Karin Alvtegen

Culpa

Dedico este libro a mi hermano mayor

Magnus Alvtegen

1 de enero de 1963 – 21 de junio de 1993

1

Un millon trescientas cincuenta y dos mil coronas. Esa era la suma total. Su fracaso estaba por escrito, cuidadosamente anotado por algun diligente empleado de banco. El cafe se habia enfriado hacia rato. Alargar la mano y levantar la taza parecia algo irrealizable, como una mision imposible.

En un rincon del fondo habia dos muchachas sentadas a una mesa riendose, cada una con un cigarrillo en la mano. No podia oir lo que decian pero con toda seguridad no hablaban de el.

Siempre habia odiado el humo de los cigarrillos.

Estaba sentado a una mesa junto a la ventana porque habia tenido miedo de desaparecer si se introducia mas en aquel local pobremente iluminado. Era la primera vez que salia de su piso en once dias, y el desafio le habia supuesto un inmenso esfuerzo.

Estaba completamente agotado.

Desde su sitio podia ver la puerta; ya habia dejado sobre la mesa el dinero justo del cafe por si repentinamente sentia la necesidad de salir corriendo. No se podia permitir la propina.

Ademas, ni siquiera habia probado el cafe.

Sono la campanilla en la parte superior de la puerta y entro una mujer. El miraba en esa direccion, por lo que no pudo evitar mirarla.

Tanto su abrigo marron como su cabello negro azabache tenian motas blancas por la nieve que caia fuera. Llevaba unas grandes gafas de sol que le sentaban mal y que se empanaron rapidamente al cerrar la puerta. Se quito las gafas y miro a las risuenas muchachas del fondo; luego dejo que su mirada vagase por el local. Al verlo a el, un ligero cambio en sus ojos revelo que habia encontrado lo que buscaba. Su mirada decidida hizo que el deseara que le tragara la tierra. Ella seco el vaho de sus gafas con un panuelo, se las volvio a poner y dio con decision cuatro pasos que la llevaron junto a su mesa, casi rozando la silla de enfrente.

El no podia ver sus ojos, pero ella estaba demasiado cerca para pensar que miraba a otra persona; durante un instante creyo que la cifra 1.352.000 habia aparecido en su frente para delatar su deuda.

Ella inspiro ligeramente.

– ?Per Wilander, I presume?

Esbozo una ligera sonrisa como si hubiese ensayado la frase y estuviera orgullosa de recordarla.

– Siento llegar tarde, pero ya sabe como son las mujeres en mi estado.

Se palmeo suavemente la barriga y entreabrio el abrigo de modo que sobresalio una pequena redondez. El no podia pronunciar ni una palabra. Intento controlar la situacion pero no pudo. Quiza la paralisis ya se habia extendido por todo el cuerpo.

– Debe saber que dude antes de llamarle. Me acordaba de ese jugador de tenis que se llama Wilander y quien sabe que tipo de gente es esa que da la vuelta al mundo dandole un poco a la raqueta y se embolsa millones mientras nosotros tenemos que quedarnos aqui en casa trabajando duro para llegar a fin de mes. ?Que hay en darle a la raqueta? Todos lo hacemos y nadie nos paga por eso.

El la miro fijamente como si la puerta del cafe hubiera permitido la entrada a una diabla en el local. De cero a cien en tres segundos.

No estaba seguro de que su cerebro soportara esto. La puerta

se encontraba a solo cuatro pasos pero estaba paralizado y la diabla bloqueaba el camino.

– ?Huy! No paro de hablar. Por favor, un silverte con limon.

La camarera, detras de la barra, asintio.

– ?Sabe? En mi situacion resulta bastante pesado permanecer mucho tiempo de pie. Las piernas se resienten de soportar tanto peso; el cafe tampoco es bueno.

Sin quitarse ni el abrigo ni los guantes se encajo en la silla de enfrente. Dejo un gran bolso en el suelo haciendo una mueca.

– La espalda tambien se resiente. Pero ya comprendo que un detective privado no tiene la culpa de compartir apellido con un tenista de pacotilla. Esa fue la razon de que me armara de valor y finalmente le llamase. ?Gracias, guapa!

Esto ultimo iba dirigido a la camarera que llego con una taza de agua hirviendo y una pequena rodaja de limon.

Estaba paralizado. Ahora no habia duda. El cuerpo no le obedecia. Veia a la diabla como a traves de un tunel y el resto del local desaparecio. Le zumbaban los oidos y los latidos del corazon retumbaban en su pecho.

No consiguio emitir ni un sonido.

– Por supuesto este pequeno encargo no sera tan interesante como a los que seguramente esta acostumbrado, pero es importantisimo para mi. Mi marido y yo solemos darnos sorpresas, pero ultimamente me he sentido muy cansada, por el embarazo, claro, y tengo miedo de haberlo descuidado demasiado.

Parecia haber entrado en los cuarenta. Un par de cejas negras sobresalian por encima de las gafas, el resto del rostro era sonrosado y algo aspero. El cabello era inusualmente negro y cortado estilo paje; pudo ver a traves de su tunel que la nieve del abrigo se habia derretido pero no la del pelo. Eso le hizo convencerse.

Aquella no era una persona real. Ahora se habia vuelto loco de verdad.

– El pequeno encargo es simplemente ir a su lugar de trabajo y entregar este paquete.

Haciendo otra mueca se agacho hacia el bolso y saco un pequeno paquete. El inclino la cabeza para bajar la vision de tunel hacia el tablero de la mesa. El paquete era algo mas grande de los que le dan a uno en una joyeria cualquiera y el papel estaba lleno de rosas impresas. Debajo de la cinta roja habia una rosa seca.

– Solo tiene que darselo y el resto ira solo. Espero que sepa lo agradecida que le estoy. ?Cubren mil coronas sus gastos? ?Huy, como pasa el tiempo! Tengo hora con mi ginecologo.

Se puso de pie sin ninguna dificultad, dejo dos billetes de quinientas y un papel sobre la mesa.

No habia tocado su silverte.

– Quiza tenga alguna razon para volver a llamarle -dijo esbozando una sonrisa y desaparecio a traves de la puerta sonora.

Lo tomo como una amenaza.

Poco a poco el tunel se hizo mas grande y su campo de vision abarco de nuevo todo el local. Desaparecio el zumbido de sus oidos y pudo oir la risa de las chicas del fondo. Intento respirar con calma.

Estaba totalmente desorientado. ?Que habia pasado? Bajo la vista hacia la mesa y vio que habia ocurrido de verdad. El paquete era demasiado palpable para atribuirlo a una pesadilla. Intento alzar el brazo cuidadosamente y noto que funcionaba. Cogio el papel que ella habia dejado sobre la mesa y leyo:

Olof Lundberg

lundberg & co. agencia de publicidad

karlavagen 56

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