Debido a su rango entre las doncellas de honor, Sylvie no pudo seguir bien el hilo de la conversacion, sobre todo porque las dos damas hablaban en voz bastante baja, pero oyo lo suficiente. Su instinto no la habia enganado: el pretendido medico no era otro que Francois, comprometido, al servicio de la reina, en una aventura que podia resultar peligrosa, puesto que se trataba de una correspondencia secreta entre la reina y su cunado. Si el cardenal llegara a saberlo...
En los dias siguientes vio a Richelieu en dos ocasiones. Madame de Combalet fue en persona a buscarla y a llevarla de vuelta. Las visitas se desarrollaron en todos sus detalles como la primera: Sylvie canto mientras el cardenal acariciaba a uno u otro de sus gatos; el le hizo una o dos preguntas de apariencia banal sobre su infancia en la casa de los Vendome, y bebio con ella una copa de vino de Espana o de malvasia, antes de devolverla a su guia. En su ultima visita le ofrecio unas monedas de oro que ella quiso rehusar porque le parecia indigno recibir un salario. El cardenal estuvo a punto de enfadarse:
—Una joven bonita siempre necesita algun perifollo que anadir a su atuendo para presentarse en la corte. Ademas, durante algun tiempo no disfrutare de vuestras canciones. La corte va a instalarse en Saint-Germain, donde el rey tiene costumbre de celebrar la Pascua, y en cuanto a mi, marcho manana mismo a mi castillo de Rueil.
La noticia supuso un alivio para Sylvie. En realidad no le gustaban nada las veladas en el Palais-Cardinal. Cuando no cerraba los ojos, Richelieu la observaba con una insistencia que le resultaba embarazosa. Ademas, en una ocasion se habia encontrado en presencia del baron de La Ferriere y, a pesar de las garantias que le habia dado su amo, no le gusto nada la manera que tuvo de relamerse mientras la miraba en silencio, a la manera de un gato que se dispone a zamparse un raton.
Asi pues, con un animo mas ligero se dedico con Jeannette a los preparativos para seguir a la reina a Saint-Germain. La joven camarera, por su parte, mostraba una franca alegria que intrigo a su ama.
—?Por que estas tan contenta? No sabes, como tampoco yo, si nos gustara Saint-Germain.
—Claro que no, pero espero que al menos alla abajo dejaran de seguirnos.
—?Seguirnos? ?Que quieres decir?
—Lo que digo. Cada vez que salimos para hacer compras o ir a visitar al senor de Raguenel, alguien nos sigue: un hombre que parece un lacayo de casa buena, de figura agradable, y que ademas no se esconde. Desde que ponemos el pie en la calle esta ahi, y cuando tomamos una silla de manos, el nos sigue en otra.
—?Y no has conseguido saber quien es?
—Es dificil. No hace nada malo, despues de todo. Os sigue incluso cuando vais, de noche, al Palais-Cardinal. Lo se porque yo tambien os he seguido.
Sylvie se echo a reir.
—?Vaya, pues debemos formar una bonita procesion! ?Por que no me has dicho nada?
—Para no preocuparos. Despues de todo, tal vez sea solo un enamorado —dijo Jeannette.
—Veremos. De ahora en adelante yo tambien voy a tener los ojos bien abiertos.
—No os atormenteis, cuando volvamos a Paris sera Corentin quien se ocupe. ?Ya le he dicho dos palabritas! Pero estoy muy contenta de ir al campo. Alli me siento mejor que en ninguna parte.
Y se fue a doblar las faldas de Sylvie para colocarlas en un baul.
7
La noche del Val-de-Grace
—Esta noche han matado a otra —anuncio Theophraste Renaudot al reunirse con Perceval de Raguenel bajo la boveda del Grand Chatelet, por la que se accedia al Pont-au-Change viniendo de la Rue Saint-Denis—. Es la tercera en dos meses.
—?Y quien era?
El publicista se encogio de hombros:
—Una buscona, como las anteriores; una de esas mujeres que pretenden ser libres y nunca comprenderan que asi estan mas expuestas.
—?Es posible verla?
—Es posible. ?Venid!
Entraron en la parte derecha de la vieja fortaleza, donde se encontraba el deposito de cadaveres, bajo las escaleras que conducian a las salas de los tribunales. El deposito era una sala baja, estrecha y maloliente, cerrada mediante una puerta con una ventanilla que permitia ver el interior. Alli se exponian los cuerpos de los ahogados extraidos del Sena y los encontrados en las calles. Permanecian en su desnudez tragica hasta el paso de las religiosas hospitalarias del vecino convento de Sainte-Catherine, que los cubrian con un sudario antes de llevarselos al cementerio de los Santos Inocentes para darles sepultura.
Ese dia habia dos cuerpos: el de un anciano que un pescador habia encontrado en sus redes y el de una joven cuyo aspecto hizo estremecerse a Perceval. Era el cadaver flaco y exangue de una muchacha de largos cabellos negros que le recordo vagamente a Chiara.
—Como las otras, ha sido degollada —comento Renaudot—. Y como en las otras, hay esa cosa. —Senalaba el sello de lacre rojo colocado en la frente de la desgraciada.
—?La letra omega! —murmuro Perceval.
—Pues si. Es una historia muy extrana. ?Pero venid! No nos quedemos aqui. Por mucha costumbre que tenga, este lugar siempre me pone carne de gallina.
Volvieron al aire libre con cierta sensacion de alivio, aunque del Gran Matadero, situado en las cercanias, llegaban efluvios poco agradables; pero el Sena, crecido y de un color terroso, arrastraba en aquel mes de mayo perfumes de hierba fresca y de marea.
—?Me acompanais a casa? —pregunto Renaudot.
—Es lunes —respondio Raguenel, obligandose a sonreir—. Y sabeis muy bien cuanto me interesan vuestros coloquios...
Se adentraron entre la doble hilera de edificios altos que bordeaban el Pont-au-Change, en los que tenian sus comercios orfebres y cambistas, hasta llegar, ya en la isla de la Cite, al Mercado Nuevo y la Rue de la Calandre. Theophraste Renaudot residia alli, en una gran casa con el rotulo del Grand-Coq en la que habia conseguido acomodar a su familia, las oficinas de la
La idea de las «conferencias» se le habia ocurrido a Renaudot dos anos despues de la creacion de su