Los grandes hombres no estan libres de pequenas debilidades. La adulacion de la Aurora hizo sonreir a Richelieu:
—?Veremos! Es cierto que se trata de una gran obra... aunque puede senalarse alguna ligera debilidad en los versos. ?Como es que no veo a Mademoiselle de La Fayette?
—Esta enferma —acudio al relevo Mademoiselle de Chemerault, a la que la presencia del ministro no atemorizaba por mucho tiempo—. Tenia tan mal aspecto hace un rato que la reina le ha aconsejado insistentemente que reposara un poco. De hecho —anadio audazmente la joven—, Su Majestad de seguro que no deseaba ver a su doncella y al rey intercambiar a distancia suspiros y miradas languidas.
—?No creo que a la reina le agrade vuestro comentario, mademoiselle! —replico Hautefort, cuyos grandes ojos azules despedian rayos.
La sonrisa de Richelieu, que la contemplaba con visible placer, la obligo a contenerse.
—?Quien no comprenderia a la reina? ?Sobre todo en presencia de un principe extranjero! ?Ah, Mademoiselle de l'Isle, no os habia visto! Es verdad que todo se oscurece un tanto cuando se alza la Aurora. ?Sin embargo, estais encantadora! —anadio al tiempo que recorria con su mirada de entendido el vestido de espesa seda blanca bordado con florecitas de plata, regalo de Elisabeth de Vendome, que Sylvie se ponia por primera vez y que le sentaba de maravilla.
Un cumplido siempre agrada, pero ella se ruborizo hasta la raiz del pelo cuando la mirada de Su Eminencia se detuvo insistentemente en el amplio
—Doy las gracias a Vuestra Eminencia —murmuro.
—?Por que? Es a Dios a quien debemos dar las gracias por haberos creado para el placer de la vista. Permitid, por otra parte, que os presente a uno de mis fieles, que me lo ha suplicado porque os admira. Aqui teneis al baron de La Ferriere —anadio al tiempo que se hacia a un lado para dar paso a la persona que su alta silueta roja habia ocultado hasta ese momento—. Es oficial de mis guardias, pero esta noche no esta de servicio. Saludad a Mademoiselle de l’Isle, querido Justin, ella lo permite.
Sylvie estuvo a punto de decir que ella no habia permitido nada en absoluto, pero juzgo prudente no atraerse el enfado del cardenal por un asunto tan nimio. Respondio al saludo del recien llegado pensando que Perceval se equivocaba al atormentarse asi: aunque no la hubiera puesto en guardia contra el personaje, este la habria disgustado a primera vista. Tenia ante ella a seis pies de terciopelo verde guarnecido de trencilla, bordado, adornado con nudillos rojo y plata, con cuello y canones de encaje. Por encima de todo ello, una barba rojiza no del todo desagradable, y que tal vez incluso le habria gustado si la boca fuera menos blanda y los ojos verdes no tan huidizos. Al saludarla, el le dedico un cumplido del que ella no llego a entender la mitad, tan rebuscado era, y que el cardenal no tuvo la paciencia de escuchar hasta el final: se alejo, e hizo refluir asi el batallon de doncellas de honor, devoradas por la curiosidad. Sylvie se sintio fascinada por las manos del baron, verdaderas palas de lavar ropa que asomaban entre delicados manguitos de encaje.
Anunciaron la cena, y la loa de La Ferriere concluyo con la peticion de ser autorizado a conducirla a la mesa y acompanarla en ella. La pobrecilla, que pensaba dar por concluido el encuentro con alguna banalidad, no esperaba aquello. Por supuesto, no tenia el menor deseo de acabar la velada en compania de aquel soldadote y, no sabiendo que responder, busco con la mirada una tabla de salvacion, pero la reina estaba ya fuera de la galeria, y lo mismo ocurria con sus companeras. La Ferriere tomo su silencio por aceptacion, y se apoderaba ya de su brazo para llevarsela cuando una voz calida, precisa y bien timbrada, se hizo oir a espaldas de Sylvie:
—Mil perdones, senor, pero me corresponde a mi el honor de acompanar a Mademoiselle de l'Isle al banquete.
Soberbio, arrogante, con una sonrisa burlona de lobo que dejaba ver la blancura de sus dientes, Francois de Beaufort acababa de aparecer junto a Sylvie, cuyo brazo libero con un gesto firme. El otro hizo una mueca, tratando sin mucho exito de ocultar su disgusto.
—Senor duque —balbuceo—, resulta asombroso que un principe tan grande se preste a ser el caballero de una simple doncella de honor.
—?Asombraos pues, querido! Pero tambien seria licito preguntarse de donde salis vos, para ignorar que una mujer bonita tiene derecho a todos los homenajes, ?incluso a los de un rey! Preguntadselo, si no, a Mademoiselle de La Fayette.
—Mademoiselle de La Fayette pertenece a una gran casa...
—Mademoiselle de l'Isle, pupila de mi madre, pertenece a la de Vendome, y yo siento por ella el mas tierno afecto. ?Por eso no tengo el menor deseo de verla en compania de uno de los chusqueros del cardenal!
La Ferriere se puso de color grana y busco maquinalmente a su costado una espada ausente:
—Me respondereis de vuestras palabras —gruno.
—?Un duelo? ?Con vos? ?Bromeais! ?Que diria vuestro buen amo si sus propios guardias quebrantaran su edicto favorito, el que le permitio hacer caer la cabeza de un Montmorency? Servidor vuestro, senor, os deseo buenas noches.
Se echo a reir en las narices del baron y levantando la mano de Sylvie, que no habia soltado, la condujo por el parquet en direccion a la gran estancia transformada por una noche en sala de banquete. Sylvie se sentia flotar. Ella tambien reia, y mientras seguia el rapido paso de Francois, su amplio vestido se hinchaba como un globo y sus rizos bailaban a lo largo de sus mejillas. Tenia la impresion de estar volando hacia el paraiso...
—?Como habeis adivinado que ese hombre me importunaba, monsenor? Siempre apareceis en el momento preciso...
—Es que lo vigilaba, mi querida nina. ?Cuando pienso que ese cernicalo se proponia convertiros en su esposa! ?Parece mentira!
—Pero ?como sabeis eso? ?Fue la senora duquesa quien os dio la noticia?
—No, por cierto. Fue Raguenel. La otra noche me mando recado pidiendome que pasara por la Rue des Tournelles. Estaba inquieto y me lo conto todo.
Sylvie se detuvo en seco, obligando a su caballero a hacer lo mismo.
—?Y os encargo que cuidarais de mi? —murmuro, aterrizando bruscamente en el suelo desde su nube. ?Habia sido tan maravilloso creer que el volaba espontaneamente en su auxilio!
—?Es muy natural, porque yo frecuento la corte y el no! Pero de todas formas, prevenido o no, nunca habria permitido a ese cernicalo plantar sus garras sobre... mi gatita.
—?Vos tambien! —gimio Sylvie, consternada—. ?Muy pronto todo el mundo me llamara asi!
—En primer lugar, ni yo soy todo el mundo, ni lo es la reina. Y tampoco lo son Mademoiselle de Hautefort y las demas personas que te aprecian en este palacio. —La miro con una pequena llamita en el fondo de sus ojos azules que calento el corazon de Sylvie—. El nombre te sienta bien —continuo, llevandose a los labios la mano que seguia sin soltar—. Tienes toda la gracia, la espontaneidad, la suavidad de un gatito. Dicho eso, Sylvie, tienes que prometerme que me avisaras si ese La Ferriere se obstina en rondarte.
—?Y que hareis? ?Retarle a un duelo? Os arrestarian antes incluso de haber llegado a cruzar los aceros. Richelieu se alegraria mucho de tener una oportunidad de poneros la mano encima. Ese hombre probablemente es uno de sus favoritos...
—?En tal caso, tiene muy mal gusto! Pero no te preocupes de lo que pueda hacer yo. ?Prometemelo, y basta!
—?Pero si no parais quieto! ?Como estare segura de llegar hasta vos? Ademas, pronto llegara la primavera, y con ella la reanudacion de la guerra con Espana. Regresareis al ejercito...
El rostro de Beaufort se ensombrecio de repente, y se endurecio.
—No. Sabes hasta que punto se sospecha de nosotros aqui. Mi padre sigue en el exilio. Solo mi madre, mi hermana, mi hermano y yo somos tolerados en la corte, donde la reina sigue recibiendonos amistosamente. ?Pero se nos niega el derecho a combatir por nuestro pais! —concluyo con amargura.
—?Como? ?No se os permite regresar al frente? ?Despues de vuestra hazana en Noyon?
En efecto, el otono anterior Francois, siempre tan atolondrado como valiente, se habia lanzado a caballo, solo, empunando la espada, con su cabello rubio y su camisa al viento, contra las trincheras espanolas dispuestas ante Noyon. Por supuesto, los demas le habian seguido y habian acabado por obtener la victoria. Aquella insensatez le habia valido una herida y la admiracion del rey.
—Se llego a decir incluso que Su Majestad queria nombraros capitan general de su caballeria.