—?Me habria hecho tan feliz! Pero el cardenal se opuso, porque precisamente en Noyon estuvo a punto de ser asesinado. Monsieur y nuestro primo, el conde de Soissons, a cuyo ejercito habiamos sido agregados Mercoeur y yo, planeaban apunalarlo, pero cuando el sicario se acercaba ya, Monsieur se espanto y lo denuncio. Despues de lo cual, Soissons y el se dieron a la fuga... ?y adios mi nombramiento de capitan general! Ni mi hermano ni yo estabamos al corriente de ese proyecto, pero eso no impidio que nos hicieran pagar igual que si fuesemos culpables. Se nos ha prohibido alistarnos en ninguno de los ejercitos, y el rey (?deberia decir el cardenal!) se ha opuesto al matrimonio de Mercoeur con la hija de nuestro amigo el duque de Retz.
—?En que podria disgustarle ese matrimonio?
—?Bretana, gatita, Bretana! Retz posee Belle-Isle, una importante plaza estrategica. ?El cardenal nunca permitira que se instale en ella un Vendome!
—?No es alli donde pasabais antes las vacaciones?
La mirada de Francois se extravio de subito.
—?No sabes lo que es Belle-Isle, Sylvie! No conozco un lugar mas bello, mas libre... Un pais de clima suave, defendido por un cinturon de rocas salvajes en las que rompe el mar sin conseguir nunca desgastar su granito. Los colores del oceano son mas ricos que en ningun otro lugar, y en el fondo de los valles recorridos por arroyos plateados, los arboles son los de un clima mas meridional... los mismos que hay en mi principado de Martigues. Si pudiera llevarte alli, comprenderias por que amo tanto Belle-Isle, el lugar donde puedo imaginar que soy dueno del mundo entero. Y nunca volvere...
Se repuso con una brusca sacudida de hombros, como si quisiera librarse de la ensonacion a que se habia dejado arrastrar, y tomo de nuevo la mano de su companera:
—?Ven, aprisa! Me muero de hambre, y si tardamos mucho no nos quedaran ni siquiera las sobras.
—?Un momento, por favor! Sois amigo del conde de Soissons, que ademas es vuestro primo. ?Por que no reuniros con el en Sedan?
—?E incurrir en el delito de rebelion contra el rey? ?Pactar con los espanoles a los que acabo de combatir? Deseo poner mi espada al servicio de un principe frances, no al de uno extranjero. Por eso prefiero la inaccion, ya que el rey prescinde de mi...
—Y ademas —dijo Sylvie con un asomo de severidad en su acento—, por encima de todo no teneis el menor deseo de alejaros de la reina, ?no es asi?
El no respondio, pero por su incomodidad ella comprendio que habia acertado. Sin embargo, en lugar de enfadarse con el, penso que era digno de compasion, atrapado como estaba entre los furores de un padre que sonaba con eliminar de un golpe tanto al rey como al cardenal, y su amor por la reina, que le obligaba a toda clase de miramientos con el uno y el otro.
Reemprendieron la marcha mas despacio y en silencio. Sylvie no advirtio al joven que les habia seguido desde la Galeria con la esperanza de que Beaufort encontraria a alguien y le dejaria su lugar al lado de la muchacha. Cuando llegaron a la sala del banquete, Jean d'Autancourt giro sobre los talones y se alejo...
Unos dias mas tarde, Sylvie cantaba para la reina en medio de un circulo de damas atentas cuando entro el rey sin hacerse anunciar. La cancion se apago subitamente en la garganta de la joven, que se apresuro a incorporarse para saludar a su soberano.
—?No os movais, senoras! —dijo este—. ?No os movais! Y vos, Mademoiselle de l'Isle, continuad. Precisamente de vos he venido a hablar a vuestra ama.
—?Dios mio! ?Que ha hecho para que vengais aqui con tanta urgencia, Sire? —pregunto Ana.
—Nada grave, tan solo que todavia no ha accedido al deseo del cardenal de que cante para el.
La reina fruncio el entrecejo.
—Mis doncellas de honor no estan a la disposicion del cardenal —dijo con sequedad—. Mademoiselle de l'Isle me conto su encuentro con Su Eminencia y... la suplica que el le formulo, porque no cabe hablar de una orden. Fui yo quien se nego a dejarla ir al Palais-Cardinal. ?Es demasiado joven para aventurarse asi en una casa llena de hombres!
—?La casa de un servidor de Dios? ?Correria alli mas peligros que en una iglesia? En casa del cardenal hay sobre todo clerigos.
—Hay sobre todo guardias, espias de todos los pelajes y gente poco recomendable. ?Por que no enviais alli a Mademoiselle de La Fayette, que con tanta frecuencia ha cantado para nosotros y cuya voz apreciais?
—Me da la impresion de que desde hace algun tiempo la estimais menos que antes. En cualquier caso, no es a ella a quien reclama el cardenal. Sabeis muy bien cuanto le gustan las novedades. ?No podriais darle ese placer?
—?Por que habria de hacerlo cuando su intencion constante es la de perjudicarme?
La colera empezaba a asomar en la voz de la soberana, y a poner un deje espanol en su acento. Se preparaba una escena. En ese momento Marie de Hautefort, con su habitual desenvoltura, intervino en la discusion:
—Con el permiso de Vuestras Majestades, ?puedo sugerir una solucion?
La mirada de Luis XIII, llena de dureza en el instante anterior, se suavizo al posarse en la que habia amado.
—Hablad, senora.
—Su Majestad la reina tiene razon al decir que Mademoiselle de l'Isle es demasiado joven para ir sola a la casa del cardenal. Por tanto, propongo acompanarla yo misma.
El rey se echo a reir, algo muy raro en el.
—?Vaya con la fiera guerrera! En verdad, no creo que nadie se atreva a atacar a Mademoiselle de Hautefort ni a su companera. Si esta solucion es de vuestro agrado, senora, yo la respaldo gustosamente, y anado que incluire a uno de mis guardias, el pequeno Cinq-Mars.
Al cardenal le gusta particularmente esa linda flor cortesana. La reina se vio obligada a ceder.
—En tal caso, ?por que no? Pero a condicion de que Mademoiselle de l'Isle este tambien de acuerdo. ?Que decis vos, gatita?
—Estoy a las ordenes de Vuestra Majestad —respondio Sylvie.
El incidente quedo zanjado. El rey mostro su satisfaccion con un pellizco en la mejilla de la joven y luego, siguiendo su costumbre, fue a reunirse con Mademoiselle de La Fayette en el vano de la ventana.
Al atardecer del dia siguiente, Sylvie y su companera emprendieron a pie el camino hasta el Palais- Cardinal.
Era un rectangulo noble y tranquilo, un palacio colocado sobre un dibujo de jardines flanqueados por casas antiguas a cuyos propietarios iba expropiando poco a poco Richelieu con el fin de agrandar sus parterres y setos. Sobre todo, un palacio nuevo y flamante cuyas piedras claras y grandes ventanales de cristales brillantes acentuaban la vejez del Louvre y la suciedad de sus vetustas murallas, a pesar de que se habian derribado las torres y los lienzos del ala Norte para rehacer el perimetro y las construcciones de la Cour Carree, con la consecuencia de que por ese lado el panorama estaba dominado por los escombros, los bloques de piedra y los andamios. Todo ello —el nuevo palacio y las obras en curso— incumbia a Jacques Lemercier, el arquitecto del cardenal, que desde hacia diez anos se veia absorbido por aquella inmensa obra. Habia atendido a lo mas urgente al dedicarse en primer lugar a la residencia del cardenal, pero al mismo tiempo reconstruia la Sorbona, continuaba el Val-de-Grace y levantaba la iglesia de Saint-Roch. En la actualidad era un hombre extenuado, pero Richelieu tenia razones para estar satisfecho: su palacio era una obra maestra.
, Conocedora ya del lujo de aquel lugar —habia venido dos anos antes cuando, para la inauguracion del pequeno teatro del ala oriental, Richelieu habia dado una fiesta, un gran ballet mitologico en el que tuvo lugar una suelta de pajaros en honor de la pequena Mademoiselle, la hija de Gaston d'Orleans—, Marie de Hautefort se contento con apreciar los cambios sobrevenidos despues, pero Sylvie abrio unos ojos como platos. ?Aquella mansion parecia mucho mas regia que el Louvre! Ademas de los veinticinco jardineros que, en los jardines, se atareaban en la preparacion de la llegada de la primavera, el servicio uniformado con librea roja era numeroso, y el interior del palacio fastuoso. No habia nada que no fuera de gran calidad, desde las pinturas firmadas por Rubens, Perugino, Tintoretto, Durero, Poussin y otros maestros, hasta las alfombras tejidas con hilo de oro y seda, pasando por los marmoles y los bronces antiguos, y las admirables tapicerias que narraban la historia de Lucrecia, sin olvidar los muebles de marqueteria, las estatuillas preciosas, la abundancia de cristales, lapislazulis, agatas,