Pobrecito, penso.
Sintio que el cuerpo le respondia de nuevo. El ataque habia pasado. La inverosimilitud de la situacion le hizo espabilar y le distrajo de su millon trescientos cincuenta y un mil novecientos noventa y nueve autenticos problemas. Sintio que estaba dispuesto a entregar un paquete en Kuala Lumpur si eso podia disminuir el riesgo de encontrar a esta mujer de nuevo.
Llamo a la camarera para pagar el
– Bah, hoy es gratis. Ademas, tampoco era una gran venta.
Sonrio indeciso. No estaba del todo seguro de que el rostro le funcionara. La camarera cogio las tazas y se fue; el intento ponerse de pie. Las piernas todavia le temblaban pero supuso que podria salir por la puerta sin despertar demasiado la atencion.
En la calle aun nevaba. Hacia un frio gelido pero el aire fresco fue como una liberacion. Alzo el rostro hacia los copos de nieve y cerro los ojos. Palpo cuidadosamente el paquete en su bolsillo. La rosa seca se apretujaba contra el forro del bolsillo y ahueco la mano a su alrededor para protegerla.
Ya que no tenia otra cosa que hacer se dirigio hacia Karlavagen. Sintio un intenso deseo de deshacerse del paquete y olvidar a la inoportuna mujer. Ella lo habia interrumpido en su miseria y habia quedado claro que no estaba preparado para eso. Se sobrepuso a un deseo de tirar el paquete al pasar junto a una papelera y apresuro, resuelto, sus pasos.
En realidad lo que mas le molestaba no era el paquete, sino que el se llamaba Peter Brolin y que nunca en sus treinta y nueve anos de vida, ni siquiera en su mas tierna juventud, habia fantaseado con ser detective privado.
2
El portal de Karlavagen 56 era grande y lujoso, al igual que la escalera interior. Una placa de bronce con el logotipo de Lundberg & Co. informaba de que esta se encontraba en el quinto piso. Abrio una puerta de hierro forjado y se encontro con un diminuto ascensor que aseguraba tener cabida para tres personas. El lugar parecia ideado para sufrir un ataque de claustrofobia, asi que decidio utilizar la imponente escalera de marmol.
Despues de que su medico de cabecera le recomendara hacer ejercicio como unico remedio para sus agudos ataques de angustia y de que se lo sacara de encima dandole el numero de telefono del psiquiatra de urgencias, al que nunca se habia atrevido a llamar, habia estado corriendo unos cuantos kilometros cada semana. Aunque no habia servido contra la angustia por lo menos habia podido observar los cambios de las estaciones en Vitabergsparken, y, ademas, estaba lo suficientemente en forma como para aguantar cuatro o cinco pisos sin demasiado esfuerzo.
En el quinto piso habia dos puertas; en una de ellas no habia ninguna placa, lo que parecia indicar que la agencia de publicidad Lundberg & Co. ocupaba toda la planta. Se atuso el cabello y lanzo una mirada a su imagen reflejada en la placa de bronce de la puerta. Rapidamente comprendio que eso solo aumentaba su nerviosismo y saco el paquete del bolsillo antes de que le abandonase el valor. La rosa tenia menos petalos que antes, pero su aspecto anterior no era mucho mejor.
No habia ningun timbre, de modo que despues de respirar hondo abrio la puerta y entro.
La joven que estaba detras del mostrador hablaba por telefono y solo le lanzo una mirada distraida. La habitacion en la que se encontraba era practicamente circular y parecia un gran vestibulo. Habia unas cuantas puertas abiertas alrededor pero ninguna ventana. De las aberturas de las puertas salian voces y una tenue musica de alguna emisora de radio; de las paredes colgaban una veintena de cuadros con grandes huevos dorados o plateados. Debajo de cada huevo habia algo escrito, pero con un texto tan diminuto que, o se tenia una vista de aguila, o habia que ser enfermizamente curioso para acercarse a leer lo que ahi se decia.
Detestaba las habitaciones sin ventanas.
La chica del mostrador era atractiva y llevaba una ajustada camiseta negra. Parecia tener mucho que hacer pues hojeaba una pila de papeles que parecian importantes; termino la conversacion telefonica diciendo con una voz forzadamente agradable que claro que podia informarse del numero del movil de Patrik.
– Hola, ?en que puedo ayudarle? -pregunto y continuo hojeando los papeles.
– Busco a Olof Lundberg.
– Si. ?De parte de quien? -sonrio y cogio un boligrafo y un papel.
Comprendio que debia de ser importante saber quien deseaba verlo. Habia un evidente peligro de que Olof Lundberg solo estuviese disponible para personas realmente importantes y el era completamente consciente de no pertenecer a esa categoria.
– Puede decirle que es de parte de su esposa.
La sonrisa de la chica desaparecio al momento, como si le hubiese hecho una proposicion indecente. Sin decir ni una palabra se dio media vuelta y se dirigio rapidamente hacia la unica puerta cerrada, aparte de la que daba al rellano. Despues de llamar nerviosamente tres veces abrio la puerta sin esperar respuesta, entro y cerro tras de si.
Estaba solo en el vestibulo.
El y el paquete.
Y muchas puertas.
Solo una conducia al aire libre y al oxigeno y a la nieve y al frio y lejos de ese lugar.
Tenia que aguantar solo un instante mas, solo un instante para poder dejar tras de si toda esta historia con la conciencia tranquila y mil coronas mas en el bolsillo.
Despues de unos minutos un hombre que bien podia ser el mismo Olof Lundberg abrio la puerta. La chica del mostrador paso junto a el y lanzo una mirada temerosa a Peter como si hubiera deseado que a estas alturas, ya se hubiera esfumado.
– Pase por aqui -dijo Olof Lundberg con una voz tan intimidatoria que toda su carrera como jefe de su propia y exitosa empresa parecia no tener ningun valor.
Peter no habia pensado decir no, pero el arrogante tono de voz del hombre le enfurecio, lo cual era la mejor manera de evitar un inminente ataque. El sentimiento le dio fuerzas.
– Muchas gracias -se oyo decir aunque no era esa su intencion.
Lo primero que vio fue que el despacho de Olof Lundberg tenia ventanas; estas estaban en la pared del fondo, enfrente de la puerta, y proporcionaban una extensa vista sobre las copas de los arboles de la alameda de Karlavagen. Las otras dos paredes eran de cristal y dejaban ver unas oficinas sin tabiques que formaban un semicirculo en torno al vestibulo sin ventanas. No pudo recordar que el edificio fuese redondo por fuera, pero dejo en suspenso el asunto. Olof Lundberg se habia sentado tras su mesa. Toda la oficina era moderna y a todas las visitas les quedaba perfectamente claro que ahi dentro se estaba al dia en todo lo nuevo sobre los
Lundberg cogio un mando a distancia y pulso uno de los botones. Unas cortinas corrieron mecanicamente blancas por las dos paredes de cristal y les aislaron del mundo exterior.
Peter aun se sentia irritado por el recibimiento y aunque ese sentimiento le diera un cierto aplomo estaba contento de que las ventanas quedaran descorridas.
– ?Quien es usted y que tiene que ver con mi mujer? -pregunto Lundberg y miro recelosamente el paquete que Peter aun llevaba en la mano.
Peter creyo durante un instante que estaba celoso, pero el recuerdo de su propia imagen reflejada en la placa