filamentos, ella las siente como telaranas pegadas, esos guarros, en el colegio sor Celeste le decia siempre: 'basta de mirarte en los cristales de las ventanas, que es pecado', eso decia, era invierno al otro lado de las ventanas, la calle completamente cubierta de nieve, silenciosa como nunca, y faroles, uno tras otro, hasta perderse de vista, pero esta noche hay pocos coches, mientras en las viejas escaleras corroidas las bombillas, apagadas y pobres, en todos los pisos, la del tercero se ha fundido incluso, emiten esa luz que cuenta tantas cosas horribles, Dios, Dios, las paredes tenebrosas, el charco, el misterioso automovil parado, el laboratorio incomprensible en el sotano, donde entran y salen ciertos tipos, el asquerosos estudio del fotografo en el primer piso que no se sabe como vive, la fantastica marana de las chimeneas en el tejado, la perdicion de los ojos de patio hundidos, la habitual meada en el rincon, el 'trac trac' de vez en cuando en la tienda contigua, la lapida donde vivio un patriota milanes, ese ladrillo que sobresale, la rina nocturna en la taberna del patio, toda la densidad de vidas que fermentan y nunca se sabe, nunca se sabra, como en un robo silencioso.
Ya caia la noche, luces aqui y alla, pero en lo alto se veian aun todas las casas negras, enigmaticos perfiles humeantes de neblina. El estaba al borde de un foso inmenso y vacio, de alli llegaba Laide, de ese reino desconocido y una voz en su interior, de Dorigo, no exactamente una voz, mas bien un tanido profundo lo llamaba, llamaba. 'Que idiotez, se dijo', miro el reloj, en aquel momento entraba, procedente del bano, Laide, se habia echado el pelo hacia atras, precioso, estirado, en un compacto mono, un estilo maldito, desde luego, pero sin carmin en los labios, y le dijo:
«?Como! ?Aun no te has vestido?»
VII
Volvio a verla unos dias despues, tambien en casa de la senora Ermelina. Habia telefoneado, como de costumbre, pero pidio que le asignara a Laide. Cuando volvio a encontrarsela en aquel salon, se sintio un poco desilusionado. Aquella vez se habia recogido el pelo en la nuca y parecia descuidada. Resaltaban en su rostro los rasgos tipicamente populares y vulgares: la nariz prominente de punta roma, el movimiento de los labios, que se abrian de vez en cuando como valvas, con expresion astuta, provocativa y segura de si. Le impresiono tambien la desenvoltura con la que hablaba Laide de cosas indecentes delante de el, de Ermelina y de otra muchacha feucha, que estaba de paso. Contaba sobre sus companeras bailarinas, las calificaba a todas de putas.
«Pero aun habra alguna virgen», dijo Ermelina.
«Oh, si, si», dijo Laide riendo, «pero puede que sean peor que las otras. Hay una, amiga mia, de buena familia, claro esta, que es tan guarra, a fuerza de…», y en aquel momento hizo un gestito terrible, «que las caderas se le han puesto asi y ha tenido que dejar de bailar, imaginaos que actividad y, sin embargo, sigue siendo virgen».
«?Por que crees que se le han ensanchado las caderas?», dijo Dorigo.
«No hay nada peor que eso», explico Laide, tajante, con expresion de entendida.
Tampoco el amor en la cama fue como la primera vez. Las caricias y los besos parecian formalidades burocraticas. Entretanto, el procuraba averiguar algo sobre ella, pero Laide no estaba dispuesta a hacer confidencias. Solo se entero de que vivia con una hermana casada, doce anos mayor que ella: su madre habia muerto hacia unos meses y su padre quince anos antes. Su hermana estaba siempre enferma y su cunado tenia un pequeno negocio. Ser bailarina de la Scala le brindaba gran libertad para salir y regresar tarde por la noche.
Pero sobre todo a proposito de la Scala se mostraba evasiva Laide. Con el deseo de que ella lo estimara, de establecer como un vinculo profesional, Antonio le dijo que precisamente aquellos dias estaba preparando decorados y trajes para un ballet de Lachenard, L'etoile du soir. ?Iba a actuar ella tambien? Si, claro, pero ese ballet no le gustaba.
«Pero ayer, por ejemplo, ?estuviste en el ensayo?»
«Ayer, no: ayer tenia un poco de fiebre».
En cuanto al apellido, no hubo forma alguna de saberlo.
«Podemos vernos igual, ?no?»
«Pero, ?es que temes algo?»
«Nada, soy asi: cuanto menos se sepa, mejor».
«Entonces, no te fias».
«?Que quieres decir? Yo no digo mi nombre a nadie».
«Al menos podras darme el numero de telefono».
«Eso, vamos, es que no lo sabe lo que se dice nadie. Si llamaran a casa preguntando por mi, mi hermana se quedaria patidifusa».
«Entonces, ?como te llama Ermelina?»
«Soy yo la que le telefoneo. Le llamo de vez en cuando».
«?Para saber si hay alguna novedad?»
«O me telefonea ella despues de medianoche al Due».
«?La sala de fiestas?»
«Si».
«?Como! ?Vas todas las noches?»
«Todas las noches, no. Cuando voy, hago un numero».
«Un numero, ?de que?»
«Un slow».
«?Y como vas vestida?»
«Oh, toda tapada: con leotardos».
Habia estado un par de veces, Dorigo, en el Due, con amigos. Lo habian llamado asi por alusion a la carcel de San Vittore, denominada popularmente 'El do', porque la entrada tiene el numero 2. Estaba en el centro, en el sotano de un bar, una de esas salas de baile llamadas existencialistas, decoradas con extravagancias macabras o abstractas de gusto un poco goliardesco. Chicos y chicas, algunos jovencisimos, se exhibian en boggie-woogie y rock-and-roll freneticos y de genero acrobatico. Era un lugar en conjunto bastante alegre y simpatico, mas deportivo, en cierto sentido, que pecaminoso, pero estaba en un sotano y la escalerita angosta para bajar hasta el, las pintadas impertinentes y de doble sentido, la provocacion, aun ingenua, de las pinturas murales, cierto surrealismo a la francesa ponian las notas perversas y de mala vida que fascinaba a las senoras burguesas. No habia entraineuses, pero las ninfitas que interpretaban «numeros» no debian de ser, desde luego, novicias de convento, aunque solo fuera porque se dejaban toquetear, para las piruetas y los saltos mortales, por todas las partes posibles del cuerpo. Antonio recordo haber presenciado tambien un slow, como una danza apache modernizada, y la chica era arrojada repetidas veces al suelo, maltratada y arrastrada por la cabellera. Laide debia de hacer algo por el estilo.
«Y, disculpa, ?como te las arreglas con la Scala?»
«A medianoche, aunque haya espectaculo, la Scala ya ha acabado: como muy tarde a las doce y media».
«?Y tu hermana sabe que bailas en el Due?»
«?Madre mia! ?Pobre de mi, si lo supiera!»
«?Y a que hora vuelves a casa? ?A las tres? ?A las cuatro?»
«Mira, como muy tarde a la una, a la una y media, porque, si no, ?mi hermana…!»
Habia mucho de inverosimil en todas aquellas historias: que Ermelina, por ejemplo, no conociera su numero de telefono, que su hermana no supiese la vida que llevaba e ignorara sus exhibiciones nocturnas en el Due, que la Scala le permitiera bailar en un local no precisamente serio, pero ella hablaba con tal seguridad, tal acento de absoluta sinceridad, que resultaba imposible no creerle, habria habido que pensar en un autentico monstruo.
Por otra parte, ?que le importaba a el? Volveria a solicitarla un par de veces mas, como maximo, a Laide. Despues, al disminuir la curiosidad, se cansaria. Desde luego, ella no era de esas artesanas expertas que saben renovar el deseo aun despues de una frecuencia dilatadisima. Si le habia preguntado por ella y por su vida, habia sido solo por la fascinacion que en el ejercia el ambiente desconocido, la existencia de esas muchachitas. ?Como vivian? ?Con que aspiraciones? ?Como lograban resistir? ?Quienes eran sus hombres verdaderos? Participaban en