— ?Y habeis creido que yo aceptaria? ?Verdaderamente estais loco…!

— Puede ser, pero no parare hasta haceros mia, y para conseguirlo recurrire a todos los medios.

La ultima imagen que conservaba de el era una silueta negra recortada contra el sol poniente, de pie en el patio de las postas generales. Apoyado en un baston, parecia Condenado a una inmovilidad eterna mientras ella entregaba su equipaje a dos mozos de cordel y abandonaba el lugar en direccion al refugio que habia elegido, el convento de La Madeleine, en la Rue des Fontaines.

El castillo de Saint-Germain tenia una distribucion muy comoda para la vida intima de Luis XIV. Sus aposentos lindaban con los de la reina y estaban situados justo encima de los de la duquesa de La Valliere y Madame de Montespan, entre las cuales no acababa de decidirse, a pesar de que su pasion por la deslumbrante Athenais crecia de dia en dia. No se decidia a alejar de el a una mujer que le habia dado seis hijos -aunque solo dos de ellos vivian- y de cuyo amor excesivamente devoto tenia continuas pruebas. En Saint-Germain podia vivir casi «en familia» con sus tres mujeres, y por eso acudia alli lo mas posible.

Para Marie tambien era feliz esa distribucion porque le permitia ver a su amiga Athenais con tanta frecuencia como deseara, ya que su nuevo servicio al lado de Maria Teresa no era precisamente absorbente. Y aquel dia, al bajar a los aposentos de Madame de Montespan mientras aguardaba el momento de asistir a la sesion de juego de la reina, encontro alli a Lauzun, instalado como en su casa y charlando con la marquesa con el alegre desenfado propio de ambos, mientras Mademoiselle des Oeillets acababa de combinar perlas y diamantes en el tocado de su ama. Lauzun estaba arrellanado en un sillon, y se puso en pie de un brinco al ver entrar a la joven, de cuya mano se apodero para besarla con un carino que no era frecuente en el. Desde que ella rechazara su proposicion de matrimonio, la amistad entre ambos no habia sufrido ningun altibajo.

— ?Que aire tan triste teneis, mi nina! -exclamo-. Gracias a Dios, no afecta a vuestra belleza, que me parece mas arrebatadora que nunca. Precisamente hablabamos de vos…

— ?De mi? No soy un tema interesante para nadie.

— ?Que os decia? -senalo la marquesa al tiempo que buscaba unos pendientes en un cofrecito repleto de joyas-. Nuestra pobre Marie sufre debido a un amor contrariado: a estas horas deberia de estar celebrando sus bodas con el guapo lord Selton, y en cambio van a casarla con un vejestorio al que para colmo adjudican el titulo de su familia…

— Os lo ruego, Athenais -suspiro Marie-, hemos discutido ya este asunto y sabeis muy bien como estan las cosas: «tengo» que casarme con el senor de Saint-Remy, que esta misma noche lo sera de Fontsomme. Si no, mi madre podria sufrir, aun mas, las consecuencias.

— ?Creeis que este matrimonio la hace feliz? -dijo Lauzun, repentinamente serio-. ?Un yerno diez anos mayor que ella y que no se sabe de donde sale?

— Es verdad que preferiria a otro, pero Monsieur de Saint-Remy esta protegido por Monsieur Colbert, y ella ha enojado ya demasiado al rey. Ademas, su salud es fragil desde la enfermedad que estuvo a punto de llevarsela de este mundo.

— ?Un duque de Fontsomme sacado de la manga en la persona del hijo de un mercader de panos? -ironizo Lauzun-. Es el mundo al reves. ?Y vos, marquesa? ?Vos, a quien el rey idolatra, no habeis podido impedir esta mascarada?

— No, y no por falta de intentarlo, pero nuestro Sire siente al parecer por la duquesa un rencor bastante particular, por motivos que no consigo adivinar. Dicen sin embargo que en otra epoca le tenia verdadero afecto. Todo cambio en el momento de la muerte de la reina madre…

— Supongo que fue el deseo de barrer los vestigios de la antigua corte, que habia conocido el reinado de Mazarino y la triste condicion a la que se atrevio a relegarle a el, ?al rey! Madame de Schomberg fue alejada al mismo tiempo. En el fondo es bastante normal, por no decir muy humano.

— ?Precisamente! ?No puede ser mas humano! -salto Athenais-. Pero ?no deberia estar a estas horas el capitan de los guardias de corps en la antecamara del rey? Se acerca la hora.

Lauzun giro sobre sus talones rojos y ofrecio a su amiga -se decia incluso que en tiempos habia sido su amante- una resplandeciente sonrisa.

— ?Veo que me poneis lindamente en la puerta! Acudo a la llamada del deber. ?Hasta pronto, hermosas damas!

Y desaparecio con un saludo cuya gracia habria envidiado un bailarin.

Sin dejar de contemplar en el espejo su brillante imagen, Madame de Montespan se levanto, hizo revolear su vestido de raso del mismo tono azul de sus ojos, y tomo a su amiga del brazo.

— Teneis razon al querer obedecer al rey, Marie. Es lo prudente. Ya veremos, despues, lo que conviene hacer para que vuestro suplicio no dure mucho tiempo.

Un momento mas tarde, las dos se presentaron en el Grand Cabinet de la reina, donde estaban dispuestas las mesas de juego. Los admitidos a participar formaban una reunion vistosa porque, conocedores del gusto del rey por las piedras preciosas, hombres y mujeres competian en emitir destellos a la suave luz de los candelabros de innumerables velas. Vestida de terciopelo negro recamado de plata y realzado por toques del rojo claro que tanto le gustaba, y con enormes perlas y diamantes alternados para subrayar su profundo escote, mas una gargantilla de perlas, la reina estaba a la vez imponente y magnifica. Pero en medio de todo aquel brillo, Marie vio muy pronto a Saint-Remy, que, en pie junto a Colbert, miraba en todas direcciones: aquella tarde daba sus primeros pasos en la corte, y era evidente que se sentia impresionado. A pesar de su vestido de raso color malva con abundantes bordados en plata, le encontro espantoso. Lo cual era exagerado, porque a pesar de su edad aquel hombre seguia teniendo una silueta elegante y la peluca, al disimular una calvicie avanzada, le favorecia. Ademas, su rostro de rasgos irregulares no era feo, pero los ojos del corazon de la joven conservaban la imagen de Anthony Selton, y la comparacion entre ambos resultaba odiosa.

Aparecio el rey, deslumbrante como acostumbraba. Su pasion por las joyas se revelaba en la magnificencia casi oriental de sus ropajes, de las hebillas de sus zapatos, de su tahali incrustado de diamantes y del puno de su espada. Brillaba como un sol, y cada vez le gustaba mas que lo compararan con el astro diurno. Saludo a la redonda, dijo unas palabras a su hermano que, enfundado en un atuendo lila cosido con perlas, estaba visiblemente contento de lucir un color mas favorecedor que el negro, y cruzo algunas frases con su prima. Mademoiselle tambien parecia transformada: admirablemente peinada, vestida con colores otonales a tono con su piel fresca y sus magnificos cabellos algo rojos, era evidente que la princesa vivia las horas magicas de los amores felices. Antes de ocupar su lugar en la mesa preparada para el, el rey se acerco a Maria Teresa para besar su mano, e hizo que Colbert le presentara a Saint-Remy, antes de anunciar que, dada su filiacion, quedaba autorizado a recibir el nombre y el titulo de duque de Fontsomme desde el dia de su matrimonio con la ultima heredera. Marie hubo de adelantarse y poner su mano en la del hombre al que habia jurado matar; e incluso ese contacto atenuado por los guantes le hizo estremecerse.

— Deseamos que ese matrimonio tenga lugar en cuanto sea posible -anadio el rey-. La reina y yo mismo asistiremos y firmaremos gustosos el contrato que permitira perpetuarse a una noble familia… ?Ahora, juguemos!

Mientras cada cual, segun su rango, tomaba asiento en una de las mesas o se quedaba de pie mirando, Marie, con lagrimas en los ojos, retrocedio y se oculto entre las doncellas de honor, como si quisiera desaparecer. Su mirada dolorida buscaba en vano el consuelo de otra que reflejara un poco de compasion, pero no habia nadie. Incluso el capitan D'Artagnan, siempre tan carinoso con ella, estaba ausente ese dia. En cuanto a Athenais y Lauzun, el demonio del juego parecia haberse apoderado de ellos. Vio -y le apeno- a Lauzun sentado frente a Saint-Remy en la mesa de sacanete en la que Monsieur hacia de banquero. Un gran honor para aquel hidalguelo, penso con rabia, pero que seria aun mayor, hasta permitirle acceder a la mesa del rey, si ella no ponia remedio.

Poco interesada en el juego, se coloco detras del sillon de la reina, que por su parte era una adicta, y busco apoyo en el vano de una ventana: iba a tener que estar de pie durante horas, sin otra cosa que escuchar que las breves palabras que intercambiaban los jugadores y el tintineo de las monedas de oro.

Durante una hora aproximadamente sufrio aquel suplicio, hasta que de pronto resono un grito inaudito, impensable en presencia del rey.

— ?Tramposo! ?No sois mas que un miserable tramposo!

El insulto resono con claridad, cargado de desprecio y acompanado de inmediato por «?Oh!» indignados. Lauzun se habia puesto de pie de un salto e, inclinado sobre la mesa de juego, senalaba a un Saint-Remy

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