– Lo haremos -replico Livia-. ?Y punto!
La nina asintio entre risas, pero para Joakim no era una broma. Sin embargo, deseaba que llegara todo ese trabajo que iban a hacer el proximo invierno. Katrine y el intentarian encontrar empleo como profesores en la isla, y reformarian juntos la casa por las tardes y fines de semana. Ella ya habia empezado.
Joakim se detuvo sobre la hierba, junto a la playa, y lanzo una mirada hacia los edificios a su espalda.
«Situada en un lugar aislado y tranquilo», como decia el anuncio.
Todavia no se habia acostumbrado al tamano de la casa; se elevaba en la cima de una leve pendiente herbosa, con sus esquinas blancas y sus paredes de madera roja. Dos hermosas chimeneas sobresalian del tejado como dos torres negras de hollin. Una calida luz dorada brillaba en la ventana de la cocina y en el porche, mientras el resto de la casa permanecia a oscuras.
Todas las familias que habian vivido alli durante todos aquellos anos habian desgastado paredes, umbrales y suelos: fareros, ayudantes de farero y asistentes, o como se llamaran. Todos habian dejado su huella en la casa.
«Recuerda que cuando nos mudamos a una vieja casa de madera, la casa tambien se muda a nosotros»; Joakim lo habia leido en un libro sobre como reformar construcciones de madera. Pero ese no era su caso; ellos habian abandonado Bromma sin problema. Sin embargo, durante aquellos anos si era verdad que habian encontrado a algunas familias que cuidaban de sus casas como si de un hijo se tratara.
– ?Os apetece ir a los faros? -pregunto Katrine
– ?Si! -exclamo Livia-. ?Y punto!
– Las piedras pueden estar resbaladizas -apunto Joakim.
No queria que sus hijos le perdieran el respeto al mar y bajaran solos a la playa. Livia apenas podia nadar unos cuantos metros y Gabriel aun no habia aprendido.
Pero Katrine y Livia ya se dirigian de la mano por el camino de piedra que conducia al mar. Joakim cogio a Gabriel en brazos y las siguio cauteloso por los irregulares bloques de piedra.
No estaba tan resbaladizo como habia pensado, solo eran rugosos e irregulares. En ciertos puntos, las olas los habian movido de su sitio y habian resquebrajado el cemento que los mantenia unidos. Ese dia, el viento era suave, pero Joakim percibio el poder de las fuerzas de la naturaleza. Invierno tras invierno, con hielo a la deriva y fuertes tormentas: pese a todo, los faros habian aguantado.
– ?Que altura tendran? -inquirio Katrine, y observo la torre.
– No tengo nada con que medirlas…, pero diria que unos veinte metros -repuso Joakim.
Livia doblo el cuello hacia atras y miro a lo alto de su faro.
– ?Por que no esta iluminado?
– Se encienden cuando anochece -contesto Katrine.
– ?Aquel de alli no se enciende nunca? -pregunto Joakim, y retrocedio para alzar la vista hacia la torre norte.
– Me parece que no -respondio su mujer-. Desde que nos mudamos, siempre ha estado apagado.
Cuando el rompeolas se bifurco, Livia eligio el lado izquierdo, alejandose del faro de su madre.
– ?Cuidado, Livia! -grito Joakim, y bajo la vista al oscuro mar que quedaba por debajo del camino de piedras.
Quiza solo hubiera un par de metros de profundidad, pero no le gustaban las sombras ni la oscuridad de alli abajo. Sabia nadar bastante bien, aunque nunca habia sido de esos que en verano se tiran alegremente al agua; ni siquiera en los dias de mucho calor.
Katrine habia llegado al islote y se acerco a la punta del mismo. Miro a ambos lados. Al norte solo se veian playas desiertas y bosquecillos, al sur praderas y, a lo lejos, cobertizos de pesca.
– Ni un alma -dijo-. Creia que por lo menos se verian algunas casas.
– Hay demasiados cabos e islotes en medio -apunto Joakim. Senalo con la mano libre hacia la orilla norte-. Mirad. ?Habeis visto?
Se trataba de los restos de un barco encallado a un kilometro de distancia, en la costa rocosa; era tan antiguo que lo unico que quedaba de el era un casco estropeado y tablones descoloridos por el sol. La embarcacion habia sido empujada hacia alli durante una tormenta invernal y lanzada a tierra, donde se quedo. El barco yacia tumbado de costado entre las rocas; el armazon que sobresalia le recordo a Joakim unas costillas gigantes.
– El pecio, si -dijo Katrine.
– ?No vieron los faros? -pregunto el.
– A veces los faros no bastan…, sobre todo en una tormenta -respondio ella-. Livia y yo fuimos alli hace unas semanas. Buscabamos piezas bonitas de madera, pero ya se lo habian llevado todo.
La entrada al faro consistia en una boveda de piedra de un metro de grosor con una pesada puerta de hierro, bastante oxidada, en la que apenas quedaban restos de la pintura blanca original. No habia cerradura, solo una traviesa con un candado asimismo oxidado, y cuando Joakim tiro de la puerta para abrirla, esta no se movio ni un milimetro.
– He visto un llavero con llaves viejas en el armario de la cocina -comento-. Tendremos que probarlas alguna vez.
– Si no, podemos hablar con capitania maritima -apunto Katrine.
Joakim asintio y retrocedio un paso. Los faros no entraban en el precio de la casa.
– Mama, ?los faros no son nuestros? -pregunto Livia cuando regresaron a la playa.
Parecia decepcionada.
– Si -contesto Katrine-, en cierto modo. Pero no tenemos que encargarnos de ellos. ?No es cierto, Kim?
Sonrio a su marido, y el asintio.
– Tenemos de sobra con la finca.
Katrine se habia dado la vuelta en la cama mientras Joakim estaba en la habitacion de Livia, y cuando el se metio de nuevo bajo el edredon, tanteo entre suenos con los brazos, buscandolo. El noto el olor de ella y cerro los ojos.
La vida en la gran ciudad parecia finiquitada por completo. Estocolmo habia encogido hasta convertirse en un punto gris en el horizonte, y los recuerdos de la busqueda de Ethel se habian difuminado.
Paz.
Una vez mas, se oyeron debiles quejidos desde la habitacion de Livia, y Joakim contuvo la respiracion.
– ?Mama?
En esta ocasion, su grito sono mas alto que la vez anterior, y el solto un cansado suspiro.
A su lado, Katrine levanto la cabeza y aguzo el oido.
– ?Que? -mascullo.
– ?Mama? -grito Livia de nuevo.
Katrine se sento. A diferencia de Joakim, podia pasar del sueno a la vigilia en un par de segundos.
– Yo ya lo he intentado -dijo el en voz baja-. Creia que se habia dormido, pero…
– Ire yo.
Katrine se levanto de la cama sin dudarlo, y se puso las zapatillas y la bata.
– ?Mama?
– Ya voy, mocosa -murmuro.
Joakim penso que eso no estaba bien. No estaba bien que cada noche Livia quisiera dormir con su madre a su lado. Era una costumbre que habia comenzado el ano anterior, cuando el sueno de la nina se torno inquieto -quiza debido a Ethel-. Le costaba dormirse y solo lo hacia realmente tranquila cuando Katrine estaba a su lado. Hasta el momento, no habian conseguido que se acostumbrara a dormir sola una noche entera.
– Hasta luego,
El deber de los padres. Joakim yacia en la cama y ya no se oia ningun ruido desde el cuarto de Livia. Katrine habia tomado el relevo, y el se relajo y cerro los ojos. Sintio que volvia a dormirse.
La finca estaba en silencio.
La vida en el campo habia comenzado.
