a la calle y que incluia en el patio una especie de pabellon construido en la epoca de Enrique IV; en el piso principal, a uno y otro lado de la escalera central de madera bellamente tallada, se abrian una sala bastante grande, un dormitorio y un guardarropa. En el primer piso estaban el gabinete de Raguenel, atiborrado de libros, y dos habitaciones, una de ellas ocupada por Nicole. Corentin se habia instalado encima de la cuadra, en una de las alas que daban al patio, mientras que la otra estaba reservada a la cocina y sus dependencias. En la parte trasera de la casa, se extendian los modestos parterres de un pequeno jardin en torno a una bonita fuente; en los dias calidos, le daba frescor la sombra de un gran tilo que embalsamaria el aire cuando llegara el mes de junio, y que entretanto hacia las delicias de Achille, el gato de la senora Hardouin.

Fue al felino a quien primero encontraron Sylvie y Jeannette. Cruzaba el patio con paso cansino, les dirigio una mirada indiferente y fue a instalarse delante de la chimenea de la cocina con la esperanza de conseguir un adelanto de su comida. Jeannette fue detras de el para charlar con Nicole en tanto que Corentin, con una gran sonrisa en su apacible cara redonda, acompanaba a Sylvie hasta el gabinete de lectura, donde encontro a su padrino en compania de un hombre de una cincuentena de anos, vestido de burgues con un traje gris de cuello blanco vuelto, y que a su entrada volvio hacia ella un rostro estrecho y alargado por una barbita entrecana, como el bigote. Habia colocado sobre un taburete su sombrero de copa alta cenido por un cordon negro y su amplia capa, y estiraba hacia el fuego de la chimenea sus pies calzados con grandes zapatos de hebilla. Perceval y el parecian absortos en una conversacion de la que no estaba excluida la politica, porque Sylvie pesco al vuelo los nombres del duque de Orleans y del conde de Soissons, pero que su entrada corto en seco. El visitante se puso en pie y anuncio que debia despedirse.

—No tengais tanta prisa, amigo mio —protesto Raguenel—. Dejadme al menos presentaros a mi ahijada, Mademoiselle de l'Isle. Sylvie, he aqui un hombre que ha dedicado su vida al bien de los demas: Theophraste Renaudot, medico, filantropo y, desde hace unos seis anos, editor de nuestra querida Gazette —anadio, tomando de la mesa el cuadernillo de ocho hojas cuya aparicion aguardaban los parisinos con impaciencia todas las semanas—. No tiene mas que un defecto —concluyo Perceval entre risas—, ?adora al cardenal!

—No exagereis —sonrio el hombre mientras intercambiaba con Sylvie los saludos de rigor—. No lo adoro, pero le debo mucho porque fue el padre Joseph, su consejero intimo, quien me saco de mi Loudun natal y me trajo a Paris. Aqui he conseguido, gracias a el, mas o menos todo aquello por lo que suspiraba. ?Oh! Ya se — anadio mientras se envolvia en la capa— que es de buen tono, si se quiere brillar en el gran mundo, abominar de Su Eminencia, y admito que se trata de un hombre de hierro, pero espero sinceramente que llegara el dia en que se haga justicia a sus altas miras politicas. En su cabeza no hay mas que una idea: Francia, en tanto que los principes e incluso la reina estarian dispuestos a convertir el reino en una colonia espanola como Cuba, Mexico o el Peru.

—No cabe duda de que teneis razon, amigo mio, pero me gustaria que no interviniese tanto en la vida privada de otras personas... Es tarde, os acompano. Calientate junto al fuego, Sylvie. Vuelvo enseguida.

La joven se desprendio de su gran capa con capucha forrada de vero y de sus guantes de piel, y acerco un taburete para sentarse al calor de las llamas, hacia las que tendio manos y pies, helados a pesar de su proteccion.

Guando volvio al gabinete, Perceval se detuvo unos instantes en el umbral para observarla con detenimiento. Ella se dio cuenta de su presencia y se volvio:

—?Que haceis ahi en lugar de sentaros en vuestro sillon?

—Te miro. Tienes mas que nunca el aspecto de un gatito. ?Eres feliz en la corte?

—Feliz es una palabra muy grande, pero reconozco que es mas agradable de lo que me temia. La reina es buena y amable, y... la creo muy desgraciada debido al amor del rey por Mademoiselle de La Fayette. Que a su vez llora continuamente y tampoco es feliz. Por lo demas, aunque no estoy en las mejores relaciones con las doncellas de honor, por lo menos tengo una amiga.

—?Quien?

—Mademoiselle de Hautefort. Es bella, valerosa, muy insolente y leal a nuestra ama.

—Eso esta bien. Podias haber elegido peor.

—?Oh, fue ella quien me eligio! Y ahora, padrino, decidme, por favor, a que debo el placer de veros.

Perceval se echo a reir.

—?Diablos! ?Que rapidamente has captado el tono de la corte! Pero es verdad que no te he hecho venir para intercambiar madrigales —dijo, repentinamente serio, al tiempo que se sentaba junto a su ahijada y tomaba entre las suyas una de sus manos—. ?Conoces a un tal senor de La Ferriere?

—No. ?Quien es?

—Un oficial de la guardia del cardenal. Ha pedido tu mano a Madame de Vendome, que me ha rogado que te lo hiciera saber.

—?Mi mano? ?Eso significa que quiere casarse conmigo?

—No hay otra traduccion posible.

—?Y... que ha contestado la senora duquesa?

—Que te daba plena libertad de eleccion y nunca te obligaria a nada. Y que ademas, yo soy tu tutor.

—Muy bien, perfecto. No hay nada mas que hablar.

—?Oh, si! Hay que hablar, porque ese La Ferriere va a hacer toda clase de esfuerzos por gustarte, y podria llegar a conseguirlo: no tiene un aspecto desagradable, y sin duda el cardenal hara de el un partido envidiable...

—?Quereis decir que yo podria mirarle con agrado cuando lo conociera?

—Exactamente. Ahora bien, Sylvie, en ningun caso debes aceptar entregarle tu mano. Por esa razon Madame de Vendome ha querido que sea yo, y no ella misma, quien hable contigo.

—?No es un poco extrano?

—No, porque yo se con toda exactitud quien es ese personaje, y en cambio la senora duquesa no sabe mas que lo que yo le he dicho. En el actual estado de cosas, ella se ha limitado a responder que, en cualquier caso, os consideraba un poco joven para el matrimonio.

—?Y es verdad?

—En absoluto. Muchas muchachas se casan a los quince anos. La reina solo tenia catorce. Y el rey tambien, por cierto, pero volvamos a tu pretendiente. No debes permitir a ningun precio que te seduzca.

La joven dejo escapar una risita alegre.

—?Seducirme? Nadie puede seducirme. Sabeis bien que solo amo y amare siempre a Francois.

—Son cosas que se dicen cuando se tiene tu edad. Con el tiempo, se cambia.

—Yo no cambiare.

—Sin embargo, seria preferible que lo hicieras, Sylvie. Aparte de que no se casara contigo, es incapaz de ser fiel a una sola mujer. Dicen que esta enamorado de Madame de Montbazon, de Mademoiselle de Borbon- Conde, y de no se cuantas mas...

—Ninguna de ellas cuenta porque en realidad solo ama a una mujer, ?a la reina!

—?Pequena tonta! ?Haz el favor de no decir esas cosas! ?Ni siquiera aqui!

—Sin embargo, es la verdad —suspiro Sylvie triste, pero se repuso y dirigio a Perceval una mirada que volvia a ser limpida—: Volvamos a nuestro tema, ?por que no debo escuchar a ningun precio las suplicas del senor de La Ferriere? ?Y por que sois vos quien debe hacermelo saber?

—Porque... te quiero mucho, y tu, o al menos asi lo espero, tambien me quieres un poco.

Sylvie dejo su taburete y fue a sentarse a los pies de su padrino para apoyar la cabeza en sus rodillas.

—Mucho mas que eso, y sabeis bien que os escuchare siempre.

Conmovido, el acaricio los sedosos cabellos castanos.

—En ese caso, procura creerme sin obligarme a contarte nada mas.

—?Porque?

El dudo y luego dijo, sin responder a la pregunta:

—?Te acuerdas un poco de tu primera infancia? Quiero decir, antes de que Francois te llevara a la casa de su madre.

La joven cerro los ojos para concentrarse.

—Un poco si... Recuerdo una bonita casa con arboles, a una mujer joven y hermosa que era mi madre... y tambien a mi nodriza, que era la madre de Jeannette... y luego sucedio algo horrible, pero impreciso, que no

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