exterior de un ojo, en el que la noche habia dejado una minuscula arruga de la piel? ?Y que iria a hacer en Modena? ?Quien la esperaria? ?Que haria aquella noche? ?Dormiria sola? ?Con quien dormiria? No. Bastaba con que llegara. Bastaba con que detras de la cancela de Via Squarcia (que el habia ido el dia anterior a inspeccionar desde el exterior) apareciera ella con su desdenoso paso y a su vista desapareceria la angustia. Y al mismo tiempo tenia la sensacion de que aquella lluvia lo arrastraba ya, una fuerza nunca vista lo apartaba poco a poco de lo que habia sido hasta entonces su vida, cosas semejantes las habia leido mas de una vez en las novelas y no las habia creido, cuentos absurdos, y ahora el estaba dentro y ya ni siquiera luchaba; por la noche si, a veces se rebelaba con la exaltacion propia de la noche; ahora, no, ahora la lluvia que azotaba, salvaje, lo arrastraba y el no salia del remolino, ni siquiera levantaba una mano para pedir socorro.
El tiempo no acababa de pasar nunca. El reloj marcaba ya las siete y diez, pero Antonio tenia la costumbre de llevarlo siempre un poco adelantado, debian de ser apenas las siete y dos, las siete y tres. Otro cigarrillo. ?Y si ella hubiera cambiado de idea y hubiese aplazado la partida? ?Hasta que hora esperaria? Se sentia la cara cansada. Se miro en el espejo del salpicadero: una cara odiosa, en particular la boca. Tal vez fuera la hora. Encendio el motor.
Via Squarcia estaba desierta. Habia una cancela frente a la casa de ella y mas alla un gran patio, al fondo de un pabellon. Detuvo el coche para poder vigilar la entrada de la casa. La cabina de cristal de la porteria estaba aun apagada.
Su reloj marcaba las siete y veinte, debian de ser las siete y diez, las siete y once, y llovia un poco menos. Otro cigarrillo. ?Acudiria?
Ya llevaba retraso. Otros cinco minutos mas y ya no llegarian a tiempo al tren. ?Que habria sucedido?
No paraba de mirar el reloj, deseaba no mirarlo, esperar todas las veces un tiempo conveniente, al menos, pero la angustia… Oh, por fin.
Oyo el ruido de una puerta de cristal que se cerraba. Despues, tras la reja, en la penumbra, una figura.
Algo dentro de el se abrio, liberando un ahogo interno, le parecio volver a vivir. ?Ella! ?Ella!
Salio una mujer con un chal en la cabeza. Debia de tener al menos cuarenta anos. Se encendio la luz de la porteria.
Las siete y veintitres. Aquella no se habia despertado. Modena lo oprimia, no entendia por que interesaba tanto a Laide. Si se habia despertado a tiempo, era imposible que no estuviese ya abajo.
Se apeo del coche, subio los escalones de la porteria, donde habia un hombre.
«Oigame, por favor, ?podria avisar por el telefonillo a la senorita Anfossi de que esta aqui el coche esperandola?»
El otro obedecio de mala gana:
«Dice que baja en seguida».
?En seguida? Eran las siete y veinticinco, cierto era que habia poca gente por la calle, pero, si por casualidad hubieran empezado ya a funcionar los semaforos, en un cuarto de hora no llegaban a la estacion.
Las siete y media. ?En que estaba pensando esa desdichada? Las siete y treinta y dos. Nunca apareceria Laide, ya no bajaria, ya no le telefonearia mas, no volveria a dar senales de vida. Ya habia perdido el tren.
Salto la cerradura de la cancela. Ella avanzo, derecha, con aquel paso suyo, deliberado e indiferente. En la mano derecha llevaba un bolso de cuero; en la izquierda, una gran maleta blanca.
Dorigo se dirigio hacia ella, que parecia asombrada de verlo alli:
«?Podrias ayudarme, no?»
El le cogio la maleta.
«Ahora ya no llegamos».
«No ha sonado el despertador. Si no llega a llamarme el portero…»
«?Sabes que son las siete y media pasadas? En cinco minutos no llegamos a la estacion».
«?Por que cinco minutos?»
«?No dijiste que salia a las siete cuarenta?»
«Hay otro a las ocho y cinco».
«Podias habermelo dicho, ?no?»
«?Y como iba yo a saber que no sonaria el despertador?»
Ni siquiera le habia dicho 'hola', ni una sonrisa, incluso en aquel momento en que iba sentada a su lado en el coche, no lo habia mirado ni siquiera una vez, estaba totalmente concentrada en probar y volver a probar el cierre del bolso, que se enganchaba.
No se habia lavado, no se habia maquillado, llevaba un impermeable tipo trench-coat y estaba desmejorada, feucha, pero Antonio respiraba, la tenia ahi, a su lado, en su coche, por unos minutos al menos en cierto modo era suya, le concedia su presencia fisica, por unos minutos el sabia lo que estaba haciendo, por unos minutos no estaba con otros; el impermeable era corto, sobresalian las dos rodillas redondas y lisas, que las medias, muy estiradas, cubrian.
«?A que hotel vas en Modena?»
«Aun no lo se».
«?Ira a esperarte el?».
«?Quien es el?»
«Tu primo, tu primito».
«?Y quien lo sabe?»
«?Cuantos dias estaras fuera?»
«No lo se, depende del trabajo».
«?Te refieres a la fotografias?»
«Pero si debo de habertelo dicho cien veces». Parecia fastidiada, parecia entender que el sospechaba.
«?Y me telefonearas cuando vuelvas?»
«Claro que te telefoneare».
«?Y desde alli me telefonearas tambien?»
«Puede que si, si me resulta posible».
Miraba la calle delante de el, estaban en Via Procaccini, llovia aun un poco, ella tenia una expresion inquieta y tensa, de animalito acosado, como aquel dia en que habia partido para Roma, pero el nada tenia que ver, el no tenia papel alguno en aquella inquietud de ella, era una partida, un duelo, un juego, una intriga, una conspiracion, a saber que, entre otras personas desconocidas de su mundo y ella, y el estaba excluido. El era el burgues acomodado que pagaba.
XVIII
Al entrar en la oficina, encontro una nota del telefonista: «Ha telefoneado desde Modena su sobrina Laide para rogarle que vaya a recogerla manana por la manana temprano a Modena, Hotel Moderno».
?Modena? ?Cuantos kilometros eran? Ni por un instante penso en no acudir. Despues se acordo de su modestisimo automovil, el seiscientos ya bastante destartalado.
Comenzo a proyectar la fuga. Salir temprano no era dificil, un despertar anormal no podia levantar sospechas en su casa, solo por la noche era dificil estar libre. Lo esencial era poder regresar a las cinco o cinco y media para un compromiso de trabajo: un palizon, desde luego.
Pero por la noche, en la cena, se encontro por casualidad con Menotti, su viejo amigo. Menotti tenia un coche deportivo, descapotable. Durante la cena, convencido de que el otro le diria que no con cualquier pretexto, le pregunto si le prestaria su Spyder el dia siguiente. Menotti no atribuyo la menor importancia al asunto. Si, desde luego, con tal de que Dorigo regresara por la noche.
La idea de ir a recoger a Laide en un automovil descapotable, de tipo deportivo, sereno a Antonio. De ilusiones tan estupidas esta hecha nuestra vida, en el fondo.
Al regreso del restaurante de Corsico, a lo largo del Naviglio, en una noche de mayo perfumada, conduciendo aquel hermoso coche, con el viento que le daba un extrano malestar en la nuca, con una mujer hermosa al lado, de la que ni siquiera conocia el nombre y que lo traia totalmente sin cuidado, con las luces de las farolas que pasaban de largo, las miradas curiosas o envidiosas de los transeuntes, iba pensando en que el dia siguiente