Ante ese nuevo amor que la deslumbra hasta el punto de hacerle olvidar todo lo demas, Marie vive primero dias magicos en medio de fiestas, paseos en barca y almuerzos al aire libre muy del gusto de Carlos II -el tiempo, a finales de mayo y principios de junio, es magnifico-, pero, a medida que pasa el tiempo y las horas se deslizan, el recuerdo de quien es y de lo que le espera en Francia va adquiriendo mayor peso, y su alegria se apaga poco a poco, como la luz de una lampara privada de aceite.

Al comprender que se habia adentrado por un camino sin salida, intento evitar al joven; pero era tarea dificil en el recinto del viejo castillo dominado por un enorme torreon construido por los Plantagenet. Y una tarde en que ella habia ido a rezar a la iglesia de Saint-Mary-in-Castro, que hacia las veces de capilla del castillo, el fue a su encuentro y alli mismo le pidio, con una solemnidad que reflejaba la seriedad de su propio compromiso, que fuera su mujer.

— Es imposible -respondio ella, mirandole con lagrimas en los ojos-. Estoy prometida y debo casarme cuando regresemos a Francia.

— Lo se, y se tambien que debeis casaros con un hombre casi anciano que no puede gustaros…

— Pero… ?como lo habeis sabido?

— Por Madame, a quien he ido a pedir vuestra mano antes de hablaros a vos misma.

— ?Y que os ha dicho Madame?

— Que deseaba de todo corazon veros convertida en condesa de Selton, pero que no podia disponer de vuestra mano y que unicamente el rey de Francia…

— Por desgracia, es el quien impone este matrimonio. No puedo escapar de el.

— Si. ?Quedaos aqui! Madame os confiara a la reina Catalina, a la espera de que venga vuestra madre, la duquesa. Esta exiliada, segun me han dicho, de modo que puede marcharse de Francia, y en Inglaterra todos los mios la recibiran con alegria.

— Tambien eso es imposible, y no lo ignorais. Mi madre aceptaria con gusto que yo me casara con vos, porque nunca ha querido otra cosa que mi felicidad, pero el rey Luis podria convertir a Madame en el blanco de su indignacion.

— ?Vamos! Ella acaba de firmar con su hermano el tratado que queria Luis XIV, que nos indispone con Holanda y le deja las manos libres. Tiene que estarle agradecido.

— Sin duda, y se que lo estara, porque siente hacia ella un afecto especial, pero a pesar de todo podria guardarle rencor y alejarse de ella, privandola asi de un apoyo muy necesario. Monsieur es un esposo temible, que hace muy desgraciada a su mujer. ?Sabeis que, desde el momento en que se hablo de un viaje que el no deseaba, empezo a perseguirla con sus asiduidades para dejarla encinta e impedirle viajar?

Anthony no pudo dejar de reirse.

— ?A pesar de que le gustan mas los hombres? ?Que principe tan raro! Cuesta creer que descienda de Enrique IV como su real hermano y nuestro Carlos II, dos mujeriegos impenitentes. En cualquier caso, dejemos el tema. Veo que la unica manera de conquistaros es ir yo mismo a pediros a vuestro rey. Asi pues, os acompanare a Francia con las personas que daran escolta de honor a la princesa.

— ?No, os lo ruego, no lo hagais! -exclamo Marie, dividida entre la inquietud y la alegria al saberse amada con tanta firmeza-. Se negara y vos saldreis perjudicado.

— Querida, podeis decirme todo lo que os parezca… salvo que no me amais, porque seria falso. Habeis de saber que por mis venas corre sangre de normandos, bretones y escoceses, que son los pueblos mas obstinados del mundo, ?y os quiero! ?Pongo a Dios por testigo!

Dicho lo cual, tomo su mano, que estaba helada, la beso largamente y luego dio media vuelta y salio rapidamente de la iglesia, dejando a Marie bastante desconcertada y sin saber muy bien donde se encontraba. Al volver a su alojamiento, decidio confiarse a su ama.

No era un buen momento. Madame estaba cansada por tanta agitacion, enferma, y acababa de negarse a entregar a su hermano la mas joven de sus doncellas de honor, una preciosa bretona llamada Louise-Renee de Keroualle, de la que el se habia encaprichado.

— Querida, no puedo hacer nada por vos, porque no tengo poder para oponerme a la voluntad del rey Luis… y tampoco a la de Anthony Selton. El os ama para siempre: hay que dejarle actuar a su guisa.

— Pero podria costarle caro…

La princesa hizo el gesto de apartar con la mano aquel problema.

— Es lo bastante mayor para saber lo que hace. Los hombres tienen con frecuencia tendencia a utilizarnos. Cuando pelean por nosotras, dejemos que ellos se las arreglen.

Un poco mas tarde, sin embargo, prometio a Marie hablar al rey Carlos para que retuviera a Anthony en Inglaterra tanto tiempo como fuera posible…

El joven se inclino, obediente, y partio para llevar a cabo en Edimburgo la mision que se le habia encomendado, A la vez tranquilizada y pesarosa, Marie no tuvo ni siquiera la dolorosa felicidad de verle por ultima vez. Asi, la marcha de la princesa de su tierra natal fue tan triste como alegre habia sido la llegada. Como si adivinara que no iba a volverla a ver, Carlos II se resistia a dejar partir a la que siempre llamaba carinosamente «Minette». La acompano hasta el barco, y por tres veces volvio para abrazarla.

Acodada en la borda del navio, Marie vio desvanecerse en la bruma azul de la manana los blancos acantilados de Dover con ojos enturbiados por las lagrimas. Sin embargo, su pena era menor de lo que habia temido, porque apretaba contra su pecho dos perritos «king Charles» que le habia entregado un sirviente poco antes de embarcar, con una carta. O mejor dicho, un mensaje breve, pero que lo decia todo: «Nunca renunciare a vos porque os amo mas que a nada en el mundo.»Era muy dulce sentirse amada hasta ese punto, pero se sabia atada de forma irremediable por la voluntad de Luis XIV y por su propia decision, porque era la unica manera de apartar para siempre a Saint-Remy del camino de su madre. A pesar de que Madame, compadecida de la pena silenciosa que advertia en su acompanante, tan parecida a la suya propia, le prometio de forma espontanea hablar al rey para convencerle de que no llevara a cabo lo que ella llamaba «una mala accion», con la confianza que le permitia una mision tan felizmente concluida.

«Mientras no esteis casada con ese hombre, teneis que tener confianza, pequena», le repetia, y Marie, poco a poco, se dejo ganar por esa conviccion, por esas palabras de animo…

Desgraciadamente, dieciocho dias mas tarde, en el castillo de Saint-Cloud, la hermosa princesa que habia sabido seducir a Luis XIV muere en medio de atroces dolores despues de beber un vaso de agua de achicoria… Una muerte tan subita y tan terrible que pone en todas las bocas la palabra «veneno». Se susurra incluso el nombre del culpable, el marques de Effiat, pagado desde Roma para hacerlo por el caballero de Lorraine; y Luis XIV, espantado, ordena una autopsia inmediata en presencia de lord Montagu, embajador de Inglaterra. [33]

Unos dias mas tarde, en la basilica de Saint-Denis, sofocante bajo los cortinajes negros que la visten, envuelta a la vez en el luto severo ordenado por el rey en su propio dolor por haber perdido a la princesa a la que amaba, Marie escucha tronar la voz de bronce de aquel Bossuet que Enriqueta habia revelado a la corte en ocasion de los recientes funerales de su madre. «Madame se muere… ?Madame ha muerto…! Mientras vertia tantas lagrimas en este mismo lugar, ?habriais creido que ella os reuniria tan pronto para llorarla…?»

No, nadie lo habria creido. Ni siquiera Monsieur, que por lo demas no asiste a la ceremonia; y Marie sabe muy bien que bajo ese catafalco dorado reposa la debil esperanza que aun conservaba de impedir a Saint-Remy suceder a su hermano Philippe. Su propio destino esta sellado, desde que, dos dias antes, el rey se acerco a ella: «?Os habeis quedado sin empleo, senorita! Pero desde hoy mismo vais a pasar a formar parte de las doncellas de la reina, y, despues de la boda, de sus damas.» Tuvo que darle las gracias. Y ahora, Marie espera impaciente que todo termine, porque teme el momento en que habra de encontrarse frente a Fulgent de Saint-Remy.

De hecho, apenas habia vuelto a verle despues de la llegada de ambos a Paris. Durante la noche que siguio a su regreso de Fontsomme, y a lo largo del camino, se habia repetido sin descanso las terribles palabras de su madre, con rabia pero sin ponerlas en duda: ese Fulgent tan delicado, tan afectuoso, que habia acabado por convertirse en un amigo con el que ella creia contar, no perseguia otra cosa que el titulo y la fortuna de los suyos… hasta el punto de haber intentado asesinar a un nino, su hermano menor. Le habia arrojado al rostro aquella acusacion, casi al modo de una caldera hermeticamente cerrada que acaba por hacer explosion, y al concluir el viaje anadio que esperaba no volver a verle en su vida. El ni siquiera se habia defendido; se contento con decirle que su causa era justa, que pensaba hacer valer sus derechos, y que su firme decision de ganar la partida entablada desde hacia tanto tiempo se debia a que estaba enamorado y solo deseaba recuperar sus bienes para ponerlos a los pies de ella. Se rio en sus narices.

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