el mundo de las familias honestas y normales y al tiempo en la mala vida, frecuentaban a los hijos de las familias mas ricas, entraban en sus suntuosas quintas, subian a bordo de sus Ferrari y sus yates haciendose la ilusion de pertenecer a su sociedad, pero, en realidad, aquellos senores las utilizaban como mero instrumento de entretenimiento y libidinosidad y, por tanto, las despreciaban totalmente. Entraban como huespedes dignas de consideracion en las garconnieres de los millonarios, pero, si armaban bronca o no se sometian docilmente a los caprichos mas obscenos y humillantes o pedian diez mil liras de mas, eran expulsadas a tortazos incluso, por hombres borrachos, con epitetos infamantes, como las -mas bajas- que hacian la carrera. Se jactaban de conocer a las modistas de lujo o los grandes hoteles internacionales, contaban que frecuentaban los night-clubs de la alta sociedad, en las tiendas se mostraban dificiles y altaneras, por la calle caminaban con expresion desdenosa de princesas inalcanzables, pero despues por un billete de cinco mil corrian jadeantes a satisfacer, en el hotelillo contiguo a la estacion, la lujuria de un agente comercial cincuenton, gordo y sucio, que las trataba como a criadas.

Al salir, encontro en el pasillo a Ermelina. La puerta del salon estaba cerrada y se oia un parloteo interrumpido por carcajadas. Habia tambien una voz de hombre: otro cliente, probablemente. Tal vez le estuviera destinada Laide. Antonio dio las veinte mil liras a la patrona.

«Despidame de Laide».

«No, que viene en seguida».

Ermelina entreabrio la puerta del bano.

«?Estas lista? Esta aqui el senor Tonino, que quiere despedirse de ti».

Laide salio del bano en combinacion. Se despidio de el sonriendo:

«Adios, tesoro».

Aquel 'tesoro' le fastidio. Era tan profesional. Se marcho como liberado, pero el encuentro con Laide le habia dejado una extrana turbacion. Tal vez tambien por el recuerdo de la chavala que habia visto en Corso Garibaldi. Como si algo le hubiera tocado en lo mas profundo, como si aquella muchacha fuese diferente de las habituales, como si entre ellos dos debieran suceder muchas otras cosas, como si el hubiese quedado transformado, como si Laide encarnara del modo mas perfecto e intenso el mundo peligroso y prohibido, como si hubiera habido una predestinacion, como cuando, sin un sintoma particular, se tiene la sensacion de estar a punto de enfermar, pero no se sabe de que ni la causa, como cuando se oye abajo el chirrido de la cancela y, aunque la casa sea inmensa, vivan en ella centenares de familias y en la entrada haya continuas idas y venidas, sabemos de improviso que la persona que ha abierto la cancela viene a buscarnos.

Por eso, temia en cierto modo el tercer encuentro, pese a desearlo intensamente. Las cosas podian complicarse. Podia quedar enredado, aun mas enganchado. En cambio, nada. El encanto de la bailarina se habia esfumado solo, con la trivialidad de las habituales copulas de pago. Laide era una de tantas: atractiva, desde luego, natural, fisicamente graciosa, pero vacia. Entre ella y el nunca habria nada.

Por lo demas, el dia siguiente se marcho con su amigo Soranza a esquiar. Paso en Sestriere una semana. Estaba Dede, una muchacha de familia excelente, a la que habia conocido el ano anterior en Cortina. Pasaban el dia esquiando juntos. Laide nunca habia existido.

VIII

A las seis era el ensayo del ballet La estrella vespertina de Lachenard. Se lo habian dicho en el ultimo momento y Antonio habia quedado con la senora Ermelina para encontrarse con Laide a las cuatro.

«?A quien prefiere?», habia preguntado por telefono la senora Ermelina. «?Mando venir a Laide?», y en la voz habia una vaga sombra de malicia, como si se hubiera dado cuenta de algo.

«?A quien prefiere?», habia preguntado la senora Ermelina.

«Pues no se», habia dicho el.

«?Mando venir a Laide?»

«Laide, si, o Lietta».

«?Ah, Lietta! ?Esa que es un poco robusta?»

«Si, si», dijo el.

«?Prefiere a Lietta?»

«Me da igual, escoja usted una o la otra».

No era cierto. A Lietta, una pelirroja con un tipazo, la habia conocido un par de meses antes y le habian vuelto las ganas de ella. Aquellos hombros de lanzadora de jabalina, aquellos senos poco salientes, pero poderosos, aquellos muslos que sabian apretar. A Laide, eroticamente, ya la conocia bien, no podia prometerle ninguna sensacion nueva. Atractiva, desde luego, de un estilo que le gustaba, pero…

«Muy bien», dijo la senora Ermelina por telefono, «una de las dos».

Pero en el ultimo momento le habian avisado de que habia ensayo y telefoneo para anular la cita.

«Paciencia», dijo la senora Ermelina, «ahora hace falta que la encuentre por telefono para decirle que no venga».

«?A quien?»

«Habia quedado con Laide».

«Lo siento, pero no ha sido culpa mia».

No importaba. En el fondo, el iba por vicio mas que por una verdadera necesidad, por la satisfaccion de probar, por el indefinible placer de gozar de una muchacha hermosa y casi desconocida, que durante veinte o treinta minutos pasaba a ser suya, como una esposa, y podia ser que se tratara de una criatura bellisima, a la que por la calle todos se volvian a mirar, pero, cuando estaba a punto de entrar en el escenario, se le ocurrio que Laide debia encontrarse tambien alli, pues en el ballet participaba todo el cuerpo de la escuela.

Avanzo por el escenario un poco cohibido: para el, ajeno a la compania, las bailarinas eran mujeres, antes que artistas, y era la primera vez que las veia tan de cerca.

En el proscenio habia seis o siete sillas: para el coreografo, Vassilievski, la directora de la escuela de baile, el compositor, que habia llegado expresamente de Paris, el director de orquesta, el maitre-de-ballet y los demas. Mas alla, en un piano vertical, un maestro substituto hacia las veces de orquesta.

El telon estaba levantado, pero la sala estaba inmersa en la obscuridad. Solo unas bombillas iluminaban con luz blanca las tablas. Mas arriba y detras, se abria el misterioso antro del escenario, en un fantastico enredo de decorados enrollados, cuerdas, pasarelas, mecanismos extranos, balcones: perspectivas vertiginosas que dejaban intuir un mundo propio, complicadisimo, fascinante y absurdo. Los decorados que habia disenado el no estaban listos. De fondo, estaba la clasica representacion en perspectiva de un claustro, tal vez usada para La fuerza del destino.

Se hicieron las presentaciones, le ofrecieron una silla, lo trataban con cortesia respetuosa, como a un huesped que no estuviera al corriente de las cosas de la familia. En realidad, aquel dia podria perfectamente no haber acudido. Aun no se habia empezado a preparar el vestuario, pero el maestro de ballet, mientras el pianista atacaba las primeras notas, se le acerco para decirle que Clara Fanti, primera bailarina, queria pedirle algunas aclaraciones sobre el vestido concebido para ella y sonreia de modo alusivo, como diciendo: 'Ya sabe usted perfectamente que estas siempre han de poner alguna pega'.

En aquel instante se dio cuenta de que los decorados y el vestuario ya le importaban un comino. Si hubiese sido solo por eso, ni siquiera habria acudido probablemente. Una vez acabado un trabajo, por lo general dejaba de interesarle, tal vez por pereza, que, sin embargo, en la practica se convertia en una norma sensata. El habia acudido por Laide, hasta aquel momento no se habia dado cuenta y ahora sentia una impaciencia angustiosa.

Entro un tropel de bailarinas, unas diez o doce: eran las sombras de la noche. Naturalmente, ninguna iba vestida como en la representacion: todas llevaban leotardos negros, iban sin maquillaje y con el pelo sujeto, si acaso, con una cinta o un panuelo en la frente. La mayoria eran delgadas y con aquel aspecto daban una impresion de desenvoltura ostentada, dejadez, suciedad incluso por las senales blancas de polvo en las rodillas, los codos, el trasero. Sin embargo, esa propia dejadez infundia a las muchachas un aire provocativo o insolente. Muy pronto, entre otras cosas porque los leotardos modelaban sus jovenes cuerpos hasta los menores pliegues y curvas, Antonio se dio cuenta de que estaban infinitamente mas deseables que con el elaborado esplendor de un

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