Aquella tarde, en el salon de la reina al que habia acudido toda la corte, Sylvie volvio a ver al cardenal y sintio una vaga angustia, pero el se contento con sonreirle sin renovar su peticion. Ella sintio alivio.
La estancia en Fontainebleau fue muy breve. Dos dias mas tarde, el rey decidio bruscamente marchar a Orleans. Luis XIII conocia bien a su hermano y sabia que el miedo lo dominaria en cuanto le viese aproximarse, sobre todo con fuerzas tan formidables. El exito fue inmediato: Monsieur cayo en brazos del rey, juro que al marchar a su villa ducal no deseaba otra cosa que encontrar un poco de reposo lejos del tumulto del Louvre y de Paris, y sobre todo aseguro que no alimentaba respecto de su real hermano ningun designio contrario a la buena armonia de la familia. Sylvie, por su parte, encontro antipatico al duque de Orleans. Era mas guapo que el rey y no carecia de cierto encanto, pero le desagradaron su boca blanda y su mirada, siempre errante arriba, abajo, a izquierda y derecha, pero sin detenerse nunca —o muy raramente— en su interlocutor. De hecho, cuando estaba junto a su hermano parecia la copia a la aguada de un grabado al aguafuerte, mas insegura y difuminada; y Sylvie comprendio mejor la exclamacion de la reina cuando, en el momento de la conspiracion de Chalais, le atribuyeron la intencion de casarse con su cunado despues de la muerte de su esposo: «Yo no ganaria nada con el cambio.»
Aquella misma noche, el rey envio a los generales de sus ejercitos y a los gobernadores de las provincias una carta en la que decia que, al haber recibido de Monsieur seguridades sobre su afecto, daba gustoso al olvido la falta que habia cometido al retirarse a sus tierras sin el permiso del rey. Una formula diplomatica para dar a entender que el duque de Orleans habia regresado a la senda del deber, y que el enemigo no debia ya esperar ninguna clase de ayuda por su parte.
Solo faltaba que cada cual volviera a su casa, y mientras Monsieur embarcaba en su galeota para descender el curso del Loira hasta Blois, la corte se separo: el rey deseaba volver tan aprisa como le fuera posible a su pequeno castillo de Versalles, y en cambio la reina decidio detenerse en Chartres para rezar a Nuestra Senora e implorar de ella el don del Delfin que no venia. Mademoiselle de La Fayette, enferma, habia obtenido permiso para volver a Paris directamente desde Fontainebleau. Queria, ademas, retirarse por breve tiempo a un convento. El permiso le fue concedido con tanta mas facilidad por el hecho de que sus ojos continuamente enrojecidos por las lagrimas y las noches de insomnio irritaban a la soberana.
Por su parte, Sylvie estaba encantada de volver a Paris, donde las oportunidades de ver a Francois eran mucho mas numerosas que al albur de los caminos. Alli leesperaba una sorpresa en la forma de una carta de su padrino, pidiendole que le hiciera una visita en cuanto lo permitiera su servicio.
En efecto, desde hacia seis meses Perceval de Raguenel no era sino escudero honorario de la duquesa de Vendome y se habia instalado en Paris, en el elegante barrio del Marais. Una herencia inesperada de un primo apenas mayor que el, soltero y sin mas familia, le habia proporcionado una considerable fortuna. El primo no amaba en el mundo otra cosa que el mar, y recorria los oceanos con una patente de corso, actividad que le proporciono pingues riquezas y una fea herida de sable. Consiguio regresar a su casa de Saint-Malo para morir alli, y lego su barco, su tripulacion y el resto de sus bienes a Perceval, con quien se habia peleado mas de una vez en su infancia y al que apenas habia visto despues, pero al que consideraba «el unico hombre decente que he encontrado en este jodido planeta».
Para Raguenel, que unicamente poseia en el mundo su salario de escudero y un caseron medio en ruinas en los alrededores de Dinan, aquello fue un regalo inesperado de la Providencia. Adquirio una libertad nueva. Rico, inteligente, culto, noble y bastante bien parecido, habria podido elegir entre cinco o seis buenos partidos, pero siguio fiel al amor de su juventud y al que habia dedicado a Sylvie, a quien consideraba ahora como su hija: queria vivir para ella, porque ella era obra suya en mayor medida que de los infortunados Chiara y Jean de Valaines, cuyos nombres, para proteccion de su hija, habian quedado sepultados en las tinieblas del olvido. El le habia ensenado todo, sintiendo un placer cada vez mas vivo al modelar a aquella nina no muy bonita pero que, al crecer, iba ganando en encanto. Era inteligente, traviesa y dulce aunque facilmente irritable, y el no habia conseguido atenuar esa irascibilidad de su caracter. Era una polvorilla, y sin duda lo seguiria siendo toda su vida. Por eso le habia causado alguna inquietud el saber que iba a convertirse en doncella de honor de la reina.
—Aun no tiene quince anos —intento explicar a los Vendome—. Es demasiado joven para vivir en la corte.
—?Tonterias! —replico el duque Cesar (la escena tuvo lugar en Chenonceau, donde se habia retinido la familia para pasar las fiestas de Navidad) —. Hay jovenes que se casan a esa edad. Madame de Guemenee solo tenia doce anos en 1604, cuando se caso con su primo. Y Charlotte de Montmorency, hoy princesa de Conde, apenas tenia catorce cuando mi padre la vio danzar en un ballet en el Louvre y se enamoro locamente de ella. Esta nina es encantadora, y gracias a vos posee todo lo necesario para hacer carrera en la corte. Estoy seguro de que no le costara nada encontrar un marido...
—?No hay bastantes gentilhombres en vuestro entorno, monsenor, para buscarle un marido sin necesidad de alejarla hasta ese punto de una casa y una familia en las que tiene depositado todo su afecto?
—A su edad, el corazon no tiene amarras. El de Mademoiselle de l'Isle tendra muchas ocasiones para descubrir motivos de interes. Por otra parte, si como decis esta tan apegada a nosotros, nos beneficiara disponer de ojos y oidos en el sequito de la reina.
Perceval era demasiado delicado para insistir. A Cesar, lo sabia, no le gustaba Sylvie, a la que reprochaba no solo su excesiva libertad de lenguaje, sino sobre todo el amor evidente que profesaba a su hijo Francois. Un hijo de Francia, aun bastardo, podia aspirar a una alianza muy superior a una muchacha de la pequena nobleza. ?No habia obtenido el mismo la mano de una princesa de Lorena poseedora de una de las mayores dotes que era posible encontrar? Ademas, le molestaban las incesantes limosnas de su mujer, que se extendian a todas las clases sociales, incluso y sobre todo a las prostitutas. Le parecia que hacia demasiadas, que habria tenido que mirar mas por el, ya que ella conservaba la inapreciable suerte de poder vivir en Paris y aparecer en la corte con sus hijos, en tanto que el se veia forzado a vivir todo el ano en el campo, aunque ese «campo» consistiera en uno de los castillos mas bellos de Francia. Habia contado cada piedra, cada adorno, y para pasar el tiempo cazaba, bebia, jugaba, o retozaba con algun jovenzuelo local mientras suspiraba por todos los hermosos narcisos de la corte, pulidos, adonizados, tanto o mas perfumados que las mujeres, cuya sociedad podian frecuentar sus hijos. Cosa que por otra parte no ocurria, porque ni Mercoeur ni Beaufort habian heredado los gustos helenicos de su padre y ambos encontraban a las mujeres infinitamente mas interesantes. Por fin la duquesa habia consentido en librarle de una de esas malditas hembras, tal vez precisamente la que mas temia porque ni sabia disimular ni se tomaba siquiera la molestia de ocultar la desconfianza que el le inspiraba.
Perceval sabia todo eso, y era una de las razones por las que habia elegido alejarse de los Vendome cuando le habia sonreido la fortuna. El odio que Cesar sentia por Richelieu le acompanaba tanto como sus efebos, pero desde luego no le bastaba. Mantenia excelentes relaciones de vecindad con Monsieur, ademas de una correspondencia discreta con los enemigos encarnizados del cardenal: el conde de Soissons, refugiado en Sedan junto al temible duque de Bouillon, y Madame de Chevreuse, exiliada como el en Turena, pero que no por ello habia disminuido su infatigable actividad conspiradora. Y Perceval temia que las tortuosas intrigas del padre fueran causa de desgracias y dolores para sus familiares. Cesar se enganaba si creia que el todopoderoso ministro vacilaria en hacer caer su cabeza si esta llegaba a resultarle demasiado molesta; el rey, que detestaba a su hermano bastardo, firmaria la sentencia de muerte con entusiasmo. Al menos, de producirse un drama, Sylvie encontraria un refugio natural junto a la persona que, con permiso de la duquesa Francoise, llamaba ahora padrino. Y precisamente pensando en ella se habia complacido en arreglar con gusto la pequena mansion que habia comprado en la Rue des Tournelles, en la vecindad inmediata de la Place Royale, centro magico de la elegancia parisina.
Vivia alli entre libros, servido por su fiel Corentin, que esperaba con paciencia que Jeannette diera el si a sus proposiciones de matrimonio, y por una vigorosa matrona de cuarenta anos, Nicole Hardouin, dotada con todas las cualidades de una buena domestica y que llevaba su casa con puno de hierro. Tambien ella contaba con un pretendiente eterno, un oficial de justicia del Chatelet, de nombre Desormeaux.
Fue por tanto a esta casa adonde se dirigio Sylvie, en compania de Jeannette, en una de las sillas de manos que se encontraban en las cercanias del Louvre y que «eran un refugio maravilloso contra los insultos del barro». La escapada encantaba a la joven. Solo habia ido en dos ocasiones a la nueva casa de Perceval, pero guardaba de ella un recuerdo afectuoso. Tal vez porque, acostumbrada desde la infancia a las grandes residencias de los Vendome —el inmenso