado Sovietico.
– Si -respondio-. Ya que me lo preguntas, si. Me siento feliz.
– Entonces, te compadezco.
– ?Por que? -Por primera vez el muchacho parecio fijarse realmente en la anciana sentada bajo su icono. Pero ella habia apartado ya sus ojos de el y se habia abismado de nuevo en sus recuerdos-. ?Por que? -repitio.
– Dios prohibe que un ciego aprenda a ver.
Vera, Atanas, Stefan y Dimiter apagaron el televisor y salieron a tomar una cerveza. Se sentaron en un cafe lleno de humo que antes del cambio habia sido una libreria.