– ?Que? -yo habia oido las palabras, pero me costaba entender lo que significaban.
– Senor, Shannon tiene que soltarle la mano. Ha usado todo el poder que le ha transmitido el sauce, y ahora esta compartiendo su propia energia con usted. No es bueno para ella, ni para el bebe.
Eso hizo que saltaran todas las alarmas de mi mente, pero no podia hacer que me respondiera la mano. Afortunadamente, mi padre si reacciono.
– Vamos, nena, sueltame. Yo ya estoy bien. Vamos a cuidar a mi nieta.
Se solto de mi mano y me dio unas palmaditas. Yo intente sonreir, pero no pude.
– Shannon, ?estas bien? -me pregunto Clint, mirandome con preocupacion por el espejo retrovisor.
Yo intente decir que si, que no me ocurria nada, pero solo pude soltar un resoplido.
Mi padre me toco la frente con la mano ilesa, mientras soltaba una imprecacion por el dolor que aquel movimiento le causaba en la otra mano.
– ?Que demonios le pasa? -le grito a Clint-. Esta helada. Hace un minuto estaba perfectamente.
– Ya estamos en el hospital -dijo Clint, mientras entraba con el Hummer en el callejon de Urgencias del hospital. Salio del coche y abrio la puerta para sacar a mi padre. Lo llevo hacia la entrada de Urgencias en un segundo.
– ?Ayuda a Shannon primero! -le dijo mi padre a Clint, con debilidad.
– La ayuda que ella necesita no esta entre estas paredes.
Los dos desaparecieron por las puertas de cristal electricas, y yo apoye la cabeza en el respaldo del asiento. Estaba muy bien alli sentada. Respire profundamente y me pregunte por que tenia tanta opresion en el pecho. Quiza solo tuviera que dormir un poco. Seguramente necesitaba descansar…
Capitulo 9
– ?Shannon! ?Maldita sea! ?Despierta!
El grito de panico de Clint me hizo abrir los ojos. El me saco de la parte trasera del Hummer y me llevo en brazos a traves del aparcamiento, sacudiendome con firmeza.
– ?Shannon! ?No te desmayes!
Antes de que pudiera cerrar los ojos de nuevo, me dejo sobre el suelo y me empujo para que apoyara la espalda contra un arbol. Con una de las manos me sujeto por el hombro, firmemente. Valiendose de los dientes, se quito el guante y apreto la palma de la mano contra la corteza.
– ?Por favor, ayudala! -susurro.
«?La Amada de Epona!», grito una vocecita en mi mente, joven y emocionada. Al instante, comence a sentir un cosquilleo en la espalda, que me extendio el calor por todo el cuerpo.
Cerre los ojos, no porque fuera a perder el conocimiento, sino porque estaba saboreando el regreso de las sensaciones a mi cuerpo. A los pocos minutos, abri los ojos.
– Te dije que no te agotaras -dijo el.
– Me resulta dificil distinguir cuando es suficiente -dije-. Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, ya estaba…
– ?Casi muerta? -termino el con sarcasmo.
– No, casi inconsciente.
El solto un resoplido por la nariz, algo tan parecido a lo que hacia ClanFintan que me eche a reir.
– ?De que te ries?
– De ti -respondi. Comence a ponerme en pie, y Clint me ayudo-. Estaba pensando que serias un centauro estupendo.
Me abrazo, y yo me permiti el lujo de apoyar la cabeza en su pecho.
– A mi no me gustan los caballos, mi nina.
– Los centauros no son caballos.
– Estan muy cerca de serlo.
– ClanFintan se molestaria mucho si te oyera decir eso.
– Dile que venga y que lo discuta conmigo -respondio el, y yo percibi una sonrisa en su voz.
– Quiza lo haga.
– Bueno. Aqui en Oklahoma sabemos como manejar a los caballos. Estoy seguro de que sera un poni estupendo.
Yo me eche a reir y lo empuje.
– Eres horrible.
Mire al arbol en el que me habia apoyado y vi que era un pequeno peral. No debia de tener mas de cinco anos. Asombrada, me quite ambos guantes y apoye las manos y la frente en su tronco.
– Gracias por tu ayuda, pequeno.
«?Oh, Amada! ?Ha sido un placer!», dijo su vocecita, que me reboto en la cabeza de un modo doloroso.
Yo me estremeci, pero disfrute de la intensidad exuberante e infantil del joven peral.
– Que la Diosa te bendiga y te haga alto y fuerte.
Le acaricie la corteza a modo de despedida y me parecio sentir que temblaba como un cachorrillo bajo mis manos.
– Vamos a ver a mi padre -dije.
En el mostrador de Urgencias, la enfermera nos indico donde podiamos encontrar a mi padre. Nos dirigimos hacia la habitacion numero cuatro de la zona de Observacion, y nos lo encontramos tumbado en una cama, un poco incorporado por la cintura. Tenia una via de suero puesta en el brazo izquierdo, y la mano derecha apoyada sobre una mesita elevada junto a la cama. La mano descansaba sobre una tela azul, que ya estaba tenida de sangre. Con solo mirarla, tuve que tragar saliva. Estaba abierta de modo que parecia una patata asada. Lo mire a la cara. Tenia un horrible aranazo en el lado izquierdo de la frente, y el golpe ya comenzaba a mostrar colores rojos y morados. Estaba muy palido.
Un enfermero estaba rebuscando entre algunos frascos y cajones que habia en un armario, al otro lado de la habitacion. Nos saludo amablemente con un gesto de la cabeza.
– ?Como estas, papa?
Le tome la mano sana con cuidado de no mover ninguno de los tubos.
– Bien, bien -dijo el, con algo de brusquedad-. Estos idiotas quieren darme morfina, y yo les digo que me pongo tonto con esa cosa -me explico, y despues alzo la voz para que lo oyera el enfermero-. Demonios, jugue al futbol contra Notre Dame en el ano sesenta, con un brazo roto. Les dimos una buena. Solo tienen que darme unos cuantos puntos y dejarme volver a casa.
El enfermero se dio la vuelta y fulmino a mi padre con la mirada. Tenia una terrible jeringuilla en una mano. La otra la tenia en la cintura. Su voz fue muy agradable, pero su tono decia que ya estaba cansado de las heroicidades de mi padre.
– Mire, senor, entiendo que es usted un hombre guapo y musculoso, pero sus dias de jugar al futbol con un brazo roto pasaron hace cuarenta y tantos anos -dijo, y parecia que aquella discusion llevaba desarrollandose ya un buen rato.
Mi padre abrio la boca, y yo intervine antes de que las cosas fueran a peor.
– Papa, por favor, deja que te pongan la inyeccion. Creo que no puedo verte sufrir mas -le dije. Despues me incline hacia el y anadi-: No me hagas llamar a mama Parker. Ya sabes lo que va a decir ella.
Los dos sabiamos que yo lo habia amenazado con sacar el armamento pesado, y el me miro con miedo.
– No hay por que molestarla -dijo, y me apreto la mano. Despues le gruno al enfermero-: Adelante, pongame esa maldita inyeccion. Pero solo esta vez.
– Gracias, muchas gracias -dijo el enfermero, y con una expresion de exasperacion, le puso la inyeccion a mi padre.
En aquel momento, aparecio la cirujana, la doctora Athena Mason. Era una mujer atractiva de mediana edad cuya voz y actitud infundian confianza. Tenia el cuadro de resultados de mi padre, y despues de saludarnos, examino la mano herida. Mi padre asintio, y ella me conto cual era la situacion.
– Su padre ha sufrido un dano grave en los nervios de la mano. Con la cirugia, probablemente recuperara el