«Si, le he dicho que antes viajabas, que estabas en el extranjero».
«?Y te ha creido?»
«?Por que no habria debido creerme? No todos son como tu precisamente. Pero espera… me parece que es el».
XX
Lo miro con cierto miedo. No, Marcello no era un tipo como para dar miedo, ni siquiera a el, Antonio, el cincuenton.
Llego con una scooter, iba vestido con discreto mal gusto, una corbata abigarrada, amarilla y verde, y un traje rayado. Pero, ?y la cara? Lo importante era la cara.
La cara cuadraba con las descripciones de Laide. Era un joven bastante alto, mas que Antonio, pero ligeramente encorvado. Pero, ?y la cara? La cara era lo importante.
La cara cuadraba: cuadraba hasta el fondo. ?Feo? Feo, no, peor: inexpresivo, carente de vida, obtuso. Pero feo no. Los ojos, sobre todo los ojos: sin vibracion, sin chispa, sin intenciones siquiera ni sobreentendidos. Bonachon, vagamente soso. Si, correspondia perfectamente.
«Mira», dijo Laide. «?Sabes donde esta la plaza? Desde aqui, en linea recta, deben de ser doscientos metros: donde hay una pendiente. Tu vete a comer y despues nos vemos en la plaza».
«?A que hora?»
«Ahora, ?que hora es?»
«Las doce y veinte».
«Pongamos a las dos y cuarto».
«?Tan tarde?»
«Es que esos amigos mios no viven en el centro precisamente».
«?A las dos y cuarto? Pero, por favor, no te hagas esperar».
«A las dos y cuarto. ?Me oyes?»
«Si, si, ?por que?»
«Te hablan y tu pensando en otra cosa. Oye, ?me harias un favor?»
Antonio miro a Marcello, que parecia ausente, del todo indiferente, apatico.
«?Que?»
«?Me guardarias a Picchi?»
«?El perrito?»
«?Como quieres que lo lleve en la Vespa? Ademas, es un tesoro, ya veras».
«?Y hay que darle de comer?»
«Bah, no importa, comera en Milan. Si acaso, una papilla, un poco de arroz y carne. Eso si, carne cruda, por favor, y poca, verdad, que es pequenin, mi Picchi».
Laide se acuclillo en el asiento con un salto gracioso que indicaba lo muy acostumbrada que estaba a hacerlo. Marcello arranco. Ella hizo un gesto de despedida a Antonio. Despues se volvio hacia delante, parecio apoyarse en los hombros de su acompanante y ya no se volvio mas. El se quedo plantado, bajo el sol, con el perrito en brazos.
Algo dentro de el le decia debilmente: 'Mira que no es justo, piensa en tu edad, ella se va en moto con un joven de veintidos, veinticinco anos, y te deja plantado aqui, como a un idiota, y con el perrito. ?Comprendes lo ridiculo que es? ?Comprendes el papelon que estas haciendo?'
Estaba delante de la puerta del hotel con el perrito en brazos, en el umbral del hotel habia dos jovenes sirvientes de este, de uniforme, los que antes lo miraban: sin asombro, burla o ironia, pero lo miraban.
Se dirigio al primer restaurante, uno bastante famoso. Hacia calor y se sento en una salita lateral en la que no habia nadie. Dejaria en el suelo el perrito, que, pese a su pequenez, tenia una vitalidad tremenda.
Pidio jamon, no tenia ganas de comer, comer le daba asco. Estaba solo. En la salita, dos mesas mas alla, se sento una pareja, debian de ser extranjeros. Ella, una rubia destenida, se intereso al instante por el perrito e intento llamar su atencion con gestos graciosos. El perrito no le hizo caso.
Por mucho que masticara, no conseguia tragar. ?Donde estaria ella en aquel momento? Pasaban carritos cargados con todos los bienes de Dios; ?a quien le importaban? Era demasiado a su edad. Imagino que hubiera entrado un conocido y le hubiese preguntado que hacia, de quien era aquel perrito. Era demasiado a su edad. Pidio un filete de ternera a la plancha. Tal vez consiguiese tragar el filete. La extranjera rubia habia dejado de interesarse por el perrito.
Ir solo a un restaurante siempre le habia desagradado. Con tal de no ir solo a un restaurante, casi siempre preferia saltarse la comida. Le trajeron el filete y la sopa para el perrito. Hacia calor, habia mucha gente: comian con gusto, estaban alegres, los malditos. La una y media, hacia calor, aun tres cuartos de hora que esperar. Era un restaurante distinguido, iban y venian camareros y a Picchi no le gustaba la papilla.
Para acabar, lo mas sencillo era un platano, pero estaba verde y lo dejo a medio comer, y un cafe. El camarero, decepcionado por semejante cliente, trajo la cuenta. Las dos menos cuarto: media hora aun. Y ni siquiera tenia un periodico para leer. Espero largo rato el cambio, pero el camarero no acudia y el perrito empezo a toquetearle los bajos del pantalon, queria subirsele a las rodillas, conque se lo coloco sobre las rodillas y se puso a acariciarlo: sabia tratar a los perros. ?Y si hubiera ahuecado el ala? ?Si hubiese descargado las maletas y el perro en el hotel y se hubiera marchado? Comprendia vagamente que un hombre, un hombre decente, no habria hecho otra cosa, pero el ya no era un hombre, era un desgraciado, era un nino, peor que un nino, era un gusano, un ser abyecto, tambien eso lo comprendia vagamente.
Con una sonrisa -por decirlo asi- interna se imaginaba la escena. Ella, que llegaba, acompanada por el primito, al lugar de la cita, en la plaza, y no lo encontraba. Daban una vuelta por las calles cercanas: nada y ya eran las tres menos veinte. ?Y si estuviera aun en el restaurante? Iban al restaurante. Tampoco alli. ?Y si hubiese vuelto al hotel? En el hotel, nada mas entrar Laide, el conserje le dedicaba una sonrisa que podia querer decir muchas cosas diferentes.
«Mire, senorita, su tio ha dejado dicho que tenia que marcharse, se disculpa por no haber podido esperar…»
«?Y mis maletas?»
«Estan aqui, senorita».
Y entonces ella se ponia blanca de rabia y a duras penas se dominaba para salvar la cara delante del conserje (creia que era necesario, ja, ja), pero sentia deseos de arremeter contra todo lo mas sagrado y decirle cuatro frescas a ese sinverguenza de su tio. Y ahora, ?que haria? Sin un centimo en el bolsillo. ?En Marcello no habia ni que pensar! Era ella la que prestaba a Marcello de vez en cuando. Y, encima, la rabia y la humillacion que sentiria, al darse cuenta de que el conserje lo habia entendido todo y la miraba con una altivez y una superioridad que antes no tenia. Estaba mas que claro que ella era una de esas y que la historia del trabajo y las fotografias era una coartada pueril. En efecto, cuando ella se apresuraba a avisar de que aquella noche la pasaria tambien en el hotel, el conserje le anunciaba que su habitacion ya estaba reservada y que no habia ninguna otra libre y, cuando ella se enfurecia y suplicaba, el conserje le decia con una sonrisita transparente:
«No se, senorita, lo unico que puedo hacer… si por una noche se contenta… es arreglarle una cama en el ultimo piso… precisamente junto a mi habitacion hay un cuartito vacio…»
?Que leccion, que castigo tan merecido! Nada papanatas, a fin de cuentas, como se podia pensar, el tio Antonio. Enamorado, si, de aquella listilla, pero ni siquiera a ella le permitia que se le subiera a las barbas.
Antonio se describia minuciosa y voluptuosamente esa victoriosa fantasia, aun dandose cuenta de que nunca seria capaz de llegar a tanto, y era como cuando imaginamos las cosas mas horrendas: catastrofes, un terremoto, una batalla, una enfermedad espantosa, la ruina total.
Porque, ante la idea de no poder volver a verla, una angustia sin limites se apoderaba de el. No. Cualquier cosa con tal de evitar esa condena. ?Que habria hecho sin ella? ?Como habria podido resistirlo? Laide era el mundo mismo, la vida, la sangre, la luz del sol, la gloria, la riqueza, la realizacion de los suenos. Ya solo sentirse sobre las rodillas el perrito de ella -por fortuna, se habia quedado dormido- le consolaba, porque el animalito pertenecia a Laide y tenerlo consigo le garantizaba la posibilidad de volver a verla, aunque solo fuera por un