objetar el?
Miro el reloj, habian pasado veinte minutos; alli, en la gran sala con vidrieras resplandecia el sol. Se levanto y salio a bajar la capota del coche, le interesaba que Laide se encontrara con el coche descubierto. A las mujeres les gustan los coches descapotables, dan un tono deportivo, moderno, de riqueza; el mismo en aquel coche, aunque no fuera de lujo, se sentia diferente, mas joven, mas seguro de si mismo, envidiado, era la primera vez que lo conducia, pero ya se habia dado cuenta de que por la calle todo el mundo lo miraba, todas las mujeres lo miraban, sobre todo las jovenes.
Mientras bajaba la capota y la plegaba en su sitio, maniobra bastante complicada, noto que dos jovenes mozos del hotel habian salido al umbral y lo observaban con el tipico interes de los jovenes por todos los automoviles fuera de lo normal.
Intento apresurarse al maximo, deseoso de que bajara Laide. Cuando volvio a entrar, el conserje le dijo sonriendo:
«No, su sobrina no ha bajado aun».
?Su sobrina? Eso no le hacia ninguna gracia; como si ella tuviera interes en dejarlo bien claro: no se os ocurrira pensar por casualidad que ese cincuenton sea amante mio, ?eh? Como si ella se hubiera sentido humillada al admitir publicamente una relacion fisica con un hombre que podia ser facilmente su padre. De acuerdo, el hecho de que Laide lo presentara como su tio demostraba que no se avergonzaba de el e incluso tal vez apreciara ese parentesco ficticio, para aparentar ser de una familia tan respetable, sobrinita predilecta de un hombre conocido y estimado. Ademas, eso creaba entre los dos un vinculo, aunque fuera falso, mucho mas solido que el -totalmente inconsistente- que puede haber entre una chica de alterne y un cliente, cosa que tambien lo halagaba. Antonio sentia un placer inmenso con todo lo que le permitia, de un modo u otro, entrar en la vida de Laide, mundo ambiguo, complicado, pecaminoso y terriblemente milanes.
Pero comprendio lo comodo que resultaba a Laide asignarle el papel de tio: una coartada que le permitia hacer el amor con este o aquel y al mismo tiempo dejarse llevar por ahi por Antonio sin que resultara escandaloso. Cuando el conserje del hotel le habia hablado de su sobrina, habia sentido unas ganas locas de responder:
«?Sobrina? Esa nunca ha sido sobrina mia».
Pero se habia detenido a tiempo: probablemente habria parecido el viejecillo cornudo y burlado. Sin contar con que, si se lo hubiesen explicado, Laide se habria puesto como una fiera, tal vez hubiese sido capaz de mandarlo con viento fresco delante de todo el mundo.
Estaba rumiando esas ideas, cuando bajo ella. Estaba impecable, bien maquillada y peinada, llevaba un vestido plisado y en el brazo un minusculo perrito maltes. Tras ella venia el mozo con una maleta, dos maletines, un neceser y un abrigo de antilope gamuzado.
«?Es este tu famoso perrito?»
«?Metemos ya las cosas en el coche?», se apresuro ella a decir sin responder a su pregunta y el noto que echaba un vistazo en derredor para comprobar si otros, ademas del mozo, la habian oido, porque resultaba muy extrano que un tio suyo nunca hubiera visto el perrito de su querida sobrina.
Tambien se dio cuenta de que de repente Laide se habia enfurrunado; apreto el paso para distanciarse del mozo y le dijo:
«Si hay algo que detesto, ?es hablar de nuestras cosas en presencia de extranos!»
«?Que cosas? ?Que he dicho?»
«Nada, nada», dijo ella en voz baja, porque el mozo se acercaba, «para ciertas cosas vosotros, los hombres, sois unos perfectos cretinos».
Por fortuna, volvio a serenarse cuando delante del hotel vio el Spyder rojo que esperaba, flamante, al sol de mayo.
«?Es tuyo?»
«No. Me lo ha prestado un amigo».
«Ya me extranaba. ?Cuando vas a decidirte a cambiar ese viejo cacharro tuyo?»
Colocaron las maletas en el portaequipajes y despues ella dijo:
«Oye, deberias hacerme un favor, perdona, ?eh?»
«?Que?»
«Aqui, en el hotel, me falta algo que pagar».
«?Te refieres a la cuenta?»
«?Ves como eres? En seguida piensas mal. La cuenta ya esta pagada. ?Crees que te iba a hacer venir de Milan hasta aqui para que me pagaras la cuenta del hotel? La verdad es que me aprecias poco. Es la nota del conserje, seran cuatro mil o cinco mil liras».
Eran, en realidad, cinco mil doscientas. Pago y salio afuera. Como aun no era mediodia, le propuso partir en seguida: el por la tarde debia estar en el estudio. En lugar de comer alli, en Modena, podian perfectamente parar en Parma: tambien en Parma habia restaurantes muy buenos.
«?Por que?», dijo Laide. «?Quien nos obliga a marcharnos tan pronto? Podemos partir despues del almuerzo, por la autopista llegaras a tiempo, seguro, y, ademas, es que me gustaria despedirme de Marcello».
«?Y quien es Marcello?»
«Pues mi primo. Debo de habertelo repetido diez veces».
«?Y no has visto bastante a tu primo en estos dias?»
«Lo he visto solo una vez: tiene tanto trabajo, en la obra. Espera, que voy a ver si lo pesco».
Dejo a Antonio y se asomo al mostrador del conserje. Para no dejar ver su desasosiego, el no se movio. La vio, a traves de la puerta del hotel, telefonear. Parecia muy contenta. Se reia. El no veia la hora de que acabara. Encendio un cigarrillo. Vio que seguia telefoneando, la vio volver a reirse.
Laide colgo y se reunio con el en la acera, a la sombra de la marquesina. Tenia expresion feliz.
«Bueno, ?que?»
«Pues que no se si te lo he dicho, pero debo ir a toda costa a despedirme de una familia que ha sido muy amable conmigo: ?si supieras!… no puedo marcharme asi, sin despedirme».
«A saber a que hora iremos a comer entonces».
«Oh, a mi la comida no me importa. Podriamos hacer lo siguiente. Dentro de unos minutos llegara Marcello y me acompanara a casa de esos amigos. Tu, entretanto, puedes ir a comer. Despues, a las dos o las dos y media nos vemos y partimos en seguida. Asi no te hago perder tiempo».
«?Vengo de Milan expresamente para recogerte y me dejas solo como un perro?»
«Vamos, no te enfades ahora. ?Como me las arreglo yo, si no, con esos amigos?»
«Y, ademas, es que ese asunto de Marcello no me hace ninguna gracia. Me da toda la impresion de que es tu primo tanto como yo tu tio».
Los ojos de Laide se dilataron: de sorpresa y de rabia.
«Exacto: para ti todas son putas. ?No se puede querer a un hombre sin irse a la cama con el? Ni siquiera lo miraria a la cara, si no me respetara».
«No pretenderas decir que nunca te ha dado un beso».
«Pero, ?seras asqueroso!», dijo ella exasperada. «Me imaginaba que me ibas a montar este pollo. Vosotros, los hombres, sois todos iguales. ?Nosotras tenemos que ser por fuerza unas zorras todas! No, si quieres saberlo, Marcello no me ha besado nunca. Es como si fueramos hermanos. ?Esta claro?»
«No veo por que has de ponerte asi. Al fin y al cabo, eres libre de hacer lo que te salga de las narices».
«?Ah, no deberia ponerme asi! Me llamas puta, ?y no deberia ponerme asi?»
«?Quien te ha llamado puta?»
«Tu, si crees que yo voy contigo y despues voy tambien con el. El, si que podria ponerse asi, si acaso, si supiera que nosotros dos…»
Antonio se sintio derrotado. Antonio la creyo: era inverosimil, pero Antonio la creyo, tenia tal acento de sinceridad y orgullo ofendido Laide. Para ser capaz de mentir asi, habia de ser un monstruo: no, era imposible que una chica como ella consiguiese representar una ficcion tan perfecta, habia de tener una inteligencia y una imaginacion propias de Shakespeare.
«Muy bien», dijo Antonio, apaciguado. «Y a tu Marcello, ?que le has dicho que soy yo?»
«Mi tio».
«?Un tio aparecido de buenas a primeras?»