me harte».
Habia incluso una perfida vanidad en las palabras de Laide, como una chiquilla que contara sus triunfos escolares.
«E imaginate», anadio, «la ultima vez sali de alli media hora antes de que llegara la policia. Imaginate, menor de edad como era».
«?Y que sucedio?»
«A mi, nada. Ella, Matilde, estuvo encerrada seis, siete meses, lo contaron todos los periodicos».
«?Y sigue viviendo alli?»
«No lo se seguro, porque no he tenido mas noticias, pero creo que si. ?Figurate si voy a vivir en la misma casa!»
Un dia que iban en el coche, Laide le habia pedido que se detuviera delante de un quiosco de periodicos para comprar una revista de modas. Cuando tuvo la revista en la mano, le enseno la portada: dos muchachas en traje de bano en una playa, una de pie y la otra tendida en la arena.
«Pero, ?como! ?No me reconoces?»
«?Cual? ?Esta que esta de pie?»
«?Pues claro! ?No ves que soy yo?»
Antonio se quedo perplejo: se le parecia, no cabia duda, pero Laide tenia la nariz mas pronunciada y la boca mas fina.
«?No ves estos gruesos labios? No son los tuyos precisamente».
«Muy bien, hombre. Pero tu no sabes como nos maquillan antes de posar. Ademas, hay que poner la boca de determinado modo. Es logico que despues cueste reconocerme».
«Pues sera eso».
«?Como que sera eso! ?Quien quieres que sea, si no.
Un poco despues, cuando se despidieron delante de la casa de ella, Laide recogio del asiento de atras la revista, volvio a ensenarle la portada y exclamo, radiante:
«?Hay que ver que nena mas preciosa tienes!»
El habria jurado que la bella banista no era ella y, prestando mas atencion, se dio cuenta de que tambien la forma de las orejas era diferente, pero no se atrevio a insistir mas. Mas aun: tambien el lo creyo. No, era imposible que fuese una mentira: si lo hubiese sido, Laide habria puesto otro tono de voz, no habria podido mostrarse tan firme y perentoria. ?O seria que la propia Laide, aun no habiendo posado nunca para esa foto, habia acabado convenciendose de que la bella banista era precisamente ella?
Un dia le conto que Fabrizio Asnenghi, el mas joven de los condes Asnenghi, sentia debilidad por ella. Es riquisimo, dijo, y tiene un pisito delicioso por la parte de Via XX Settembre. Un tipo muy distinguido, muy cortes, hombre apuesto, ademas, pero un poco aburrido, desde luego. Cuando iba a su casa, antes de pasar al asunto, tenia que quedarse mas de una hora escuchando discos, mientras el fumaba su pipa y bebia whiskey y despues todas las veces la acompanaba a su casa con su Flaminia Sport y le metia en el bolso un cheque de cincuenta mil. Ademas, a veces Fabrizio daba fiestas: un monton de gente, todos mamados, y se veia de todo.
«Ah, ?te entregas tambien a las orgias?», dijo Antonio, que se sentia sin respiracion.
«?Estas loco?»
«Las chicas desnudas todas, me imagino».
«Ah, si, las hay que se ponen a hacer un estriptis, chicas de la alta sociedad, si vieras, pero, mira, yo no. ?Sabes lo que hago yo? Me quedo en el bar y me pongo a preparar las bebidas. En esos follones yo ni siquiera me aventuro a bailar. Me quedo en el bar y de alli nadie me mueve, aunque se burlen de mi».
Eran los retazos dispersos de un retrato que Antonio no lograba descifrar. Cosas tristes, miserables, abyectas incluso. Al pensarlo, solo resultaba una figura triste, desdichada, aferrada avidamente a las mas pobres ilusiones de las revistas del corazon. ?Era buena? ?Generosa? ?Lucida? No. Cuanto mas se consumia Antonio pensandolo, mas resultaba Laide un problema irresoluble. Tendido en la cama, Antonio se pasaba las horas muertas mirando fijamente dos grietas en el techo en forma de 7, extranamente semejantes. En esas hendiduras irregulares se concentraban su obsesion y su sufrimiento. Las palabras, los gestos, las caras de ella volvian a aparecer ante el, mientras contemplaba las dos finas fisuras inmoviles por encima de el, socarronas, maliciosas, llenas de filosofia. Se repetia, palabra por palabra, lo que ella le habia dicho: exclamaciones, cosas estupidas y triviales, mentirijillas, recuerdos de cuando era nina. Todo parecia conjurarse para representarla como una muchacha desgraciada, perdida en el potente flujo de la ciudad que dia tras dia se lleva por delante a hombres y mujeres y los devora. Dios, ?por que la amaba asi? ?Por que no podia por menos de hacerlo? ?Que podia darle? Todo parecia responder que no, que Laide no podia ser otra cosa para el que humillacion y rabia, que por alli solo le esperaba la perdicion.
Y, sin embargo, en aquella desvergonzada y tozuda chiquilla resplandecia una belleza que el no lograba definir, porque era diferente de todas las demas chicas como ella, listas para responder al telefono. Las otras, en comparacion, estaban muertas. En ella, Laide, vivia maravillosamente la ciudad, dura, decidida, presuntuosa, descarada, orgullosa, insolente, en la degradacion de las almas y las cosas, entre sonidos y luces equivocos, a la tetrica sombra de los edificios, entre las murallas de cemento y yeso, en la frenetica desolacion, como una flor.
XXIII
Una tarde en casa de Corsini. Laide, totalmente desnuda, estaba sentada en el borde de la cama y, mirandose en un espejo que habia colocado sobre una mesita, se arreglaba las cejas con unas pinzas. No le costaba nada desnudarse, andar desnuda por la casa. Su desverguenza era tan categorica, que dejaba de representar la menor malicia. Tambien Antonio estaba desnudo. Acuclillado en la cama a sus espaldas, seguia su tarea, impaciente. Hacia al menos media hora que Laide habia empezado a arreglarse. Partiendo del centro hacia los lados, arrancaba los pelos uno a uno para que las cejas quedaran bien distanciadas y despues rectificaba los bordes, las volvia mas finas. ?Quien se lo habria ensenado? Desde luego, asi la frente resultaba mas ancha.
Ella estaba totalmente concentrada en el trabajo, no se preocupaba de Antonio, que sufria. No es que el se desasosegara por lujuria, era la indiferencia lo que lo exasperaba.
«Laide, ?te falta mucho?»
«?La Virgen, que prisa! Si acabo de empezar. ?Que sucede? ?Estas ansioso por hacer el amor?»
El estaba acuclillado a sus espaldas, contemplaba fascinado la cara de ella en el espejo, la precision de sus manos, los movimientos de sus labios y de su lengua con el esfuerzo de la concentracion. Aunque Laide tenia la espalda un poco curvada, las tetitas, erguidas y atentas, estaban preciosas, y el vientre no formaba pliegues.
Antonio tuvo que dominarse para resistir. No era el deseo, era la rabia. Penso: 'Pero, ?lo hara a proposito? ?Se divertira excitandome y humillandome? ?O simplemente le importo un pepino? ?O las dos cosas a la vez? Seria tan natural que en esta posicion la abrazara por detras y le cogiera los senos. Mejor que no: menudo como se pondria. Y yo me quedo aqui, como un cretino, mirandola. Si me apartara y me pusiese a leer un libro, al menos ella no se sentiria tan interesante, tal vez quisiera acercarse a mi. No soy capaz'.
«Ya casi he acabado una», dijo ella.
«?Una que?»
«Una ceja. Supongo que te alegraras. Y esta de la derecha la hago mas rapido».
«?Por que mas rapido?»
«No se, por esta parte me resulta mas facil».
El penso: 'Pero, ?que pecado he cometido para que me haya caido esto encima?'
En toda su vida nunca se habia encontrado en una situacion semejante. Nunca se habia encontrado desnudo sobre una cama con ojos como platos clavados en una muchacha desenvuelta y treinta anos mas joven que el, una putilla insolente que no abrigaba ni asomo de sentimiento por el. Nunca se habia encontrado muriendose por una chiquilla a la que le importaba menos que un pepino, que ni siquiera lo necesitaba, porque podia encontrar a decenas de hombres como el, que iba con el solo porque de momento le resultaba comodo. El, intelectual refinado, perderse por alguien asi. Y, sin embargo, no era tan sencillo. Y, sin embargo, la insolente tenia algo que en ninguna otra habia encontrado. Aun no habia logrado entenderlo. Habia algo limpio, sano y bello en la chiquilla