amatistas, zafiros, perlas incrustadas en oro y plata para formar obeliscos, espejos, globos, candeleros y joyeros. Una cueva de Ali Baba, incluso para una muchacha acostumbrada a mansiones magnificas. Su mirada asombrada tropezo con la del joven Cinq-Mars, que le sonrio:
—El cardenal es titular de numerosos beneficios eclesiasticos, abadias y otros, de los que proviene su fortuna. Es bello, ?no es asi?
—?Casi demasiado!
—?Advierto una ligera critica en vuestra voz? Por mi parte, pienso que nada es demasiado bello si contribuye a embellecer la vida... ?o a la persona!
El mismo era un modelo perfecto de elegancia, y aunque su traje de terciopelo conservaba unas hechuras vagamente militares, su tahali bordado de oro y perlas finas valia sin duda una fortuna. Ademas, de cada uno de sus gestos parecia emanar un aroma suave.
En el primer salon encontraron a Madame de Combalet, que en casa de su tio oficiaba de ama de llaves, o de ama sin mas, segun las habladurias. No por ello dejaba de ser la imagen misma de la respetabilidad en su forma de vestir, y exhibia un luto lujoso —su esposo habia fallecido despues de pocos meses de matrimonio— que realzaba su belleza.
La aparicion de Mademoiselle de Hautefort no parecio alegrarla demasiado, y en cambio ofrecio a Cinq- Mars una calida sonrisa.
—No sois, que yo sepa, pariente de Mademoiselle de l'Isle. Entonces, ?por que la habeis acompanado, estando yo aqui para recibirla?
Hacia falta una artilleria mas pesada para hundir los baluartes de la Aurora. Alzo su bonita nariz y miro de arriba abajo a la dama, de menor estatura que ella.
—Precisamente porque no tiene ningun pariente, la reina considera oportuno que vaya acompanada. Es demasiado joven para andar por las calles sin proteccion.
—Podiamos haber enviado a alguien a buscarla.
—Pero no lo habeis hecho, y ya no tiene remedio. Ahora...
—Ahora tened la bondad de esperar en este salon en compania del senor de Cinq-Mars. Su Eminencia no desea compartir con nadie el placer que se promete... ?Dadme esa guitarra!
Fue preciso obedecer, pero por la colera que llameaba en sus grandes ojos, era evidente que la orgullosa joven no estaba habituada a esperar en las antecamaras. De mal humor, se dejo caer en un sillon mientras Cinq-Mars, tambien molesto, se arrellanaba en otro e indicaba un tercero al paje que habia traido la guitarra desde el Louvre.
Guiada por Madame de Combalet, Sylvie atraveso una galeria poblada de estatuas de hombres ilustres, entre las que la unica mujer era Juana de Arco, antes de llegar al gabinete en que la esperaba Richelieu, sentado junto al fuego, con un gato en su regazo y otro apaciblemente dormido en el almohadon en que reposaban los pies de su amo. Parecia cansado y el color amarillento de su tez era el de un enfermo, pero acogio a su visitante con gran amabilidad:
—Su Majestad es infinitamente buena por haber consentido en separarse de vos por unos momentos. Esta tarde tengo una gran necesidad de buena musica.
—?Vuestra Eminencia esta enfermo? —pregunto Sylvie mientras afinaba su instrumento.
—Un poco de fiebre tal vez... y tambien los problemas del Estado. ?Que vais a cantarme?
—Lo que plazca a Vuestra Eminencia. Se muchas viejas canciones, pero conozco poco las nuevas.
—?Conoceis
Sylvie sonrio, preludio y entono la cancion. No le gustaba la historia del rey que regresa herido de muerte junto a su mujer que acaba de dar a luz un hijo, y no quiere que la informen de su estado. La madre intenta enganar a la joven nuera respecto de los ruidos que oye, pero por las lagrimas que no puede retener, esta comprende. Entonces:
El cardenal habia cerrado los ojos y, con el gato en el regazo, acariciaba con sus largos dedos el pelaje sedoso.
—Seguid cantando —ordeno cuando ella hubo terminado, sin abrir los ojos—. Lo que querais.
Ella obedecio. Interpreto una cancion de Margarita de Navarra, despues
—Cantad otra, por favor. Vuestra voz es fresca y pura como una fuente. Me produce un bienestar infinito. A no ser que esteis fatigada.
—No, pero... quisiera beber un poco de agua...
—Tomad mejor un dedo de malvasia. Esta en ese mueble —anadio senalando con la mano un rincon de la amplia sala.
Sylvie se levanto y fue a servirse, consciente de que el seguia cada uno de sus gestos. Cuando hubo bebido unas gotas de vino, Richelieu pregunto:
—?Amais a alguien?
La pregunta era tan inesperada que la joven estuvo a punto de dejar caer el vaso de cristal grabado. Se rehizo con rapidez, dejo el vaso y, volviendose hacia el cardenal, dijo mirandole directamente a los ojos:
—Si.
—?Ah!
Hubo un silencio, roto unicamente por el crepitar del fuego en la chimenea. Sylvie iba a volver a su asiento cuando el le pidio que le sirviera.
—Yo tambien beberia un poco de vino... Como no soy vuestro confesor, no os preguntare a quien amais. Me contraria, pero no me incumbe.
—De todas maneras, monsenor, es una pregunta a la que no responderia, pero estoy contenta de que me la hayais planteado.
—?Porque?
—Porque... —Dudo un instante, pero se armo de valor y prosiguio—: Porque monsenor comprendera mejor por que no puedo en ningun caso mirar favorablemente a la persona que Vuestra Eminencia se tomo la molestia de presentarme.
—?El pobre La Ferriere no os gusta?
—No, monsenor. En absoluto. Y no llego a imaginar por que rogo a Vuestra Eminencia que solicitara mi mano a la senora duquesa de Vendome.
—?Ah! ?Sabeis eso?
—Si, monsenor... y suplico a Vuestra Eminencia que tenga a bien dar las gracias al senor de La Ferriere por el honor que me hace, pero tambien rogarle que no se empene en seguir adelante por una senda que no puede conducirle a ninguna parte.
—Pero que tal vez me interese a mi.
El tono sono mas seco, pero Sylvie no se azoro:
—?Oh, monsenor! Mi importancia es demasiado insignificante para que mi destino ocupe siquiera un instante del tiempo de un principe de la Iglesia y un ministro todopoderoso.
De nuevo se hizo el silencio; luego Richelieu le tendio la mano.
—Venid, pequena. Mas cerca. Aqui, sentaos a mi lado para que pueda leer en vuestros ojos.
Ella fue a sentarse a sus pies y no intento eludir la mirada imperiosa fija en la suya. Entonces el sonrio.
—No me teneis el menor miedo, ?no es cierto? —Lo dijo con tanta dulzura que ella le devolvio la