repentinamente palido. Y la voz mordiente continuo:

— ?Os he visto sacar esta carta de la manga! ?Creeis que estais aun en uno de esos garitos que soleis frecuentar? ?Mirad, senores! Otra carta… ?y una mas!

Para concluir, abofeteo la cara del recien llegado que se ponia en pie despacio, con la muerte en el fondo de su mirada turbia, la mano tentando convulsivamente en busca del puno de la espada.

— ?Mentis! -grito-. ?Si hay un tramposo aqui, no puede ser sino vos!

Las demas partidas se habian interrumpido. El propio rey abatio sus cartas, se puso en pie y se acerco.

— ?Sire! -dijo Lauzun con su audacia habitual-. Vuestra Majestad deberia elegir mejor a quienes honra con sus bondades. Este hombre no tiene sitio aqui… ni por lo demas en ninguna sociedad decente.

— Sire -rogo Colbert, que acudia en socorro de su protegido-, tiene que haber un malentendido. Monsieur de Lauzun habra visto mal…

De una manera absolutamente inesperada, Monsieur intervino:

— ?Visto mal? ?Tendria que haber sido ciego, como nosotros! Monsieur de Lauzun ha sacado cartas escondidas en la manga de este hombre, a la vista de todos. ?Vaya idea, haberle puesto en mi mesa! ?Si tanto lo estimais, hermano, deberiais ponerlo en la vuestra!

— Sire -intento defenderse Saint-Remy-, soy victima de un complot urdido por la que desde siempre es mi enemiga, por la duquesa de…

Una mano pesada cayo sobre su hombro, interrumpiendole.

— ?Pronunciad su nombre y juro que os estrangulo! -rugio D'Artagnan, que habia entrado durante la partida y se habia colocado detras del sillon del rey-. ?El atacar no es una buena manera de disculparse, y sobre todo a una noble dama que acaba de pasar por el dolor de perder a su hijo al servicio del rey!

— ?Ya basta! -trono Luis XIV.

Sus ojos frios como el hielo se detuvieron sobre los dos adversarios, y luego sobre el capitan de los mosqueteros. Como todos los presentes, sabia que solo habia una conclusion posible para una disputa de esa clase. Por supuesto, habria podido arrestar al tramposo, pero no quiso hacerlo al ver la angustia retratada en el rostro habitualmente helado de Colbert. Si enviaba a su protegido a la prision, seria su honor el que quedaria en entredicho, y el rey valoraba en mucho el talento de aquel servidor. Se volvio hacia D'Artagnan:

— Senor, cuidad de que este triste asunto se arregle como es debido entre gentileshombres, pero fuera de aqui. Recordad tan solo que deseamos no saber nada de lo que vos dispongais.

Mademoiselle, aterrorizada ante la idea del peligro que iba a correr su bien amado, intento interponerse.

— ?Sire, es imposible! El rey no puede…

El le dedico una sonrisa ligeramente burlona.

— ?De que hablais, prima? ?Ha ocurrido alguna cosa que os perturbe? Por mi parte, no me acuerdo de nada… ?Prosigamos el juego!

Y fue a recoger sus cartas mientras D'Artagnan se llevaba a Saint-Remy y Lauzun. Este, con una amplia sonrisa, dedico antes de abandonar la sala un guino de ojos a Madame de Montespan, que dejo su lugar a Madame de Gesvres y fue a buscar a Marie para llevarsela aparte.

— Pedid permiso para retiraros, amiga mia. Es la unica conducta digna posible… porque estais a punto de perder a vuestro prometido.

— ?Creeis que Monsieur de Lauzun…?

— ?Va a ensartarlo o a perforarlo de un tiro? No me cabe la menor duda: es una de las mejores espadas del reino y un tirador de elite. Vuestro Saint-Remy no tiene la menor oportunidad aunque maneje bien la pistola, que sera sin duda el arma elegida, porque el manejo de la espada ya no es propio de su edad. De todas maneras, es normal que dejeis la corte para refugiaros junto a vuestra madre. Todos admiraran el hecho de que deseeis ocultar… vuestra pena.

Marie se paso una mano temblorosa por la frente.

— ?No puedo creer lo que me ocurre, Athenais! Que suerte que el querido Lauzun se haya dado cuenta de que hacia trampas…

Madame de Montespan se inclino detras de su abanico, que coloco como una pantalla delante de su boca.

— ?Trampas? Nunca han existido mas que en la fertil imaginacion de Lauzun… y en la increible habilidad de sus dedos. Seria capaz de sacar una carta de la mismisima nariz de Su Majestad. ?Id deprisa, ahora! Ire a veros a casa de vuestra madre. ?La pesadilla ha terminado!

— ?Ha hecho eso? -susurro Marie, estupefacta.

— Por vos y por vuestra madre, si. Teneis en el a un verdadero amigo.

En efecto, una hora mas tarde, en un claro del bosque de Saint-Germain, Lauzun mato a Saint-Remy de un balazo entre los ojos, en presencia de D'Artagnan y dos de sus mosqueteros. Por la manana, en la aurora rosa y oro que le parecio la mas bella del mundo, Marie, liberada, salio de Saint-Germain en un coche de la corte. Sentia el corazon ligero, el alma en paz, y sobre todo imaginaba la alegria de su madre y tambien la de Perceval cuando les contara lo que Lauzun acababa de hacer por los tres. Le acometio la prisa, y se asomo a la portezuela.

— ?No podeis ir mas aprisa? Quiero llegar lo antes posible…

12. Lo que paso en Candia

Despues del regreso triunfal de Marie a la Rue des Tournelles, Sylvie acudia cada manana a la capilla del convento de la Visitation Sainte-Marie para oir la misa del alba. Iba sola, y se negaba a que la acompanaran Marie o Jeannette.

— ?Tengo demasiado que agradecer al Senor, por haberme devuelto a mi hija y haber abatido por fin a nuestro enemigo! Quiero que mis oraciones vayan a Dios sin acompanamiento.

— ?Sin acompanamiento! -protesto Jeannette-. ?Es que las monjas no son nadie?

— Es distinto. Sus oraciones llevaran las mias sin distraer la atencion del Senor o de Nuestra Senora, y si vosotras quereis ir tambien a misa, hay otras…

Asi pues, salio segun su costumbre, con el libro de horas en la mano y envuelta, como una simple burguesa, en la gran capa negra con capuchon que le gustaba porque en su interior se sentia como en un refugio. Desde que abandonara Fontsomme, habia renunciado tambien a los lujos ducales que solo utilizaba para dar satisfaccion a las gentes de la aldea: la carroza y sus lacayos de librea, el joven paje portando el almohadon de terciopelo rojo del reclinatorio, Jeannette con el misal. Todo eso no era adecuado en una madre cuya herida no cicatrizaria nunca, ni en una mujer que seguia siendo objeto de la colera real. Sin embargo, aquella manana se sentia casi feliz: la vispera, Marie habia recibido una carta de Madame de Montespan para tranquilizarla sobre la suerte de Lauzun, que no dejaba de inquietarla. ?Que recibimiento reservaria Luis XIV, una vez concluido el asunto, al audaz que no habia temido desencadenar un horrible escandalo en su presencia y obligarle a cerrar los ojos ante uno de esos duelos que reprobaba? Pero la bella marquesa no dejaba la menor duda al respecto: «El rey -escribia- ha reprendido a Monsieur de Lauzun por su loca temeridad y le ha dicho que mereceria perder su cargo y volver a la Bastilla, pero finalmente le ha perdonado, y otra vez corren rumores de un matrimonio suyo con Mademoiselle. Nunca temi seriamente, querida amiga, que las cosas pudieran ir de otra manera: el rey quiere mucho al capitan de su guardia, porque le divierte su ingenio, y, ?dicho sea en confianza!, no estoy lejos de pensar que no le desagrada del todo haberse librado de una cuestion a la que le habia comprometido Colbert por no se que oscuro motivo y que sabia muy bien que disgustaba a todas las personas bien nacidas.»

Muy pocas personas, dado lo temprano de la hora, asistian a la misa en la pequena capilla que se abria a la Rue Saint-Antoine por una corta escalinata. De todos modos Sylvie preferia quedarse en el fondo y solo se adelantaba hacia el coro iluminado por algunos cirios en el momento de la comunion. De modo que se sintio algo incomodada, al volver del santo banquete, cuando vio a una mujer arrodillada junto al sitio en que habia dejado su libro de horas, con la cara cubierta por un velo oscuro y oculta ademas entre sus manos. Fue a arrodillarse al lado

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