A Antonio le habria gustado explorar las callejuelas circunstantes: ?hasta donde se extenderia aquella ciudadela secreta? ?Habria otras plazuelas? ?Se podria salir por otra parte, por Via Statuto o Via Palermo? Hasta habria podido encontrar de nuevo a la muchacha.

Pero fue cobarde, como de costumbre. Se sentia extranjero. A fin de cuentas, se encontraba en casa ajena. Incluso la angosta plaza debia de ser propiedad privada. Si alguien le hubiera preguntado por que habia entrado, ?que habria podido responder?

Se marcho, tras encender un cigarrillo, resignado. ?A saber donde habria ido a meterse la espanolita! ?Viviria tal vez alli? ?O habria ido a ver a una amiga? ?O habria acudido a una cita? No volveria a verla nunca mas.

Y, sin embargo, con una de esas intuiciones del alma, aparentemente absurdas, en las que acaso no se repare, pero que permanecen dentro para reavivarse mas adelante, al cabo de meses o anos, cuando se dispare el mecanismo del destino, Antonio tuvo un presentimiento: como si aquel encuentro revistiera importancia en su vida, como si la rapidisima coincidencia de las miradas hubiese creado entre ellos un vinculo que no se quebraria nunca mas, sin que lo supieran. Ya en el pasado habia comprobado, mas de una vez, la increible fuerza del amor, capaz de volver a anudar, con infinita sagacidad y paciencia, mediante cadenas vertiginosas de aparentes casualidades, dos finisimos hilos que se habian perdido en la confusion de la vida, de un extremo al otro del mundo.

Pero despues, con el paso de los dias, vinieron el trabajo, los viajes, la gente. Antonio no habia vuelto a pensar en ella, la turbadora figurita olvidada y sepultada en los profundos subterraneos de la memoria.

V

Pero, cuando aquella menor, con los brazos desnudos en alto como asas de anfora, se volvio para sonreirle en el agradable salon de la senora Ermelina, afloro de pronto el recuerdo de aquella noche de septiembre u octubre en Corso Garibaldi.

No podia asegurar que fuera ella. La muchacha de Corso Garibaldi tal vez fuese mas hermosa, al menos en el recuerdo, pero habia una extrana identidad de estilo humano. Desde luego, esta Laide no encarnaba el mismo misterio.

?O seria que la violenta atraccion ejercida sobre el por aquella dependia de que en aquel momento, en aquel lugar, hubiera resultado una criatura inalcanzable, mientras que esta estaba a su completa y facil disposicion? ?Seria tal vez solo la diferente situacion lo que las hacia parecer distintas, cuando, en realidad, eran la misma persona?

Entretanto, Laide, satisfecha con la prueba, se habia quitado el vestido y se habia quedado de nuevo en combinacion.

«?No pretenderas volver a vestirte ahora!», dijo Ermelina, riendo, porque la muchacha habia recogido su falda del divan. «Hijos mios, alli todo esta listo».

Era una de las formulas sacramentales. Antonio, precedido de Laide, paso a la alcoba.

Solo, que, cuando se encontraba en el umbral y la muchacha ya habia entrado, Ermelina hizo una senal al hombre para que volviera junto a ella y le susurro al oido:

«Tenga en cuenta que es un caso extrano, verdad. Le gusta…» e hizo un gesto. «Se lo digo para que sepa a que atenerse».

«Ah, estupendo», respondio el, pese a no haber entendido.

La cama estaba hecha y sobre ella habia una colcha de cretona extendida. Evidentemente, la patrona pensaba que harian el amor al descubierto, pero el cuarto no estaba caldeado precisamente. Antonio levanto la colcha y, nada mas desnudarse, se metio bajo las sabanas. Entretanto, ella estaba en el bano lavandose.

Tal vez aquellos cinco minutos de espera en la cama, mientras la muchacha, al otro lado, preparaba como Dios manda su cuerpo, fueran el momento mejor. La imaginacion, con la certeza de una proxima satisfaccion sin impedimentos, formulaba las mas excitantes y lujuriosas hipotesis, que, naturalmente, resultarian defraudadas despues al menos en un ochenta por ciento.

Ella volvio a aparecer en combinacion. «Hola», dijo, al entrar y anadio con cierto asombro: «?Te has metido dentro?»

«Querida mia, no hace calor precisamente aqui».

«Si, mucho calor no hace».

Con la misma desenvoltura que si hubiera estado sola en un local hermeticamente cerrado, sin la menor simulacion de pudor, mientras el la examinaba y saboreaba por anticipado, se quito la combinacion y despues las medias. Debajo llevaba unas bragas violeta y un corse de un violeta mas claro con listas verticales y negras, bastante elegantes. Ermelina tenia mucho interes en que las chicas de su escuderia se esmeraran en la eleccion de su lenceria. Eso era lo importante con una clientela selecta como la suya. Que los vestidos y los abrigos estuvieran raidos poco importaba.

Con la cabeza inclinada y los labios contraidos por el esfuerzo, Laide desabrocho los corchetes del corse, por la espalda. Despues lo abrio como una concha y quedo desnuda.

Era el clasico cuerpo de bailarina, esbelta, caderas estrechas, muslos largos y espigados, senos pequenos de nina. Parecia un dibujo de Degas.

Corrio hacia la cama.

«Tienes razon: ?que frio!», y se metio riendo bajo las sabanas y entre los brazos de el.

El se apresuro a besarla en la boca. Ella estaba metiendole, con aparente placer, la lengua entre los labios, pero sin intemperancias obscenas, sino con cierto recato casi casto.

Despues Antonio volvio a alzar la cabeza para mirarla: aquella carita alegre e infantil debajo de el, entre el negro de la larga cabellera suelta. Parecia encontrarse a gusto.

«?Es verdad que eres bailarina?»

«Si».

«?Y donde trabajas?», le pregunto, fingiendo que Ermelina no se lo habia dicho.

«En un teatro al que tu tambien vas».

?Que querria decir? ?Se habria enterado de quien era Antonio, de que trabajaba de escenografo? ?O se referiria en general a la categoria social, como si todos los burgueses de cierta clase hubieran de frecuentar la Scala?

«?Como que voy?»

«Un teatro al que tu tambien vas».

«?Eres bailarina de la Scala?»

Ella dijo que si con la cabeza, confesion que le satisfacia.

«Te felicito. Ire a aplaudirte». «Gracias».

«Y, disculpa la pregunta, ?como es que no llevas las axilas depiladas?»

«Calla, que tengo que ir al esteticista».

«Pero, ?bailas asi en la Scala?»

«Para eso hay como unas ventosas que nos ponemos y asi, al bailar, no se ven los pelos».

Hizo una pequena mueca frunciendo el labio superior, como hacen las ninas un poco coquetas cuando piden perdon.

Y el:

«Dime: ?como te llamas? ?Laide? Mira una cosa: satisfaceme una curiosidad. ?Vives por casualidad en Corso Garibaldi?»

«?Yo?» Puso una mueca de asombro. «Ni hablar. ?Por que?»

«No, por nada. Porque te he visto en Corso Garibaldi».

«?A mi en Corso Garibaldi?» Se quedo pasmada. «?Cuando?»

«No recuerdo exactamente, pero hara unos tres o cuatro meses. Era por la noche, hacia septiembre u octubre».

«Pero, ?si debe de hacer dos anos que no paso por Corso Garibaldi!»

«Entraste en una callejuela que conduce a ese barrio interior, la que llaman la Torcida».

«?Yo en la Torcida?» Decia 'tovcida' con una erre graciosa.

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