Saint-Germain.

Tal como lo temia, Jeannette volvio con las manos vacias: la familia estaba en el campo y no habia noticias del duque de Beaufort. De modo que solo cabia esperar y mirar caer la lluvia mientras rasgueaba melancolicamente su guitarra.

Una manana, tres dias despues de su regreso, Jeannette le entrego un billete que acababa de traer uno de los lacayos que habian quedado en la Rue Saint-Honore. Las pocas palabras que contenia aceleraron los latidos de su corazon: «Ola, gatita, tengo que hablarte en secreto. Un coche te esperara delante de la iglesia despues de la hora de acostar a la reina.» Estaba escrito por una mano torpe, y con un monton de faltas de ortografia, pero llevaba la firma de Francois, del que Sylvie conocia desde siempre su desprecio por las artes de la pluma. Apreto el billete contra su corazon, lo cubrio de besos y lo deslizo en su corse.

—Esta tarde quiero estar muy guapa —declaro a Jeannette, que rio al verla tan feliz.

—?Que nos pondremos? ?Nuestro bello vestido blanco?

—Prefiero que no. No voy a un baile ni a una velada oficial. Me gustaria ponerme el vestido de tafetan color limon bordado con margaritas blancas y el escote de encaje. A el le gusta ese color, porque dice que es el del sol. ?Una buena cosa en un tiempo tan triste!

—Estad tranquila. Estareis muy bonita.

En efecto, el espejo se lo confirmo muy pronto. Jeannette la envolvio despues en una gran capa con capuchon, de seda negra forrada de terciopelo, que la ocultaba totalmente, y se abrigo ella misma de forma parecida. No iba a permitir que Sylvie saliera sin ella mientras no fuera mayor de edad... ?ni luego tampoco! La esperaria en el coche.

Como conocian las costumbres de palacio y disponian de los medios para salir y entrar a voluntad, las dos mujeres llegaron sin tropiezo a las proximidades de Saint-Germain-l'Auxerrois donde, en efecto, esperaba un carruaje con las armas de los Vendome y, en el pescante, Picard, uno de los cocheros de la casa.

—Ya ves que podias haberme dejado venir sola —dijo Sylvie mientras subia al vehiculo.

—?Y atravesar la Rue d'Autriche a las once de la noche sin proteccion, a vuestra edad? ?Ni en suenos! Adonde vayais, yo ire con vos.

Era bueno sentirse asi protegida, y Sylvie busco la mano de su fiel companera para estrecharla. El coche se puso en marcha pero, en lugar de doblar a la izquierda para seguir la Rue Saint-Honore, giro a la derecha. Sylvie aparto las cortinillas y pregunto a Picard:

—?Adonde me llevais?

—Donde me han ordenado que os lleve, senorita. ?Tened la bondad de mantener las cortinillas cerradas!

La espera impaciente de la muchacha se tino de curiosidad: ?la esperaba Francois en una casa propia? ?Que podia ser tan «secreto» para que no hubiera podido ir hasta el Louvre a decirselo? O ?es que deseaba estar con ella a solas por unos momentos? ?Que maravilla seria! El pensamiento la hizo enrojecer de emocion, y el viaje le parecio interminable. Sin embargo, Jeannette apartaba de tanto en tanto las cortinillas con discrecion para averiguar en lo posible el camino que seguian.

—Vamos a algun lugar del Marais —susurro—. ?Oh! Veo las torres de la Bastilla y los fuegos que encienden alli por la noche.

El coche entro poco despues en una calle estrecha, y luego en el patio apenas iluminado de un edificio mas pequeno que la casa de Raguenel; el portal se abrio al paso de los caballos y volvio a cerrarse de inmediato. La silueta de un lacayo se silueteo como una tinta china a la debil luz que venia del vestibulo. Sylvie bajo sola y camino hacia el. La estancia estaba unicamente amueblada con un cofre sobre el que reposaba un candelabro de tres brazos que el hombre —un desconocido— empuno para conducir a la visitante a lo largo de una escalera vetusta cuyos escalones crujian. Despues siguieron una galeria estrecha con unas tapicerias deshilachadas que olian a humedad. Sylvie no alcanzaba a comprender que podia estar haciendo Francois, siempre tan rumboso, en un lugar asi, cuando ante ella se abrio una puerta.

La decoracion cambio. Se encontraba en un gran gabinete tapizado de cordoban dorado y pintado, amueblado como un salon de conversacion, con comodos sillones dispuestos en torno a una mesa en la que aparecian los restos de una cena que la muchacha examino con severidad. Conocia el apetito casi proverbial de Francois, pero en una ocasion asi, bien habria podido invitarla.

Abandonada a si misma, giro sobre los talones para inspeccionar todos los rincones de la habitacion, y hubo de rendirse a la evidencia: alli no habia nadie. Se sento en un sillon y al poco rato, al ver un cestillo con cerezas, fue a coger un punado y empezo a comerlas, lanzando despues los huesos y los rabos a la chimenea, en la que habian encendido un fuego que contrarrestaba el frio humedo del ambiente. Demasiado nerviosa debido a su cita, a la hora de la cena no habia podido tragar mas que un trozo de bizcocho.

Las cerezas estaban deliciosas pero, a medida que comia, Sylvie sentia crecer su descontento: ?por que Francois la hacia esperar de aquella manera? Fue a coger mas cerezas, y cuando volvia a su sillon se abrio una puerta disimulada entre los paneles de madera. Entro un hombre, pero no era Francois sino el duque Cesar.

La sorpresa, y sobre todo la decepcion, hicieron levantarse a Sylvie y olvidar su buena educacion, mientras las cerezas se escurrian entre sus dedos.

—?Como? ?Sois vos? —exclamo.

Se hizo evidente que el no esperaba ese recibimiento. Al retrasar su aparicion, habia pretendido abrumar a la nina de temor y respeto. En cambio, ella lo miraba con ojos llameantes de colera y sin acordarse en absoluto de saludarlo.

—Si no lo supiera, os preguntaria donde os han educado, hija mia. ?Donde estan las maneras que la duquesa se esforzo en inculcaros?

Sylvie comprendio que era forzoso rectificar, porque persistir en su actitud no arreglaria nada. Aquel hombre, al que ella nunca habia querido, era el padre de Francois, y le debia respeto. Con una gracia llena de encanto, se inclino en una profunda reverencia:

—Monsenor —murmuro. Y luego, como el no se daba prisa en decirle que se incorporase, anadio—: Debeis comprender mi sorpresa: recibo una carta de Fran... del senor duque de Beaufort, acudo y...

—Y me encontrais a mi. Comprendo perfectamente vuestra sorpresa, pero necesitaba hablaros.

—En ese caso, ?por que tomar de prestado el nombre de vuestro hijo? Os bastaba llamarme, y yo habria acudido igualmente.

—Es posible, pero no seguro. Por otra parte, el billete podia extraviarse y caer en manos indeseables, y os recuerdo que el rey me ha prohibido no solamente aparecer en la corte, sino tambien vivir en Paris. ?Levantaos, maldita sea!

—Con mucho gusto, monsenor —dijo Sylvie con un suspiro, porque empezaba a notar que las rodillas le temblaban. Se incorporo y lo observo con cierta tristeza. Hacia algun tiempo que no lo veia, y penso que el exilio, por mas dorado que fuera, no le sentaba bien.

A los cuarenta y tres anos, Cesar de Vendome parecia una copia estropeada y envejecida de Francois. No habia echado barriga porque, como todos los Borbones, era un cazador fanatico, y las largas cabalgatas y la practica de las armas le habian hecho conservar su silueta y su musculatura. Pero el rostro acusaba las huellas de las pasiones y los vicios que devoraban a aquel hombre. Como Francois, era muy alto y tenia la complexion de un atleta. Como Francois, tenia la nariz arrogante y los ojos azules de su padre el Bearnes, pero sus ojos estaban inyectados de sangre, la boca se reblandecia, los dientes antano magnificos amarilleaban y los cabellos rubios no solo se habian agrisado sino tambien eran mas ralos, en tanto que la nariz aparecia hinchada y roja debido a las excesivas libaciones. ?Que hacer en el campo despues de la caza, sino beber? Y sobre todo entregarse a una atraccion demasiado intensa por los jovenes mancebos, a los que recompensaba con una generosidad que abria en su fortuna inquietantes agujeros. Ademas, la anoranza de su gobierno de Bretana, donde se sentia un rey, le corroia sin cesar. Le habian devuelto el titulo pero no la funcion, e incluso tenia prohibido regresar alli. Pero aquel nativo de tierra adentro, hijo de una bella picarda y un bearnes, apegado a cada parcela de un reino conquistado con grandes esfuerzos, adoraba el mar. Era la unica de sus pasiones que habia transmitido a su hijo menor.

Por su parte, Cesar examinaba a la adolescente con cierto asombro. Como, ?era esta la minuscula criatura de tez descolorida cuya unica belleza residia en los inmensos ojos color avellana, que Francois habia llevado un dia a su casa como si fuera un animalito extraviado, y que su esposa y su hija habian tomado bajo su proteccion? Sin duda no alcanzaria la belleza de madona de su madre, pero aun asi el cambio era impresionante. Con su boca un poco grande, la pequena nariz corta y la forma ligeramente almendrada de los ojos, evocaba todavia a una

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