– Tengo una idea -dijo Tommy, tras haber descargado la mercancia robada a la luz de las linternas-. Una propuesta. Escuchad y decidme que pensais.

– ?Que?

Tommy no respondio enseguida. Se estiro hacia el interior de la furgoneta y tiro de algo. Parecia un gran gorro de lana negro.

– Conseguimos esto en Copenhague -explico.

Despues, ilumino la lana negra con la linterna y Henrik vio que no se trataba de un gorro.

Era un pasamontanas, con agujeros para los ojos y la boca.

– Mi propuesta es que la proxima vez nos pongamos esto -dijo Tommy-, y que pasemos de las casas de veraneo.

– ?Si? ?Y que hacemos entonces?

– Casas habitadas.

Durante unos instantes, se hizo el silencio entre las sombras junto a la playa.

– Claro -asintio Freddy.

Henrik observo el pasamontanas sin decir nada. Pensaba.

– Lo se…, el riesgo aumenta -prosiguio Tommy-. Pero las ganancias tambien. Nunca encontraremos dinero ni joyas en las residencias de verano…, solo en casas habitadas todo el ano. -Guardo el pasamontanas en la furgoneta y anadio-: Por supuesto, tendremos que consultar con Aleister si todo esta bien. Y elegiremos casas seguras, alejadas y sin alarma.

– Y sin perros -anadio Freddy.

– Claro. Tampoco ningun jodido perro. Y con los pasamontanas puestos nadie nos reconocera -dijo Tommy, y miro a Henrik-. ?Que te parece?

– No se.

En realidad, lo importante no era el dinero -ahora Henrik tenia un buen trabajo artesanal-; lo que buscaba era excitacion. Huir de la rutina.

– No importa, lo haremos Freddy y yo solos -decidio Tommy-. Asi tocaremos a mas.

Henrik nego enseguida con la cabeza. Quiza no haria muchos mas viajes con Tommy y Freddy, pero queria ser el quien decidiera cuando acabar.

Penso en el barco dentro de la botella que habian destrozado contra el suelo al comienzo de la noche y dijo:

– Seguire con vosotros…, si nos lo tomamos con calma. Si nadie sale herido.

– ?A quien podriamos herir? -pregunto Tommy.

– A los duenos de las casas.

– Estaran durmiendo, joder…, y si alguien se despierta solo hablaremos en ingles. Entonces creeran que somos extranjeros.

Henrik asintio sin estar convencido del todo. Cubrio con la lona los objetos robados y cerro el cobertizo con el candado.

Se metieron en la furgoneta y condujeron hacia el sur de la isla, de vuelta a Borgholm.

Tardaron veinte minutos en llegar a la ciudad, donde hileras de farolas impedian el paso a la oscuridad otonal. Pero las aceras estaban tan desiertas como la carretera nacional. Tommy redujo la velocidad y torcio hacia el edificio en el que vivia Henrik.

– Bueno -dijo-, hasta la semana que viene. ?Nos vemos el martes?

– Si, claro…, pero pasare por alli antes de eso.

– ?Te gusta andar por sitios deshabitados?

Henrik asintio.

– Vale -contesto Tommy-, pero que no se te ocurra hacer negocio con las cosas. Encontraremos un comprador en Kalmar.

– Eso espero -repuso Henrik, y cerro la puerta del vehiculo.

Se encamino hacia la entrada en penumbra y miro el reloj. La una y media. Aun era bastante temprano, y podria dormir en su cama solitaria durante cinco horas antes de que el reloj lo despertara para ir al trabajo.

Penso en todas las casas de la isla donde dormia alguien. Los residentes del lugar.

Si pasaba algo, se largaria. Si alguien se despertaba durante el robo, entonces sencillamente se largaria. Los hermanos y el espiritu del vaso se las tendrian que arreglar solos.

3

Tilda Davidsson estaba sentada en el pasillo de la residencia de Marnas, sosteniendo la bolsa de la grabadora, al otro lado de la puerta de la habitacion de Gerlof, su anciano pariente. No se encontraba sola; un poco mas alla, en un sofa del pasillo, se habian sentado dos senoras de pelo cano que quiza esperaran el cafe de la tarde.

Las mujeres hablaban sin parar, y Tilda no tuvo mas remedio que escuchar el murmullo de su conversacion.

Conversaban en un tono descontento y preocupado, con una larga serie de prolongados suspiros.

– Si, se pasan el dia viajando -dijo la mujer mas cercana a Tilda-. Un viaje al extranjero tras otro. Cuanto mas lejos, mejor.

– Asi es, no se privan de nada -anadio la otra-, asi viven…

– Si, y cuando compran cosas… tienen que ser caras -apunto la primera-. La semana pasada, llame a mi hija pequena y me dijo que su marido y ella van a comprarse un coche nuevo. «Pero si teneis un buen coche», dije. «Si, pero este ano todos los vecinos se han cambiado el suyo», respondio.

– Si, hay que comprar y comprar sin parar.

– Ya. Y tampoco llaman por telefono.

– No, no… Mi hijo nunca llama, ni siquiera el dia de mi cumpleanos. Siempre soy yo quien llama, y entonces no tiene tiempo para hablar. Siempre esta a punto de salir a alguna parte, o si no estan dando algo interesante en la television.

– Si, tambien compran televisores todo el tiempo, y tienen que ser bien grandes…

– Y neveras nuevas.

– Tambien cocinas.

Tilda no tuvo tiempo de oir mas, porque la puerta de la habitacion de Gerlof se entreabrio.

Este tenia algo encorvada su larga espalda y las piernas le temblaban un poco, pero sonrio a Tilda de manera desenfadada y a ella su mirada le parecio mas despierta que cuando se habian visto el invierno pasado.

Gerlof, que habia nacido en 1915, celebro su ochenta cumpleanos en la casa de verano de Stenvik. Sus dos hijas estuvieron presentes: Lena, la mayor, con su marido y sus hijos, y Julia, la hermana pequena, con su nuevo marido y los tres hijos de este. Ese dia el reumatismo de Gerlof lo mantuvo recluido en el sillon toda la tarde. Pero ahora la recibia de pie en el umbral, apoyado en su baston; vestia chaleco y pantalones de tela de gabardina.

– Bien, ya se ha acabado el pronostico del tiempo -dijo en voz baja.

– Perfecto.

Tilda se levanto. Habia tenido que esperar a que Gerlof terminara de escuchar la informacion meteorologica. Tilda no comprendia por que le daba tanta importancia -no era probable que fuera a salir con aquel frio-; seguramente habia adquirido esa costumbre en su epoca de capitan de barco en el mar Baltico.

– Pasa, pasa.

Le tendio la mano desde el otro lado del umbral: Gerlof no era una persona que abrazara a la gente. Tilda ni siquiera le habia visto palmearle el hombro a nadie.

Sintio la aspereza de su mano al estrechar la suya. Gerlof habia empezado a trabajar en el mar a los quince anos y, a pesar de que llevaba en tierra mas de veinticinco, aun tenia callos en las manos de todas las maromas de las que habia tenido que tirar, de todas las cajas que habia levantado y de todas las cadenas que habian aranado su piel.

– ?Que tiempo hara? -pregunto ella.

– No preguntes. -Gerlof suspiro y se sento con dificultad en una de las sillas junto a la mesa del cafe-. Han

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