regalo de la duquesa de Vendome con ocasion de su boda, y que la acompanaba siempre en sus distintas residencias. Al abrirlo, dejo al descubierto una serie de cajoncitos que encuadraban un hueco central en el que habia colocada una estatuilla de la Virgen, de marfil. Se santiguo, aparto la estatuilla y apreto el resorte de un cajon secreto. Habia llegado el momento de utilizar cierto papel que guardaba alli desde hacia diez anos sin imaginar que un dia habria de serle util. Lo releyo despacio y luego, despues de encender un candelabro en su lamparilla de aceite, fue a llamar con sigilo a la puerta de su padrino, que le abrio enseguida.
Perceval llevaba puesto un camison, pero el humo que llenaba la habitacion revelaba que tampoco el habia dormido. La visita de Sylvie no le sorprendio. Su mirada fue del rostro de ella, aun palido pero resuelto, al documento que mostraba en la mano. Luego sonrio.
— Me preguntaba si pensarias en ello -dijo, apartandose para dejarla entrar.
Al amanecer del dia siguiente, Philippe partio para Pignerol con instrucciones precisas.
— Me reunire contigo dentro de dos meses, aproximadamente -le habia dicho su madre.
Perceval la corrigio de inmediato.
— ?«Nos» reuniremos! No pensaras, querida, que voy a dejarte rodar por los caminos sola en pleno invierno. Puede que este viejo, pero aun soy capaz de aguantar de pie.
— Preferiria que os quedarais con Marie, ya que Corentin sigue montando la guardia en Fontsomme, donde, a Dios gracias, el rey no ha nombrado aun titular.
— Marie se pasa la vida esperando cartas de Inglaterra. Las esperara igual de bien en casa de su madrina, que se siente un poco sola en Nanteuil-le-Haudouin. ?Yo te acompano!
Los dos estaban tan decididos que la interesada, cuando la informaron de sus planes, no puso ninguna objecion. Sabia que su madre iba a correr una aventura peligrosa y no quiso ser para ella un estorbo de ninguna clase. Ademas, queria mucho a Madame de Schomberg. En ningun sitio mejor que junto a la ex Marie de Hautefort, con su caracter templado, podia esperar el regreso de sus queridos aventureros y el resultado de su empresa. Cuando la angustia se comparte, resulta menos agobiante.
Durante el mes siguiente, Sylvie se cuido lo mejor que pudo, puso en orden sus asuntos en prevision de que le ocurriera alguna desgracia, y escribio algunas cartas, entre ellas una al rey y otra a sus hijos. Las confio a Corentin, que Perceval habia mandado a buscar. Finalmente todo estuvo dispuesto, y el sabado 14 de noviembre, de madrugada, los dos viajeros, despues de despedirse de Jeannette, a la que Sylvie se habia negado a llevar consigo, dejaron la Rue des Tournelles para emprender un camino que habia de durar tres largas semanas.
En los confines del reino y en el flanco italiano de los Alpes, la gigantesca ciudadela de Pignerol dominaba la pequena aldea triste y la entrada del valle del Chisone, y parecia lo que era exactamente: el entrecejo fruncido de Francia dirigido hacia el ducado de Saboya-Piamonte, cuya capital era entonces Turin. Por el tratado de Cherasco, en 1631, Richelieu habia obtenido aquella plaza fuerte colgada del flanco del reino, una atalaya de vigilancia desde la que se controlaba la carretera de Turin; y la habia fortificado como correspondia a su importancia estrategica.
A medida que se aproximaban, los viajeros descubrian con un estremecimiento de temor el perfil roto de los formidables bastiones de piedra rojiza. En medio de ellos se alzaba el «castillo», construido en el mismo estilo de la Bastilla: un rectangulo almenado, reforzado en las esquinas por gruesas torres circulares y dominado por el torreon propiamente dicho, esbelto en comparacion con el resto de las construcciones pero tan alto que parecia un dedo amenazador dirigido contra el cielo. La primera impresion era siniestra: ?al lado de aquella prision del fin del mundo, Vincennes o la Bastilla parecian risuenas residencias campestres! Las placas de nieve adheridas a las rocas, las nubes bajas de un feo gris amarillento que anunciaba nuevas nevadas, y el frio reinante, aumentaban la impresion de desolacion. Bajo el monton de pieles con que Perceval la habia abrigado, Sylvie se estremecio. Su pensamiento se dividio entre el hombre al que amaba y que habian traido desde tan lejos para sepultarlo en este lugar de desesperacion, y el encantador y delicado Fouquet, sin duda el ser mas refinado del mundo, acurrucado alli, tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. La impresion fue tan fuerte que hizo vacilar la conviccion que la sostenia desde su partida: ?era verdaderamente posible sacar a un ser humano de aquella trampa de piedra?
— No es el momento de acobardarse -dijo Perceval, que habia seguido sin dificultad la direccion de su pensamiento-. Cada dia tiene su afan, y algo me dice que se nos presenta un primer problema…
Los dos caballos enganchados al carruaje acababan de subir la rampa que llevaba a la entrada de la pequena ciudad montanesa, encerrada entre unas murallas recientes. Se adentraron por las callejuelas estrechas y oscuras, parecidas a grietas abiertas entre las altas casas de techumbres rojas, y desembocaron en una plaza ocupada en su mayor parte por una bella iglesia ojival flanqueada por un campanile: el Duomo. Frente a el se abria el albergue cuidadosamente descrito por Philippe, donde habian acordado reunirse con el y con Pierre de Ganseville… Y Sylvie advirtio de inmediato el problema anunciado por Raguenel: delante del albergue vio caballos negros, mantas de silla de color rojo, tunicas azules con cruces flordelisadas bordadas en blanco y oro.
— ?Mosqueteros! -susurro aterrada.
— Me habia parecido ver uno en una calle transversal -suspiro Perceval-, pero esperaba haberme equivocado.
— ?Que querra decir eso? ?No estara el rey aqui?
— ?Seguro que no! Apostaria que han venido a acompanar a algun preso ilustre. Acuerdate de que fueron ellos quienes trajeron a Fouquet.
— ?No vendran a buscar a otro para llevarselo a un lugar distinto? -murmuro Sylvie con un hilo de voz-. Dios mio, ?que vamos a hacer?
Con un movimiento instintivo, se asomo para ordenar a Gregoire que diera media vuelta. Perceval se lo impidio.
— Seria el medio mas seguro de atraer la atencion sobre nosotros, y no hay ninguna razon para asustarse. Recuerda que somos honrados viajeros, peregrinos y nada mas. Cae la noche, hace frio y vamos a hacer un alto en el camino.
En efecto, los soldados, que habian desmontado, se apartaban con toda naturalidad para dejar paso al coche, ante los gritos imperiosos de Gregoire: «?Paso, senores mosqueteros! ?Paso!»
— ?Misericordia! -gimio Sylvie-. ?Se cree todavia en Saint-Germain o en Fontainebleau!
Y asi lo parecia. No solo obedecieron los interpelados, sino que uno de ellos, al ver en la ventanilla una silueta femenina, llevo su galanteria hasta el extremo de abrir la portezuela y presentar su mano enguantada. Fue preciso aceptar, darle las gracias con una sonrisa y dejarse conducir hasta la puerta, en la que el posadero acababa de aparecer y saludaba con el respeto al que invita una comoda carroza de viaje, incluso cubierta de barro. Fue entonces cuando Sylvie vio confirmados sus vagos temores y sintio desplomarse el cielo sobre su cabeza: detras del hombre del delantal blanco aparecio D'Artagnan en persona, bloqueando la entrada. Imposible escapar. Por lo demas, ya la habia reconocido y su rostro se ilumino: empujo al posadero para precipitarse hacia ella:
— ?Mi bella duquesa! -exclamo, utilizando en su alegria el apelativo del que se servia cuando pensaba en ella, si no la llamaba entonces sencillamente Sylvie-. ?Que maravilla veros aparecer en este rincon perdido! Entrad, venid aprisa a calentaros. ?Estais helada…!
Habia tomado su mano y le quito el guante para besar sus dedos y retenerlos despues en su mano. ?Como decirle que su aparicion helaba a Sylvie mas aun que la temperatura exterior? Arrastrada por el, se encontro delante de una gran chimenea en la que se asaban un cordero entero y cuatro pollos.
— ?Por piedad! -murmuro cuando el abria ya la boca para llamar al posadero-. Olvidad a la duquesa y acordaos de que estoy exiliada. Viajo con un nombre falso.
— ?Dios, que animal soy! ?Pero me siento tan feliz! Perdonad el trompeteo de mi facundia gascona… Pero a proposito, ?adonde os dirigis con este tiempo?
Perceval se encargo de la respuesta:
— A Turin.
— ?Huis de Francia?
— No. Somos simples peregrinos que vamos a rezar ante el Santisimo Sudario de Nuestro Senor. Mi ahijada espera aun obtener el regreso de su hijo, porque se resiste a aceptar su muerte. Pero ?y vos? ?A que feliz casualidad debemos este encuentro?