e inverosimil, nunca se habrian movido de casa. El vagabundeo de frontera en frontera, de hotel en hotel, habria resultado un suplicio.
?Y el fenomeno universal de la poesia? ?Como es que aparecen tantos paisajes, selvas, jardines, playas, rios, arboles, crepusculos en los versos dedicados a la mujer amada? ?Por que reconocen los poetas, mas aun que los otros, la referencia fatal en la naturaleza? Las torres antiguas, las nubes, las cataratas, las enigmaticas tumbas, el sollozo de la resaca sobre un escollo, las ramas dobladas con la tormenta, la soledad de los pedregales en la tarde: todo ello constituia una iniciacion precisa a ella, la mujer nuestra, que nos incinerara; todas las cosas conjurandose con las demas cosas del mundo en una conspiracion sapientisima para promover la perpetuacion de la especie.
Era una intuicion tan bella y placentera, que en otras circunstancias le habria dado satisfaccion, pero, precisamente por su exactitud, aquel dia solo le infundia dolor. En efecto, la expresion de los arboles fugitivos correspondia a la condicion de su amor, que era absurdo y desesperado. Corria hacia ella, aun sabiendo que alli lo esperaban solo nuevas angustias, humillaciones y lagrimas, pero el igual corria que se las pelaba, con el pie apretando con todas sus fuerzas el pedal, por miedo a perder un minuto.
Los alamos de la llanura, al desplazarse en procesion, con las espaldas curvadas, parecian decirle: detente, hombre, da media vuelta, no pienses mas en ella y siguenos, no corras a tu ruina. Nosotros te conduciremos al remoto paraiso de los arboles, donde solo existe bienestar, canto de pajaros y paz del alma. No te obstines.
Era tan persuasivo su mensaje, que de repente se sintio presa de una turbacion interior, se aparto a su derecha y se detuvo, pero en el mismo instante se detuvo todo el paisaje en derredor hasta donde alcanzaba la vista y delante de el, al fondo de la desierta calzada de asfalto, el corro de los arboles permanecio compacto e inmovil y ya no se disolvia desgranandose a uno y otro lado, los alamos ya no huian, ya no le decian que se detuviera, ya no se atrevian a decirle nada, porque comprendian que no habia nada que hacer, los arboles le decian: 'Si, es verdad, alli al fondo, al sur, donde acaba la autopista, esta ella esperandote para volverte loco, pero, total, ?no importa! Total, el sol ya esta alto y nosotros no podemos salvarte'.
XIX
Ella no estaria, ya se habria marchado, el telefonista habria entendido mal, era imposible que estuviese, era imposible que ella le hubiese llamado.
Pregunto por el Hotel Moderno. Alli al fondo, justo despues de aquella plaza, volvia a empezar en aquel momento la maldita inquietud, detuvo el coche, entro con el corazon en un puno: un hotel como tantos otros de provincias; a la derecha, el mostrador del conserje.
«?La senorita Anfossi? ?A quien debo anunciar?»
Las nueve menos cuarto: ya estaria vestida.
«Dice que la espere, que dentro de cinco minutos bajara».
Se sento en un sillon, desde el que se veia a traves de una cristalera una gran sala con algunas mesitas en los margenes. ?Bailarian por las noches? ?Con quien habria bailado ella?
De improviso aparecio ella, despeinada y sin maquillaje.
«?Como es que has llegado tan temprano?»
«Es lo que me dijo el telefonista. Manana temprano: estaba escrito en la nota».
«Pero yo todavia tengo que vestirme y hacer las maletas y despues debo despedirme de una familia que ha estado muy amable conmigo».
«Entonces ?a que hora quieres partir?»
«No se, pero, ?tu tienes prisa? Podriamos hacerlo despues del mediodia».
«?Y comemos aqui, en Modena?»
«Bueno, mira, tu ahora tomate un cafe y yo, mientras, voy arriba a prepararme».
Saludaba con confianza a los camareros, bromeaba con la chica del bar, parecia estar en su casa, perfectamente segura de si misma, con aquella expresion suya un poco indecente, estaba palida y la nariz resultaba mas petulante de lo habitual. Era como las chicas morenas recien levantadas, con la cara aun no arreglada, esa transparencia un poco livida de la piel: ese color de marmol, esa sombra de la noche aun pegada a las mejillas, a la boca, esa como virginalidad carnal que se renueva todos los dias del ano, esa sinceridad desarmada del cuerpo cogido por sorpresa, que hace parecer mas feas a las viejas y tambien vuelve menos hermosas a las jovenes, pero, a cambio, las jovenes resultan entonces mas desnudas, fuertes, obscenas, salvajes, excitantes, confidenciales, lo hermoso y lo feo resaltan, con lo que resultaba mas evidente en Laide el ramalazo popular, su desfachatez, su boquita se abria y se cerraba, con los dos pequenos y compactos labios, sobre todo el inferior, adelantandose como petalos caprichosos e impertinentes.
Antonio la miraba con el inesperado consuelo de verla feucha, en el fondo habia miles de chicas mejores, no es que todos los hombres del mundo fueran a correr tras ella y a el mismo en aquel momento no le importaba gran cosa en el fondo, por un instante abrigo la esperanza de poder liberarse de la obsesion, pero fue un instante muy breve. Laide, que se habia sentado y estaba bebiendo un cafe con leche, apreto con la mano derecha el antebrazo del camarero, quien estaba observandola, y dijo:
«Giacomo, por favor, traeme una de esas medias lunas que tu sabes».
Y Antonio observo que el camarero era un muchacho de veinte o veintiun anos de nariz larga y grande y barbilla pequena, feo se lo podia considerar, pero habia en el una embelesada tension viril y Antonio se pregunto si… Era absurdo, era espantoso, era de una extraordinaria simplicidad: tal vez aquella misma noche, penso, Laide, por puro capricho acaso, se lo hubiera llevado a su habitacion.
Giacomo llego sonriendo con la media luna sobre un platito y ella la cogio:
«Voy a cerrar la maleta», dijo y se marcho.
Antonio la acompano hasta la escalera y pregunto:
«?No puedo subir?»
Ella dijo:
«?Estas loco?»
El se quedo esperando en el sillon de mimbre que estaba en un rincon desde el que podia observar la escalera. Desde su mostrador, alli al fondo, el conserje podia verlo. Antonio se sentia violentisimo y ridiculo. A su edad, dejarse ver manejado por una chiquilla. ?El tio! ?Menudo si el conserje no se lo habria figurado! La clasica situacion: el viejo que paga y la jovencita de vida alegre que se va a menudo con maromos. En la mirada de un camarero que pasaba le parecio adivinar la ironia.
Se oyeron unos pasos por la escalera. No, eran de hombre. Aparecio un jovencito con jersey que llevaba al brazo una chaqueta de gamuza: un tipo deportivo. Tal vez uno de los pilotos que entrenaban en el circuito, un probador. ?Seria por el -se pregunto Antonio- por lo que Laide le habia prohibido subir a su habitacion? Mientras Laide tomaba el cafe con el, Antonio, ?estaria acaso el jovencito afeitandose en su habitacion?
Antonio lo escruto, pero paso de largo hacia la salida sin hacer el menor caso de el, cosa que lo tranquilizo. Si el joven habia estado en la habitacion con ella, Laide debia de haber buscado un pretexto para bajar: acaso le hubiera dicho que habia llegado su tio. En ese caso, aunque solo hubiese sido por curiosidad, el joven habria echado un vistazo a Antonio.
Por lo demas, se trataba de una hipotesis absurda. Laide, tan preocupada por guardar las formas (preocupacion ridicula, porque estaba seguro de que todos, desde el conserje hasta el ultimo cliente del hotel, la habian catalogado como una putilla fuera de casa: ?pues no decia que hacia de modelo para fotografias de moda! ?Vamos, hombre!), Laide no habria dejado, seguro, que un joven pasara toda la noche con ella. Tras haber hecho el amor, lo habria despachado a su habitacion.
Un arranque de rebelion interna. ?Estaria volviendose idiota? ?Por que aquel inquieto trajin de sospechas celosas? ?Acaso era suya Laide? ?Que obligaciones tenia para con el? ?Tal vez por aquellas cincuenta mil liras que le habia pedido ella prestadas (para una deuda contraida por la enfermedad de su madre, que se habia comprometido a pagar a plazos, uno de los cuales vencia precisamente el dia siguiente) y que el habia tenido mucho gusto en prestarle por la sensacion de trabar con ella un vinculo privado? No, no podia honradamente pensar que aquellas cincuenta mil liras le impusieran una obligacion, por vaga que fuese, de fidelidad. ?Entonces? ?Acaso no era duena de ir a donde le saliese de las narices y dejarse cepillar por quien quisiera? ?Que podia