volveria a verla, con la maravillosa conciencia de que Laide lo habia llamado por primera vez, con la ligereza que le daba la inmersion en el aire azul de la noche, con aquella sensacion embriagadora de desnudez que da un coche descapotable, como cuando de nino, a comienzos de junio, substituia los pantalones bombachos por el pantalon corto y las piernas desnudas le daban una confusa sensacion de voluptuosidad, expansion fisica y desverguenza carnal.

El despertar a las seis, en si durisimo, fue como una maravilla ante la idea de que ella lo esperaba, ante la idea del coche con el que iba a recogerla. Con aquel coche llegaria un hombre estupendo: rico, deportivo, desenvuelto, moderno, joven, como los maromos de las peliculas de moda. Iba a causarle una impresion magnifica. Al verlo llegar con un Spyder sport, Laide ya no podria considerarlo un intelectual, un poca cosa, un pobre burgues. Aquel coche le permitiria entrar por fin en su mundo, con pleno derecho de ciudadania, el mundo de los hombres ricos e impavidos que manejan a las chiquillas pobres como si fueran automoviles o, mejor dicho, con mayor indiferencia, mientras ellas los miran intimidadas y se dejan magrear pasivamente.

Partio a las seis y media y encontro las calles vacias. Lastima que el cielo estuviese gris.

Cada vez que el pie apretaba el pedal del acelerador, era un espacio menos que lo separaba de ella. El, que solia ser prudente hasta la exageracion, volaba por la ciudad. Las casas estaban aun adormecidas y lividas; los semaforos eran aun destellos amarillos intermitentes: la ciudad cogida por sorpresa.

Se interno por la autopista del Sol, cuando el sol aun no habia logrado disipar la bruma. La pista estaba desierta.

Nunca habia probado a conducir a ciento veinte, ciento treinta por hora. Al acelerar, las lineas blancas de los bordes se contraian y estrechaban de modo preocupante. Desde luego, ella estaria dormida a aquella hora. ?Sola? Ella estaba alli, al fondo, allende el horizonte, muy lejos aun.

No habia en derredor ni casas ni fabricas ni surtidores de gasolina, como en las carreteras normales. El campo estaba desierto: prados humeantes de niebla y al fondo grandes hileras regulares y sucesivas de alamos altisimos que se perdian a lo lejos. A medida que corria, los arboles, por un lado y por otro, giraban en tropel y se concentraban hacia el extremo del tramo rectilineo y despues se disgregaban a los lados, mientras otros, mas lejanos, corrian por delante para volver a cerrarse hacia el horizonte: como si dos inmensas plataformas giraran en sentido opuesto, una a la derecha y otra a la izquierda.

Aun no habia sol, pero se sentia que estaba tras los toldos de humedad y niebla. Todo el campo inmenso lo esperaba, aterido, y, a medida que la aguja blanca del cuentakilometros subia con nerviosas oscilaciones, el aire frio formaba un remolino en su nuca.

Despues le parecio que al moverse, en sentido inverso al desplazamiento del coche, las hileras de alamos querian decirle algo. Si, la fuga de los arboles -trenzado fluido y cambiante de perspectivas en una doble rotacion del campo hasta perderse de vista- habia cobrado una intensidad especial de expresion, como cuando alguien esta a punto de hablar.

Corria, volaba, en direccion del amor y tambien los arboles que se deslizaban en el limite de los prados eran impulsados por algo mas fuerte que ellos. Cada cual tenia su propia fisionomia, una forma especial, una silueta diferente, y eran muchos: miles y miles. Y, sin embargo, una fuerza comun los arrastraba hasta el remolino. Todos los alamos del campo inconmensurable huian exactamente como el, girando en dos enormes alas curvadas.

Era un espectaculo, en la manana solitaria, con la vacia carretera por delante y los prados y los campos desiertos; no se veia un alma, parecia que todo el mundo, excepto el, hubiera olvidado que existia aquella parte del mundo y ella estaba alli, al fondo, detras del ultimisimo telon de arboles o, mejor dicho, mucho mas alla, probablemente estuviera durmiendo con la cabeza hundida en la almohada y entre las tiras de las persianas la luz del nuevo dia penetrara en la alcoba e iluminase la masa de su pelo negro, inmovil. ?Estaria sola?

Entonces comprendio de improviso el sentido de aquel encantamiento natural. ?Que querian decirle, en realidad, las hileras de alamos que avanzaban en fila por el horizonte y parecian huir de el y al tiempo correr a su encuentro para despues alejarse a sus espaldas, en la niebla, consumidas, mientras nuevas hileras aparecian por delante, inagotables, y se precipitaban sobre el?

De repente comprendio lo que decian, comprendio el significado del mundo visible, cuando nos deja estupefactos y decimos: «?Que belleza!», y nuestra alma se siente invadida por la exaltacion. Habia vivido toda su vida sin sospechar la causa. Muchas veces se habia quedado arrobado ante un paisaje, un monumento, una plaza, un escorzo de calle, un jardin, el interior de una iglesia, una roca, una callejuela, un desierto. Hasta entonces no se habia dado cuenta por fin del secreto.

Un secreto muy sencillo: el amor. Todo lo que nos fascina del mundo inanimado, los bosques, las llanuras, los rios, las montanas, los mares, los valles, las estepas, mas, mas, las ciudades, los palacios, las piedras, mas, el cielo, los ocasos, las tormentas, mas, la nieve, mas, la noche, las estrellas, el viento, todas esas cosas, en si mismas vacias e indiferentes, se cargan de significado humano, porque, sin que lo sospechemos, contienen un presentimiento de amor.

?Que estupido habia sido al no haberse dado cuenta hasta entonces! ?Que interes tendrian un acantilado, un bosque, una ruina, si no entranaran una espera? ?Y espera de que, si no de ella, de la criatura que podria hacernos felices? ?Que sentido tendria un valle romantico, todo rocas y escorzos misteriosos, si el pensamiento no pudiera transportarnos hasta ella en un paseo a la hora del ocaso entre flebiles llamadas de pajaros? ?Que sentido la muralla de los antiguos faraones, si en la sombra de la cueva no pudieramos sonar con un encuentro? ?Y que podria importarnos una esquina de un pueblo flamenco o un cafe del bulevar o el zoco de Damasco, si no pudieramos suponer que tambien ella pasaria un dia por ellos y dejaria prendido un jiron de su vida? Y una capillita solitaria en un cruce de caminos con su lamparita, ?como iba a ser tan conmovedora, si no ocultara una alusion? ?Y la alusion a que seria, si no a ella, a la criatura que podria hacernos felices?

Penso en una ventana solitaria iluminada en una noche de invierno, en una playa bajo rocas blancas en plena gloria del sol, en una callejuela inquietante y tortuosa en el corazon de la ciudad antigua, en las terrazas de un gran hotel en una noche de gala, en heniles, en la luz de la luna; penso en las pistas de nieve en un mediodia de abril, en la estela de un transatlantico blanco iluminado con una fiesta, en los cementerios de montana, en las bibliotecas, en chimeneas encendidas, escenarios de teatros desiertos, en la Navidad, el fulgor del alba, dondequiera que estuviese oculto el pensamiento de ella, aun cuando no supiesemos quien era.

?Que mezquina seria nuestra exaltacion espiritual, si solo nos incumbiera a nosotros y no pudiese transmitirse a otra persona!

Incluso las montanas que habia amado intensamente, las desnudas, escabrosas e inhospitas rocas, en apariencia tan antiteticas a los asuntos amorosos, cobraban un sentido diferente en aquel momento. ?Un desafio a la naturaleza salvaje? ?La superacion del yo? ?La conquista del abismo? ?El orgullo de la cumbre? ?Que espantosa necedad seria, si consistiera solo en eso! Dificultades y peligros resultarian ridiculamente gratuitos. Habia meditado por extenso sobre ese problema sin lograr resolverlo. En aquel momento, si. En el amor a las montanas anidaba clandestinamente otro impulso del alma.

Si, cuando era nino, alguien se lo hubiera dicho y hubiese podido entenderlo, siempre habria replicado que no, que no era cierto, por una apariencia de pudor. Asi tambien los demas habrian dicho que no, que era una idiotez, retorica, romanticismo trasnochado y, sin embargo, si se les hubiera preguntado, no habrian sabido indicar de otro modo por que les conmovia una borrasca marina o un arco de los Cesares derruido o una farola oscilante en una callejuela de los bajos fondos. Nunca confesarian que ante esas escenas tambien ellos sentian la llamada de un sueno de amor, pese al desagrado que semejante expresion pudiera inspirar.

Desde el ultimo extremo del tramo rectilineo, mientras ya el cielo se disolvia en el azul y el sol se esparcia, los grumos de arboles apostados alli al fondo seguian rompiendose, desgranandose en dos partes lentamente y en progresiva precipitacion pasaban deslizandose por los costados, con un fluido trenzado de perspectivas -rapidas las hileras mas cercanas, lentas y perezosas las lejanas- en una doble rotacion del campo hasta perderse de vista, y, cuando apretaba el pedal, el movimiento de los arboles se aceleraba y le parecia que toda la llanura lo obedecia.

Tambien le venian a las mientes las caravanas de cacatuas maullantes procedentes de America que bajaban de los autobuses delante de museos y catedrales. ?Perseguirian tambien aquellas desdichadas, en su vagar de un pais a otro, aquel presentimiento de amor? Exactamente asi, compadecedlas. Tambien en esas carrozonas en serie y rebosantes de salud resistia aun, sin que lo supieran, la llamada; tenian sesenta, setenta, ochenta anos, eran mujeres recatadas y respetables, habrian enloquecido de verguenza, si hubieran podido saber lo que las arrastraba de aca para alla por el mundo y, sin embargo, si en los viajes no hubiera habido ese asomo novelesco

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