sonrisa.

—No, monsenor. Ninguno —respondio, sacudiendo sus bucles brillantes.

—?Muy bien, por lo menos sois sincera! Dios mio, que descanso para un hombre como yo, que no ve mas que expresiones hipocritas, rostros aduladores, aterrorizados o despectivos. Dejo aparte, por supuesto, al rey y a otras pocas personas. Pues bien, ya que no me teneis miedo, voy a proponeros un trato...

—No soy muy habil, monsenor, y...

—No necesitais habilidad de ninguna clase: no se volvera a hablaros del baron de La Ferriere, pero, a cambio, vendreis de vez en cuando a cantar para mi.

La respuesta llego de inmediato, espontanea, al tiempo que los bonitos ojos color de avellana se iluminaban.

—?Oh, con mucho gusto! Tantas veces como lo desee Vuestra Eminencia. En fin..., por supuesto, si lo permite la reina.

—?Por supuesto! Podeis estar segura de que no abusare. Ahora, cantadme aun alguna otra cosa.

Sylvie volvio a rasguear su guitarra pero, en ese instante, un hombre parecio surgir de una tapiceria, silencioso como un fantasma: un monje cuya tonsura se habia agrandado y cuya larga barba raleaba debido! a su avanzada edad. Richelieu hizo a Sylvie una sena para que detuviese el preludio.

—?Que ocurre, padre Joseph?

Sin responder, Joseph du Tremblay se aproximo, se inclino al oido del cardenal y le hablo en voz baja. El rostro relajado de Richelieu se endurecio:

—?Habra que pensar en ello!... Mademoiselle de l'Isle, debo despediros porque me es imprescindible volver al trabajo. Madame de Combalet os espera en la galeria, y tambien vuestra escolta. Gracias por estos breves momentos, pero cuando regreseis (y espero que sea pronto), enviare a buscaros a fin de no desorganizar el servicio de Su Majestad la reina... ?Dios os guarde!

Sylvie le dedico una bella reverencia, recogio su guitarra y salio para reunirse con Cinq-Mars y Marie, que bostezaban sin disimulo.

—?Vaya! —observo el joven—. Debeis de haber dado un verdadero concierto, a juzgar por el tiempo que ha pasado.

—No os quejeis, habria durado mas todavia de no ser porque cierto padre Joseph ha entrado para reclamar la atencion del cardenal.

—?Brr! —exclamo Mademoiselle de Hautefort—. Tan solo el nombre de ese viejo me hace estremecer. ?Como habeis encontrado a Su Eminencia?

—Muy amable. Incluso he sido invitada a volver, si la reina lo permite...

—?Oh, lo permitira! Acabais de apreciar que no resulta facil decir no al cardenal. A proposito, ?os ha ofrecido al menos un regalo?

—No —dijo Sylvie, muy contenta—. Ha hecho algo mejor: ?ha prometido que no volveria a hablar de ese ridiculo matrimonio con el senor de La Ferriere!

Bajaban en ese momento la escalera de honor y se cruzaron con el teniente civil de Paris, que subia. Saludo educadamente a las dos jovenes, pero su mirada amarillenta envolvio a Sylvie con una expresion de colera que desmentia su sonrisa.

—?Que individuo tan feo! —comento Cinq-Mars cuando estuvieron en el patio—. Nunca comprendere por que el cardenal, que en lo demas es hombre de tan buen gusto, se complace en rodearse de figuras siniestras como la de ese hombre, o la del padre Joseph.

—?Vaya! ?Y vos? —exclamo la Aurora entre risas—. Sois uno de sus intimos, ?no? A el le debeis ese puesto de maestre del guardarropa que habeis tenido el descaro de rehusar.

—Me parece bien que no hayais dicho «la locura», porque a mi juicio es la cosa mas sensata que jamas he hecho. Un joven de mi edad necesita libertad, alegria y tambien la compania de sus iguales.

—?Los alegres libertinos del Marais, por ejemplo?

—?Por que no? Me gusta su compania...

—Y la de una bella damisela de la que se rumorea que esta loca por vos.

El rostro del joven se ruborizo, pero no de verguenza sino de placer:

—Ya quisiera yo que estuvieseis en lo cierto. Es una reina, una diosa...

—?Diablos! ?Cuanto lirismo! Pero si os importa mantener buenas relaciones con el cardenal, deberiais andar con cuidado: se dice tambien que esta interesado en ella.

—?No es el unico, en todo caso! Senoritas, ya estamos de vuelta en el redil. ?Os beso las manos y me vuelvo a mis asuntos!

Un profundo saludo, una pirueta, y el muchacho habia ya desaparecido como un fuego fatuo. Las jovenes le siguieron con la vista y luego, siempre escoltadas por el paje silencioso como una sombra, se dirigieron a los aposentos de la reina, cuyas ventanas iluminaban el gran patio. Era ya tarde. Desde hacia mucho rato los guardias de la puerta habian sido relevados por los guardias de corps que tenian asignada la proteccion nocturna de los aposentos. El marques de Gesvres desempenaba con estricta severidad el mando de la guardia, pero las doncellas de honor sabian que era posible entrar en la casa de la reina por la pequena escalera que utilizaban diariamente y que comunicaba su residencia y los antiguos aposentos de la reina madre con las estancias de Ana de Austria. Se entraba por una puerta pequena vigilada por un portero bonachon que tenia toda clase de miramientos con las doncellas.

La Cour Carree estaba silenciosa aquella noche, y no se veia luz en los aposentos del rey. Durante la tarde, Luis XIII habia partido para Saint-Germain despues de una rina con Mademoiselle de La Fayette. Una rina que amenazaba prolongarse porque, dos dias mas tarde, Luis XIII tenia previsto marchar a restaurar el orden en Normandia, donde el Parlamento estaba haciendo de las suyas. Era un caso frecuente, y no pasaba ano en el que no se produjera una revuelta en uno u otro punto de su reino, pero habria necesitado poseer el don de la ubicuidad para estar presente en todas partes a la vez. De modo que se limitaba a atender lo mas urgente, incluso a pesar de que marcharse le desgarraba el corazon. Esta noche sin duda lloraba en su castillo de Saint-Germain semivacio, y al mismo tiempo las lagrimas de Louise debian de fluir en algun lugar del Louvre...

Ignorantes de aquel nuevo drama, Marie y Sylvie iban a llamar a la puertecita cuando esta se abrio con brusquedad. Aparecieron dos hombres, que hicieron un movimiento de retroceso al ver a las dos jovenes. Pero enseguida uno de ellos se coloco delante de su companero, al que dejo en la sombra corriendo la pantalla de la linterna sorda que llevaba.

—?Ah, sois vos, senoritas! Su Majestad empezaba a preocuparse. Id pronto a acompanarla, porque vuelve a sufrir de los nervios. Perdonadme que os deje subir solas, pero debo acompanar al medico a su casa.

—?El medico? ?Quien esta enfermo? —pregunto Mademoiselle de Hautefort.

—Dona Estefanilla. Esta noche en la cena ha comido pastelillos de crema hasta empacharse. Habia que atenderla sin tardanza y la reina no ha querido que fuesemos a buscar a uno de los medicos reales. Ademas, Bouvard esta en Saint-Germain. De modo que he ido a buscar a la Rue de l'Arbre-Sec a un medico del que hablan muy bien, el doctor Dupre. Ha estado perfecto, y ahora lo acompano de vuelta.

—Pobre Stefanille —sonrio Hautefort—. ?Siempre le digo que es demasiado golosa!

Sylvie, por su parte, no dijo nada y se contento con mirar con curiosidad al medico embozado hasta los ojos en una capa negra, en tanto que la frente desaparecia hasta las cejas bajo un sombrero redondo de burgues. Tampoco el dijo palabra, pero tiro con impaciencia del brazo de La Porte, que se lo llevo enseguida.

—Que medico tan raro —observo Sylvie—. ?Por que se esconde?

—Quiza teme el frio en la garganta. ?Venid, estamos en plena corriente de aire!

Entro en la pequena antecamara, pero Sylvie permanecio aun un instante en el umbral. La silueta del medico, que sobrepasaba en toda la cabeza a su companero, y sobre todo su porte, le parecian familiares. Se reunio rapidamente con su companera, que seguia protestando por la corriente de aire.

La reina estaba en su alcoba charlando con Stefanille, que se mostraba curiosamente activa para estar enferma. ?Aquel doctor Dupre tenia que ser un gran sabio! Las dos conversaban en espanol pero, gracias a Perceval, Sylvie lo conocia bien y capto al vuelo las ultimas frases.

—?Creeis prudente lo que acabais de hacer? —pregunto la camarera, ocupada en retirar las diademas de diamantes que adornaban la cabellera de Ana.

—Yo no veo las cosas como tu. Nuestro amigo se va manana a Turena, a la vista y con el conocimiento de

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