de ella como si nada ocurriera, porque el mal genio no es de recibo cuando se viene de comulgar. Pero apenas se hubo aproximado a la vecina imprevista, hizo un ligero movimiento de rechazo: de la desconocida emanaba un perfume de ambar que no habia olvidado a pesar de los anos transcurridos, por ir unido a uno de sus peores recuerdos. La impresion fue tan fuerte que tomo su libro e intento cambiar de sitio; pero entonces sintio algo duro que le apretaba las costillas, y al mismo tiempo una voz, baja pero autoritaria, le intimo:
— ?Quieta o te mato aqui mismo!
Ya no era posible dudar, y Sylvie exclamo:
— ?Chemerault! ?Otra vez vos!
— ?La Baziniere, si no te importa! Se diria que no ha pasado el tiempo para ti. Yo, en cambio, lo he encontrado infinitamente largo.
El espeso velo con que se habia envuelto la antigua doncella de honor disimulaba bien sus facciones, pero la voz no habia cambiado. Tampoco el odio que traslucia, por lo demas.
— Os agradeceria que no me tutearais -dijo Sylvie-. Me horrorizan esos modales populacheros.
— Mi lenguaje es el adecuado para una golfa como tu, ?duquesa de opereta!
— Despues de todo, no tiene importancia. ?Que quereis de mi?
— Llevarte a dar un paseo. Mi coche esta delante de la puerta. ?Tenemos tantas cosas que contarnos…!
Aunque expresadas en susurros, las palabras de las dos mujeres conservaban toda su carga de colera, de un lado, y de tranquilo desden por el otro.
— Decidme lo que tengais que decirme, no me movere. No os atrevereis a disparar en una iglesia.
— Voy a probarte que no tendria el menor inconveniente en hacerlo. Y te juro que vas a salir, porque he de hablarte del hombre al que hiciste asesinar en Saint-Germain hace quince dias. De Fulgent de Saint-Remy, ?mi amante!
La sorpresa hizo que Sylvie, sobresaltada, estuviera a punto de gritar.
— ?Vuestro amante? Pero ese hombre no tenia ni un centimo, y vos siempre habeis sido una mujer cara…
— Consiguio ganar bastante, y yo le ayude porque, ?sabes?, le segui a todas partes… salvo a Candia, por supuesto. Yo me habia instalado en Marsella desde hacia varios anos. Estabamos a punto de alcanzar nuestra meta, pero tu y tu hija lo echasteis todo a perder. Nunca sere duquesa de Fontsomme, como sonaba desde la epoca del Gran Cardenal.
— ?Mi hija? Era ella la que tenia que casarse con ese miserable…
— Llamalo miserable si quieres, pero ella no habria sido su esposa mucho tiempo. Despues, todo habria sido para mi… ?Sales de una vez?
El canto de las religiosas habia disimulado el ligero rumor de la discusion, pero la misa concluia ya. Se arrodillaron para recibir la bendicion.
— ?Disparad! -susurro Sylvie-. No voy a levantarme.
— ?Tu crees?
La boca de la pistola se aparto de sus costillas y apunto, debajo del velo, a una de las personas presentes.
— Si no vienes, mato primero a esa…
El percutor dio un ligero chasquido. Sylvie comprendio que aquella mujer, probablemente medio loca, era capaz de todo para llevarsela a donde pretendia, y se puso en pie.
— Os sigo.
— ?Ni hablar! Vas a tomarme del brazo y saldremos tan contentas como las dos buenas amigas que somos.
Por mas que aquel contacto la horrorizara, Sylvie dejo que Madame de La Baziniere la tomara del brazo, y de inmediato noto de nuevo la presion del arma en su costado.
— Una bala en el vientre hace mucho dano -susurro la mujer-, y se tarda mucho en morir. De modo que no hagas nada raro.
— ?Y adonde vamos?
— Al lugar donde he decidido acabar contigo… de una manera tal que tendre todo el tiempo del mundo para disfrutar de tu muerte.
Salieron a la escalinata. Frente a los peldanos, en efecto, esperaba un coche. Sylvie comprendio que, si subia, estaria perdida, y decidio correr el riesgo. Por lo menos, alli tal vez alguien podria detener a la asesina. Reunio fuerzas, pidio mentalmente perdon a Dios, y dio un empujon a su acompanante con tanta fuerza que esta tropezo y estuvo a punto de rodar por la escalera, pero consiguio sujetarse a la barandilla de hierro. Con un grito de rabia, saco la pistola y disparo. Sylvie cayo con un grito de dolor.
No oyo el disparo, venido de la calle, que la vengo de inmediato.
Su desvanecimiento no duro mucho tiempo. Cuando abrio los ojos, despertada por el dolor y por una sensacion de malestar agudo, se encontraba en brazos de un hombre barbudo que se la llevaba a la carrera. Un poco detras, Perceval de Raguenel se esforzaba en seguirle. Ella murmuro:
— Dejadme en el suelo,
— Ya llegamos. ?No os movais!
?Aquella voz! Intento ver mejor el rostro, cubierto por una abundante barba rubia y protegido por un gran sombrero negro.
— ?Me direis…?
— ?Silencio! ?No hableis!
Delante de ellos, se abrian las puertas del
— ?Dios mio! ?Eres realmente tu? ?No sueno? ?Estas… vivo?
— Diria que si…
Ella no se desmayo, pero extendio los brazos para estrecharle contra ella. Permanecieron largo tiempo abrazados, llorando y riendo los dos, sin encontrar nada que decir, dominados por la emocion. Mientras tanto, Marie habia pedido a Perceval que le contara lo sucedido delante de la capilla: habian ido en busca de la duquesa porque Philippe insistia en creerla en peligro, y fueron testigos de la escena, a la que puso fin un joven de aspecto agradable, aunque severo, que habia abatido a la criminal de un disparo de pistola. De inmediato, las personas del coche habian subido a su ama y desaparecido sin dar ni pedir mas explicaciones.
— ?Quien era ese hombre? -pregunto Marie-. ?Y como es que se encontraba tan oportunamente en ese lugar para disparar sobre esa loca?
— No es una loca, es la viuda del financiero La Baziniere, y la enemiga jurada de tu madre desde que las dos estaban juntas al servicio de la reina Ana. En cuanto al hombre de la pistola, es un antiguo agente de Fouquet que ha pasado al servicio de Monsieur de La Reynie, el magistrado para quien el rey ha creado el cargo de teniente de la policia. Vigilaba a la ex Mademoiselle de Chemerault desde hace algun tiempo porque ella frecuentaba los garitos y trataba con gentes de mal vivir… Ya hemos hablado bastante, hay que examinar esa herida.
— No parece que sea de mucha gravedad -sonrio Marie al contemplar la pareja formada por la madre y el hijo, que parecian sordos y ciegos a todo lo que les rodeaba.
— Ha perdido bastante sangre… ?Vamos, Philippe, dejala! Marie y Jeannette la desvestiran, y luego yo la examinare.
— Tenemos que enviar a buscar un medico -protesto Marie-. El de la reina, Monsieur D’Aquin…
— Desde luego que no. Si el caso va mas alla de mis conocimientos, recurriremos a Mademoiselle.
— ?Que idea mas absurda! Mademoiselle es sin duda…
— ?Se lo que digo! ?Vamos, al trabajo! Tu, Philippe, tendrias que asearte un poco y dejar que te afeite Pierrot. Pareces un hombre de los bosques.
— ?Quiza! Me lavare con gusto, pero me niego a quitarme la barba. Acabo de deciroslo: aparte de las