puedo explicar...
—?Jeannette no ha hablado contigo alguna vez de esa epoca? —pregunto Perceval inquieto. Mucho tiempo atras habia hecho jurar a la criada que no hablaria nunca del castillo de Valaines, a fin de proteger a Sylvie de una verdad que tal vez fuera preciso revelarle algun dia, pero mejor cuanto mas tarde.
—No. Dice que no se acuerda de nada... ?pero estoy segura de que miente!
—Pues bien, haz como si te estuviera diciendo la verdad y no le preguntes. Mas adelante te lo contare yo mismo, cuando lo crea oportuno. Has de saber unicamente que La Ferriere esta relacionado con esa cosa terrible que tratabas de recordar hace un instante. ?Te bastara con eso?
Ella se levanto para rodear con sus brazos el cuello de su padrino y besar su mejilla:
—?Me conformare! Y ahora, tengo que marcharme. Es hora de volver al Louvre. Podeis estar tranquilo: no hare nada que pueda disgustaros o apenaros.
Cuando Sylvie hubo partido, Raguenel reflexiono un momento y luego se sento a la mesa, corto una pluma de oca, la mojo en tinta y escribio. Despues seco el escrito con arena, lo sello y llamo a Corentin:
—Ten. Encuentra al duque de Beaufort y entregale esto. ?Tengo que verlo lo mas pronto que pueda!
Luego volvio a sentarse en su sillon y medito largo tiempo, con los ojos fijos en el fuego de la chimenea.
6
En el Palais-Cardinal
Sylvie no tardo mucho en conocer al que, por una oscura razon solo conocida por el mismo, acababa de pretenderla en matrimonio.
Aquella tarde habia fiesta en el Louvre. Sus Majestades recibian al duque de Weimar, un principe protestante. En la Gran Galeria construida antano por Catalina de Medicis en el lugar que ocupaba un lienzo de la muralla de Carlos V que unia el Louvre con su castillo de las Tullerias, los comediantes del Marais representaban
El propio rey, que, sin llegar al descuido celebre de su padre, gustaba de vestir con sencillez, brillaba como un sol, aunque sin llegar a eclipsar a los dos polos de atraccion de la velada, la reina y el cardenal de Richelieu: dos siluetas resplandecientes, ambas vestidas de purpura. No se sabia que resultaba mas impresionante, la sotana de muare escarlata sobre la que destellaba una gran cruz del Espiritu Santo en diamantes, o el vestido de brocado de Genova de Ana de Austria, que, por una vez, habia elegido los mismos colores de su enemigo a fin de no dejar que acaparara las miradas. Y lo consiguio a la perfeccion, porque al esplendor de su vestido anadia el brillo de su belleza. La banda de encaje escarchado de pequenos diamantes que encuadraba el escote profundo de su vestido dejaba admirar la blancura de su garganta, sobre la que reposaba un fabuloso collar compuesto por grandes rubies en forma de pera y un asombroso conjunto de diamantes cuadrados, regalo de boda del rey de Espana, su padre, pero que debido a su tamano no habia podido llevar mas que despues de llegada a la edad adulta. Una diadema y seis pulseras a juego completaban un atuendo de un esplendor casi barbaro y hacian de ella un idolo ante el cual parecia natural caer de rodillas. Pero algunos creyeron entender que la reina, al lucir unicamente joyas espanolas y excluir las que le habia regalado su marido, esplendidas tambien, y al hacerlo para asistir a una obra de teatro «espanola» en compania de un principe aleman, se estaba permitiendo el lujo de lanzar un desafio.
Marie de Hautefort no se dejo enganar, y tampoco Beaufort cuando acudio, vestido de tisu de oro y terciopelo castano oscuro, a saludar a su soberana.
—Estais milagrosamente bella, senora —dijo con emocion—. Al veros de tal manera adornada, quisiera caer a vuestros pies y rezar, rezar para que os dignarais conceder una mirada amable al infeliz asi prosternado.
—?Tendreis queja de la que os concedo? —respondio ella con una sonrisa que formo un nudo en el estomago de Sylvie.
Al mismo tiempo, tendio una mano cargada de anillos sobre la que el poso sus labios mientras hincaba la rodilla en tierra. La escena no paso inadvertida al rey.
—?Por que servicio, senora, recompensais tan generosamente a mi sobrino Beaufort? —dijo con un tono en el que vibraba una nota de colera. Pero su esposa no se inmuto.
—?Por un cumplido bien expresado, Sire! Eso es algo que nunca deja de tener valor a los ojos de una mujer, por mas reina que sea.
—Por mi parte me hace muy desgraciado no haber sabido encontrar, antes que el senor de Beaufort, las palabras capaces de proporcionarme semejante favor —dijo el cardenal, que se habia acercado.
—?Acaso no sabe Vuestra Eminencia que corresponde a las reinas arrodillarse delante de la Iglesia? Lo contrario no tendria ningun sentido —respondio ella con un imperceptible encogimiento de hombros que, sin embargo, no escapo a la mirada del ministro, en la que brillo una chispa peligrosa.
Pero la escaramuza no paso de ahi: los comediantes pedian respetuosamente, por medio del maestro de ceremonias, permiso para empezar. Cada cual se acomodo en su lugar ante la escena, que ocupaba todo el ancho de la galeria y se cerraba mediante un gran telon de terciopelo.
Olvidando la punzada de dolor que acababa de sentir, Sylvie se apasiono con la obra del senor Corneille. La belleza de los versos la encanto tanto como la dramatica historia de los dos amantes separados por las inflexibles leyes del honor. Mondory, el director del grupo, era un magnifico Rodrigo, y Marguerite Guerin una sublime Jimena. La mayor parte del auditorio habia visto ya
Entre las doncellas de honor reinaba una gran excitacion.
—Es tan bello que podria despertar el amor de la mujer mas fria —dijo una.
—?He creido llegar al extasis al menos una docena de veces! ?Ah! «
—?Nunca se han escuchado sentimientos mas nobles! ?Ah, podria morirme ahora! —suspiro una tercera—. ?Ved que conmovida esta nuestra reina!
—Monsieur Boileau ha escrito: «Todo Paris mira a Jimena con los ojos de Rodrigo» —dijo Marie de Hautefort, mas conmovida de lo que deseaba admitir, y que reia para ocultar su emocion—. Pero tambien podriamos decir que todas las mujeres ven a Rodrigo con los ojos de Jimena. Y vos, gatita —anadio volviendose hacia Sylvie—, ?que habeis sentido?
—?Lo mismo que vos! Es tan hermoso que en varias ocasiones me han venido las lagrimas a los ojos.
—Y bien, senoritas, parece que habeis apreciado los versos del senor Corneille —dijo una voz profunda que hizo que aquel bello coro se estremeciera y perdiera la compostura, como solia suceder a todas las personas que se encontraban de subito en presencia del cardenal. Tan solo Marie de Hautefort, sin dar muestras del menor nerviosismo, hizo frente a la situacion:
—Espero que sea asimismo la opinion de Vuestra Eminencia. ?Es bien conocida la infalibilidad de vuestro gusto en materia de arte y literatura! ?Os proponeis tal vez hacer ingresar a nuestro autor en la Academia?