todo el mundo. He pensado que seria oportuno confiarle una carta para mi cunado. Tiene que saber que el cardenal acaba de enviar otra vez al senor de Bautru a Sedan, con nuevas proposiciones para intentar hacer entrar en razon a Monsieur le Comte.[21]

—?Me extranara que lo consiga! —dijo Marie de Hautefort con su habitual libertad de accion y lenguaje, utilizando el frances (entendia el espanol, pero lo hablaba muy mal)—. Soissons ha jurado no someterse a obediencia hasta que Richelieu haya muerto o caido en desgracia. ?Tambien ese hombre os ama, senora!

—?Que locuras decis! Ahora, gatita, contadme como ha ido vuestra visita.

—?Mejor imposible, senora! —exclamo Marie—. ?Desplego todo su poder de seduccion, se mostro encantado y espera poder renovar un dia cercano un placer tan grande! Al menos asi lo tengo entendido, porque el senor de Cinq-Mars y yo hemos esperado en la antecamara. ?Sylvie entro sola en la guarida del tigre, bajo la proteccion de Combalet!

—?Dejadla hablar a ella!

—No hay nada que rectificar, senora —confirmo Sylvie con una sonrisa timida—. Mademoiselle de Hautefort lo ha expresado tan bien como si hubiera estado presente.

—?Os ha pedido el cardenal que volvais?

—Si, pero he respondido que unicamente Vuestra Majestad podia decidirlo, puesto que os pertenezco.

—?Y no os ha propuesto ser... de el? ?En secreto, al menos?

—No es tan necio, senora —intervino de nuevo la Aurora—. No la primera vez; se ha contentado con ofrecer un trato.

—?Un trato? ?Es increible! ?Y de que clase, si puede saberse?

—De clase matrimonial. Si Mademoiselle de l'Isle acepta volver a iluminar sus sombrios ensuenos, Su Eminencia promete que no se volvera a hablar de entregarla a Monsieur de La Ferriere.

La reina se levanto con tal impetu que algunos cabellos le quedaron enredados en el peine de Stefanille. Sus ojos verdes lanzaban chispas de un furor tal que las aletas de su nariz se estremecian.

—?Que audacia! ?Como si la suerte de esta nina dependiera unicamente de el! Deberia saber que no «se entrega» a una de mis doncellas de honor sin mi aprobacion. Y menos todavia a uno de esos belitres que carecen del temor de Dios. Jamas, oidlo bien Sylvie, habria yo aceptado ese matrimonio, por mas que el cardenal hubiera cubierto de oro a vuestro pretendiente. Por tanto, es un trato sin objeto el que se ha atrevido a proponer, y si quiere escucharos otra vez, es a mi, no al rey, a quien debera solicitarlo.

Lentamente, Sylvie se arrodillo, tomo la mano de Ana y se la llevo a los labios. En sus ojos brillaban las lagrimas.

—?Gracias, senora! ?De todo corazon, gracias!

—Sedme fiel, pequena, y nunca tendreis de que arrepentiros.

Era mas que tarde cuando Sylvie consiguio finalmente dormirse. Su insomnio obedecia sin duda a los nervios de una velada inhabitual, pero sobre todo a que la intrigaba la silueta de aquel medico, y no conseguia apartarla de su cabeza. Pudo conciliar el sueno, al fin, despues de haber tomado una decision, y a la manana siguiente, aprovechando uno de los ratos libres que le dejaba su servicio junto a la reina, salio acompanada por Jeannette con el pretexto de ir a comprar unos guantes en el comercio de Madame Lorrain, en la Rue Saint- Germain, cerca del cruce con la Rue de l’Arbre-Sec en la que residia el «medico» de La Porte.

—Tienes que encontrarme la direccion de un tal Dupre que fue llamado ayer por la noche para cuidar a dona Estefanilla —dijo a Jeannette—. Lo unico que se de el es que vive en la calle que pasa justo por detras de Saint-Germain-l'Auxerrois.

—Entonces lo mas sencillo sera entrar a rezar unas avemarias. Siempre hay en la iglesia mujeres del barrio, y al diablo si no encuentro una que me pueda informar...

—?Al diablo? ?En una iglesia? —dijo Sylvie horrorizada, al tiempo que se persignaba. Jeannette la imito, pero se echo a reir:

—?Se me ha escapado! ?Dire una avemaria de mas!

Finalizaban las visperas cuando las dos mujeres, envueltas en sus mantos provistos de capuchon, entraron en el viejo santuario cargado de historia que era la parroquia del Louvre y cuyas campanas habian tocado a rebato la noche de San Bartolome. Era una iglesia magnifica, y cuando uno entraba bajo las bovedas que la madre de Luis XIII habia hecho pintar de un azul sembrado de flores de lis, se tenia verdaderamente la impresion de encontrarse en un lugar magico. La sensacion se acentuo aquel dia cuando la iglesia, acabados los rezos, se vacio. Solo quedo el sacristan, ocupado en apagar los cirios del altar. Sin dudar, Jeannette se dirigio a el, mientras su ama se arrodillaba para una breve plegaria. La conversacion no duro mucho rato. Jeannette, mediante una moneda, no tuvo la menor dificultad para obtener una respuesta, pero esta no la satisfizo, y tampoco a Sylvie.

—No hay ningun medico en la Rue de l'Arbre-Sec. Para encontrar uno, hay que llegarse a la Rue de la Ferronnerie...

—?Ah!

Sylvie no se sintio demasiado sorprendida. El porte del medico de la noche anterior delataba a una legua de distancia al gentilhombre, a pesar de los severos ropajes, adecuados a su supuesta profesion. Y un gentilhombre, ademas, al que ella estaba segura de haber reconocido... Acabo sus rezos y fue a comprar los guantes, tal como habia anunciado. No porque los necesitara en realidad, sino porque no le gustaba mentir.

Aquella tarde, en el circulo de la reina la concurrencia era bastante escasa. Un chisme salido de no se sabia donde pero que las cotillas de la Place Royale difundian con regocijo, decia que el rey, siguiendo los consejos del cardenal, tenia la intencion de repudiar a la mujer que no conseguia darle descendencia, y siguiendo los consejos de su propio corazon pensaba ofrecer el puesto a Mademoiselle de La Fayette. No hacia falta mas para que damas y caballeros suspendiesen sus visitas. En cambio, se anuncio a Madame de Vendome. Apenas se la habia visto en los ultimos tiempos, ocupada como estaba en aliviar las miserias que pasaban al alcance de su escarcela. Atareada como de costumbre y sonriente tambien como de costumbre, con nuevas huellas de barro en los bajos de su vestido e incluso sin aliento por haber subido demasiado aprisa las escaleras, entro en tromba y corrio derechamente hacia la reina.

—Y bien, duquesa, ?de donde venis con tanta prisa? —pregunto esta.

—?Del burdel, senora! —respondio la visitante con una gran reverencia, y sin desconcertarse ante la carcajada general que siguio a sus palabras.

—?Senoras, senoras! —intervino la reina, que tampoco habia podido impedir que se le escapara la risa—. Sabeis la profunda caridad que practica Madame de Vendome, de acuerdo ademas con Monsieur de Paul, que por su parte se ocupa de los hijos abandonados de esas infelices. Algunas de ellas se ven empujadas por el vicio, pero otras sufren una esclavitud odiosa y la duquesa intenta arrancarlas de ella y encaminarlas a una vida honesta.

—?No es tarea facil! —gruno Madame de Guemenee—. Hace falta mucho valor para introducirse asi en los bajos fondos...

—O bien cubrirse con la egida de una virtud intachable, lo que no todo el mundo puede decir —aventuro Madame de Senecey con una sonrisa burlona dedicada a la princesa, cuyas aventuras amorosas no eran un secreto para nadie.

Esta se puso de un color escarlata. Al verlo, la reina opto por desviar la conversacion y se dirigio de nuevo a Madame de Vendome.

—?Se hace dificil veros, hermana! Y todavia mas a vuestra hija, que no viene nunca. Incluso vuestros hijos nos tienen un poco abandonadas...

—?No lo creais! La pobre Elisabeth esta en cama con fiebre y un catarro de pecho. Mercoeur se ha ido a refunfunar junto a mi esposo en Chenonceau. No se repone de la ruptura de su matrimonio con Mademoiselle de Retz, porque no comprende en que ha desagradado al rey...

—Es muy dificil saber lo que agrada o desagrada al rey. A veces es necesario tener paciencia; puede suceder que cambie de opinion. ?Y... el senor de Beaufort?

—Ha partido esta manana para Turena... pero yo creia, hermana, que vos lo sabiais.

—No se como habria podido saberlo —repuso con sequedad Ana de Austria mientras agitaba nerviosa el pequeno abanico de seda que le servia para preservar su rostro del ardor del fuego de la chimenea.

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