su madre, que le parecio muy palida pero lo tranquilizo con una sonrisa-. Todo fue a pedir de boca, gracias a la habilidad de Stavros y las cualidades nauticas de su barco. Ademas, el frances desempenaba su papel de mercante, no se apresuraba y hacia las escalas obligatorias, en las que en ocasiones le precediamos nosotros. Por Tenedos, Tinos, Citerea y Zante llegamos al estrecho de Sicilia y luego al de Cerdena sin malos encuentros, y sobre todo sin haber perdido de vista nuestra presa. Finalmente, un atardecer, vimos a la puesta del sol las orillas del Lacydon. [37] Stavros, despues de observar que la urca no se aproximaba al muelle, dirigio su barco -ibamos a remo desde la bocana del puerto- hacia un lugar proximo al nuevo ayuntamiento en construccion. De ese modo nos situamos en un puesto de vigilancia parecido al del muelle de Phanar, en el Cuerno de Oro. Eso nos permitio ver, apenas hubimos atracado, a un hombre de negro bajar a la chalupa y hacerse conducir al otro lado del puerto, a un lugar situado entre el arsenal de las galeras, aun sin terminar, y las torres de la abadia de Saint-Victor.
»-Va a prevenir a alguien -comento Stavros, que me tenia simpatia y queria ayudarme tanto como le fuera posible-. Probablemente el misterioso viajero no va a quedarse ahi mucho tiempo. Ahora te toca a ti seguir detras de el…
»Como habia residido algun tiempo en la ciudad antes de la marcha a Candia, la conocia bien y sabia donde habia de dirigirme para encontrar los medios de proseguir mi viaje: ropas occidentales, algo de equipaje y sobre todo un caballo. Mientras paseaba por las calles bulliciosas que bajan de la iglesia de Saint-Laurent, en las que aparecen mezcladas casi todas las razas del perimetro del Mediterraneo, me sentia lleno de ardor, pero tambien de inquietud: ?conseguiria yo solo seguir inadvertido la pista de monsenor? Y entonces el Cielo me proporciono un golpe de suerte inesperado: ?me tropece con Pierre de Ganseville!
— ?Ganseville? -exclamo un coro de tres voces-. ?Que estaba haciendo alli?
— Buscaba un barco para ir a Candia. A primera vista me costo reconocerlo, tanto le habia cambiado la desgracia. Podria decirse que cayo de golpe desde lo alto del Cielo a los tormentos del Infierno; en efecto, su joven esposa, de la que estaba apasionadamente enamorado, murio al dar a luz un hijo, que al cabo de una semana siguio a su madre a la tumba. ?Imaginad lo que ha sufrido!
— ?Pobre, pobre muchacho! -murmuro Sylvie conmovida-. ?Y dices que fue un golpe de suerte para ti?
— ?Y grande! Desde el fondo de la desgracia que os he contado, le habia venido una idea fija: buscar las huellas de Beaufort, de cuya muerte se negaba a convencerse. Y se reprochaba haberle abandonado por una felicidad demasiado breve y que ahora le parecia egoista. Nos encontramos con la alegria que podeis imaginar, despues de que tambien a el le costara reconocerme por mi poblada barba. Cuando le conte por que estaba en Marsella, le vi revivir, transformarse a ojos vista, y aunque el alegre companero de otros tiempos habia desaparecido para siempre, el hombre que me tendio la mano disponia de nuevo de toda su energia. La perspectiva de salvar a nuestro jefe le entusiasmaba, y trazamos un plan: nos alojariamos en un albergue proximo a la abadia de Saint-Victor, al que acudian los fieles que iban a rezar en aquel lugar santo sin sospechar la mala reputacion que habian adquirido los monjes desde hacia unos anos. Tenia la ventaja de que desde sus ventanas era posible vigilar la
»-Si ocurre eso -dijo-, tu te daras cuenta y no tendras mas que volver al galope para que continuemos la persecucion. Cuando me confian una mision, la cumplo siempre hasta el final.
»?Gracias a Dios, existen personas de esa calidad! Sin embargo, pasaron varios dias sin que ocurriera nada. Dia y noche, Ganseville y yo nos turnabamos en la ventana de nuestro cuarto, y la inquietud empezaba a apoderarse de nosotros cuando por fin, una noche, unos jinetes que rodeaban un pequeno coche cerrado tomaron posiciones en la placita desierta situada junto al mar, cerca de nuestro alojamiento. De inmediato, la urca arrio una chalupa y la escena que habiamos presenciado en Constantinopla se repitio en sentido contrario.
»E1 corazon nos latia con fuerza, os lo aseguro, cuando fuimos en silencio a los establos donde nuestros caballos permanecian ensillados toda la noche. Poco despues, el coche y su escolta se ponian en marcha a trote lento.
»Empezo entonces para nosotros la parte mas ardua de la persecucion, porque muy pronto comprendimos que cualquier intento de liberarlo era imposible. Solo eramos dos, y habria sido necesaria por lo menos una compania de soldados. La escolta era ya numerosa, pero en las cercanias de Aix vinieron a engrosarla jinetes de la gendarmeria, que rodearon la carroza sin ocultar ya que conducia a un prisionero de Estado. Sin embargo, continuamos a pesar de que el camino se hizo mas dificil a medida que nos fuimos internando en las montanas; aunque alli tambien podiamos ocultarnos con mas facilidad. La marcha se volvio mucho mas lenta, pero acabamos por llegar al final de aquel calvario…
— ?Donde esta el duque? -pregunto Perceval en un tono seco que ocultaba su emocion.
— En Pignerol, una fortaleza en la frontera de Saboya.
— Lo sabemos -suspiro Sylvie-. Alli esta encerrado el pobre Fouquet… ?Que hicisteis entonces?
— Descansamos un poco en la aldea vecina e intentamos reflexionar, pero no encontramos ninguna solucion. Ganseville me aconsejo entonces que viniera a tranquilizaros sobre mi suerte. El decidio quedarse alli para estar lo mas cerca posible de su principe. Pero yo voy a volver. Quiza nos sonria la suerte un dia y encontremos un medio…
— A lo largo del camino -le interrumpio Perceval-, ?habeis podido siquiera verle?
— Ganseville soborno al criado de un albergue que tenia que llevarle vino y comida, y consiguio atisbar por un momento. Hay que aclarar que entre Marsella y Pignerol no le dejaron bajar ni una sola vez de su prision rodante. Cuando Pierre volvio a mi lado, cayo en mis brazos llorando. No solo monsenor esta secuestrado de una manera inhumana, sino que ademas su rostro esta oculto detras de una mascara… Una mascara de terciopelo negro.
13. Una fortaleza en los Alpes
Aquella noche, mucho despues de que todos se hubieran retirado, Sylvie seguia con los ojos abiertos de par en par, reflexionando sobre lo que acababa de oir y reuniendo fragmentos de recuerdos antiguos o mas recientes como si fueran las piezas de un solitario. El silencio de la casa, que la envolvia como un refugio lleno de serenidad, favorecia ese ejercicio, porque nunca habia sentido tal clarividencia. Todo se ajustaba siguiendo una logica implacable, desde las noches del Val-de-Grace [38] hasta la reciente aventura de Philippe, tan incomprensible para quien no conociera el pesado secreto que gravitaba sobre la casa de Borbon. El Rey Cristianisimo podia esperar de los azares de la guerra la liberacion de un lazo de parentesco que se habia convertido para el en una pesadilla, pero la ley de Dios le prohibia, so pena de condenacion eterna, ordenar de manera directa o indirecta la muerte de su padre. Incluso un «accidente» durante el viaje seria una mancha infamante: ?no es posible hacer trampas con el Todopoderoso! La unica solucion era hacerlo pasar por muerto, apoderarse de su persona y encerrarlo en un lugar tan secreto, tan apartado del mundo que a nadie se le ocurriria buscarlo alli. ?Todo se explicaba, incluso la mascara! No habia un rostro mas conocido, mas popular en Francia, que el del duque de Beaufort, principe de Martigues, Rey de Les Halles, almirante de Francia… Y eligio Pignerol, el torreon del fin del mundo donde languidecia Fouquet, al que Luis XIV consideraba su peor enemigo. ?Que eleccion tan reveladora de los sentimientos profundos de aquel joven! Encerraba alli a quienes habian incurrido en su odio.
Ahora bien, en aquella prision en medio de las nieves, ante la que cualquier otra mujer en su situacion se habria abandonado a la desesperacion, Sylvie, en cambio, veia una oportunidad excepcional. Disponia de un triunfo y decidio jugarlo. Cuando hubo cantado el primer gallo del pueblo de Charonne, seguido de inmediato por el de los monjes de Saint-Antoine, Sylvie se palpo el costado aun dolorido, se sento en la cama y luego se puso en pie con mucho cuidado. Era mas facil de lo que habia pensado. A pesar de la noche en blanco, no tenia fiebre y se sentia casi bien. Lo suficiente, en cualquier caso, para ir hasta el escritorio florentino de concha, marfil y plata,