verdaderamente increible. Pero volvamos a mi marcha de la isla de Candia, que se produjo en efecto una hora despues, en una galera en la que me encerraron en el cuartito donde guardaban las balas de los canones colocados en el castillo de proa. Estaba encadenado, pero era un rincon bastante limpio en el que incluso me dieron un cubo para mis necesidades naturales. Para mi sorpresa, Zani viajo conmigo y durante el viaje, que duro algo mas de ocho dias, vino a menudo a verme y me hizo continuas preguntas sobre quien era yo, sobre mi familia, mi vida en Europa, el rey, y por supuesto monsenor, ?sobre todo monsenor! Pero cuando le pedia que me diera noticias suyas, repetia siempre la misma frase: “Tu almirante es el prisionero de Su Alteza el gran visir Fazil Ahmed Koprulu Pacha, que Ala (?sea tres veces bendito su nombre!) quiera conservarnos.' Nunca cambiaba una sola palabra y acabe por cansarme de tantas bendiciones. En el fondo, me bastaba saber que seguia con vida.

»Lo confieso, la vista de Constantinopla, adonde llegamos una tarde cuando el sol se ponia, me maravillo. La ciudad se asienta sobre tres estrechos marinos, pero yo vi unicamente uno al desembarcar de mi galera: el Bosforo, entre la orilla asiatica y la larga punta de Estambul, coronada por grandes cupulas doradas, cupulas mas pequenas de color azul o verde, y altos minaretes blancos, en medio de una infinidad de jardines que se prolongaban hasta el palacio y los jardines del sultan, junto al agua azul. Los ultimos rayos del dia banaban todo aquello en un esplendor de oro y purpura, subrayado por los grandes cipreses negros que se recortaban un poco por todas partes contra el cielo y acentuaban la belleza de los edificios. Pero no tuve oportunidad de penetrar en lo que, de lejos, parecia una imagen del paraiso. La galera atraco bajo los muros de una poderosa fortaleza situada en el extremo de la gigantesca muralla que protege la parte de Estambul situada junto al mar. Zani me informo con evidente placer: aquello era Yedi-Kule, el castillo de las Siete Torres, cuya siniestra reputacion habia dado desde hacia muchos anos la vuelta al Mediterraneo. Las cabezas cortadas visibles en las almenas mostraban con creces que esa reputacion no era exagerada. Se decia que un sultan habia sido asesinado alli por sus jenizaros, cincuenta anos atras. Ademas, el olor era insoportable porque en las inmediaciones de aquel infierno, junto a uno de los mataderos, estaban los talleres de los curtidores, de fabricacion de cola fuerte o de conejo, y de cuerdas de tripa. Al principio crei que me seria imposible vivir en medio de aquella pestilencia, pero acabe por acostumbrarme. Por otra parte, tuve la suerte de que la celda en que me arrojaron tuviera una estrecha abertura, enrejada pero que daba al mar.

»Alli estuve encerrado meses y meses, helado durante el invierno y sofocado en verano, sin ver nada ni oir otra cosa que la llamada de los muecines y los gritos de las gaviotas o los Condenados. Los gritos de los empalados eran atroces, intolerables. Lo peor era carecer de noticias. A veces llegaba a olvidar quien era, porque las imagenes del pasado me resultaban particularmente dolorosas. Ademas, la inquietud por la suerte de monsenor me corroia interiormente. ?Por que me dejaban alli, atormentandome, sin mas presencia que la del carcelero que me traia cada dia lo justo para no morirme de hambre?

»Habia acabado por convencerme de que pasaria el resto de mi vida en aquella tumba cuando, una tarde, vinieron a buscarme los soldados. Pense que habia llegado mi ultima hora y me apresure a recitar una oracion, pero en el patio del castillo me vendaron los ojos y me hicieron subir a una litera cerrada por unas cortinillas de cuero. No vi nada durante el trayecto. El olor innoble al que estaba habituado dejo paso a aromas mas agradables, y luego a otros que me parecieron divinos cuando me hicieron bajar. Debia de encontrarme en un jardin porque tenia la impresion de hallarme rodeado de flores. Despues mis pies descalzos tocaron un suelo liso y resbaladizo hasta el momento en que, en una atmosfera humeda y calida, me quitaron por fin la venda. Comprendi que estaba en lo que los turcos llamaban hammam, un lugar reservado a los banos. Dos esclavos negros me despojaron de los harapos infames que me cubrian, me sumergieron en una tina llena de agua caliente y me lavaron como a un caballo, con mucho jabon y un cepillo de cerda dura. Los dos banos sucesivos, caliente y frio, y el masaje con aceite aromatico me parecieron el colmo de la delicia, y volvi a encontrarme casi tan en forma como antes de mi larga cautividad. Despues me vistieron con una camisa y un largo habito azul cenido con un cinturon, me calzaron unas babuchas rojas y, despues de haberme servido una comida de carne asada y arroz, de nuevo me vendaron los ojos para confiarme a un personaje del que no vi, por debajo de la venda, mas que los bajos de un vestido blanco y los pies calzados con babuchas amarillas.

»Sin dirigirme la palabra, me condujo a traves de lo que me parecio una infinidad de pasillos y jardines. Me encontre al fin sobre una alfombra de un hermoso color rojo oscuro entrecruzado con hilos de oro, al borde de la cual me hicieron descalzarme. Avance aun unos pasos, y me quitaron la venda: estaba ante un hombre ricamente vestido y con un gran turbante blanco envuelto en torno a un cono de fieltro rojo y adornado con plumas de garza. Supuse que se trataba de un alto personaje, y asi lo confirmaba su sable, con la vaina y la empunadura adornados con rubies, colocado delante de el en una mesita baja.

»Estaba sentado, con las piernas cruzadas, en una especie de banqueta cubierta de brocado rojo y sobre la que habia algunos almohadones, colocada sobre un estrado tapizado de seda. El estrado ocupaba el fondo de una sala recubierta con ladrillos de colores brillantes bajo unos ventanales con vidrieras a traves de las cuales penetraba la musica de una fuente. El hombre que me acompanaba me arrojo de bruces contra el suelo. Ese trato me indigno. Quise incorporarme de inmediato, y para mi sorpresa no me empujo de nuevo al suelo. Vi entonces que el alto personaje le despedia con un movimiento de la cabeza, antes de dirigirse a mi:

»-Me han dicho que hablas el griego -me dijo en esa lengua.

»-El de Demostenes, que ya no esta en uso, pero que me permite hacerme entender.

»-En efecto… Pero nos expresaremos en la lengua de tu pais -anadio en un frances un tanto balbuciente pero muy comprensible, que me lleno de alegria-. Sabe en primer lugar ante quien compareces hoy: me llamo Fazil Ahmed Koprulu Pacha y he sucedido a mi padre, el gran Mehmet Koprulu, en el cargo de gran visir de la Sublime Puerta. Yo venci en Candia a las fuerzas de tu pais. Hoy la bandera del Profeta flota sobre toda la isla, pero Morosini ha recibido al rendirse honores de guerra, en homenaje a su valor, y le he dejado marchar a Venecia con los suyos.

»-Francesco Morosini merece toda mi admiracion y me alegro por el, pero no me interesa. Suplico a Vuestra Excelencia que me informe de la suerte que ha corrido monsenor el duque de Beaufort, nuestro almirante…

»- ?Ven aqui! -le ordeno, y senalo un asiento a su lado.

»Sin dar ningun signo de sorpresa ante aquella invitacion, le obedeci. Asi pude verle mejor. Era un hombre joven, de tez clara, rasgos energicos y ojos grises y dominantes. Un largo mostacho negro colgaba a cada lado de su boca firme y bien dibujada. Como supe mas tarde, no era turco sino albanes, y bajo el gobierno de su padre primero y despues el suyo, el Estado otomano, debilitado por unos sultanes incapaces, cuando no indignos (el actual, Mehmet IV, era conocido como el Cazador, porque pasaba en esta ocupacion todo el tiempo que no dedicaba a su haren), habia recuperado fuerza y estabilidad.

»-Quiero que me hables de el -dijo-. ?Has dicho que eres su hijo?

»- ?Espiritual, senor! Mi madre y el se criaron juntos. Para mi es como un tio muy querido.

»- ?Le quieres?

»-Es decir poco. Le admiro y daria mi vida por el sin vacilar.

»- ?Explica! ?Cuentame!

»Hable, con un entusiasmo creciente a medida que, al reseguir su vida, la descubria de nuevo. Fazil Ahmed Koprulu Pacha me escucho con una intensa atencion, y solo me interrumpio para dar unas palmadas que hicieron aparecer de inmediato a un servidor con un servicio de cafe en una bandeja. Confieso que bebi con un placer vivisimo, y prosegui despues mi relato, que el interrumpio ahora con algunas preguntas. Esta fue la ultima:

»-Si lo he entendido bien, tu rey no le aprecia, a pesar de ser un buen servidor.

»- ?Y su primo hermano!

»Por primera vez, le vi sonreir.

»-Los lazos de familia no cuentan cuando se ocupa un trono. Aqui, menos aun que en otros lugares. Tenemos la que llamamos 'ley del fratricidio', que permite a un soberano, al alcanzar el poder, eliminar a los hermanos que eventualmente podrian molestarle. Pero tu, por ese hombre al que veneras, ?estarias dispuesto a… contradecir, es decir, a oponerte a la voluntad de tu rey?

»-Si se tratara de su vida, sin dudarlo, incluso aunque eso me costara la mia propia.

»-Es lo que yo pensaba. ?Escucha entonces!

»Supe entonces lo impensable. Desde antes de nuestra partida de Marsella, la Sublime Puerta habia recibido en secreto, de parte del rey de Francia, seguridades de que el reino no deseaba, al autorizar la expedicion, enturbiar las buenas relaciones, en particular comerciales, mantenidas hasta entonces. No se iba a

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