percibido algo raro en ti, algo indeterminado que no entendio, y que le sorprendio.
– Supongo que tienes razon -contesto Morrigan, aunque con dudas-. No se lo que ocurrio entre nosotros, pero creo que lo mas inteligente es que lo evite en la medida de lo posible. De todos modos, ?no va a marcharse pronto? Ya ha encontrado el marmol de Myrna, y yo le he ayudado a encontrar el marmol para el banco de Caliope. No tiene ningun motivo para permanecer aqui.
– A menudo, Kai viene a las Cuevas con varios encargos, asi que no seria raro que se quedara.
– Sobre todo, si quiere vigilarme.
– Si -dijo Birkita.
– Asi que se lo pondre dificil, y entonces se marchara.
– Esperemos que no le cuente a lady Rhea nada sobre ti.
Morrigan se mordio el labio. Despues dijo:
– ?Y eso seria realmente tan espantoso? Entiendo que seria malo que todo el mundo supiera quien soy y comenzara a preguntarse si la Elegida de Epona es realmente la Elegida de Epona. Sin embargo, ?y si solo se enterara Shannon? ?Seria tan malo que averiguara que estoy aqui?
– No se lo que es perder a una hija, asi que me resulta dificil contestar a eso, pero creo que para ella seria un gran dolor descubrirte tan poco despues de la muerte de lady Myrna.
Morrigan tuvo que luchar contra el resentimiento que le produjeron las palabras de Birkita.
– Bueno, por lo menos eso significa que Kai no va a salir corriendo a contarselo.
– Vamos a resolver cosa por cosa.
– Asi que voy a evitar a Kai.
– ?Y vas a conocer mejor a Kegan?
– Hoy tengo una cita con el, para ir a ver las Salinas al atardecer.
– ?El atardecer? Casi ha llegado ya.
– Oh, vaya. He perdido la nocion del tiempo. Ayudame a prepararme, por favor. ?Y podrias pedirle a una de las Sacerdotisas que vaya a buscar a Kegan, para que puedas decirle que se reuna conmigo a la salida de la cueva?
– Por supuesto, hija.
Birkita la ayudo a elegir una preciosa tela que tenia el color violeta de los atardeceres, y la envolvio con ella hasta que, al llegar al hombro, prendio el extremo con un broche de oro. Despues le puso un cinturon dorado alrededor de su esbelta cintura. Morrigan eligio unas sandalias, tambien doradas, que se ataban a las pantorrillas con unas cintas. Cuando estuvo arreglada, Birkita le dio un beso y salio apresuradamente para que Kegan recibiera el mensaje. Morrigan se miro una vez mas al espejo y penso que, con aquel atuendo, parecia de verdad una diosa, lo cual la ayudo a calmar los nervios mientras recorria el camino hasta la salida de la cueva. Iba a salir con un tipo que era mitad caballo.
Kegan ya estaba alli cuando llego, y de nuevo, llevaba una cesta grande en las manos. Morrigan lo vio antes de que el la viera a ella, y tuvo tiempo de detenerse, respirar profundamente y pasarse los dedos entre el pelo por enesima vez. Tambien lo vio darse la vuelta al oir que ella se acercaba, y observo la mirada de apreciacion de sus preciosos ojos.
– Mi senora, vuestro acompanante os espera -dijo Kegan, con una sonrisa calida, mientras le hacia una reverencia con una floritura.
– Gracias, amable senor -respondio ella, y le devolvio la reverencia-. Eh, ?que hay en la cesta?
– Birkita me ha dicho que te has pasado el dia explorando las Cuevas, pero no me ha dicho nada de que hayas explorado las cocinas. He pensado que de nuevo, te habias quedado sin comer.
– Estas tomando la costumbre de darme de comer.
– Esa seria una costumbre mucho mas agradable que la mayoria.
– ?De veras? -pregunto Morrigan, mientras caminaban juntos para salir de la cueva-. ?Acaso tienes costumbres desagradables?
– Bueno, admito que me colaba en la cocina de mi casa por las noches. Muy a menudo. Mi madre me decia que esa costumbre me iba a causar pesadillas, pero hasta el momento no ha ocurrido.
– Creo que a mi me haria engordar -dijo Morrigan.
– Pues hoy me alegro de que no tengas la costumbre de comer por las noches. Eso haria que la siguiente parte de la velada fuera mucho menos agradable.
Ya habian salido de la cueva, y estaban a pocos metros de la abertura. Morrigan lo miro con una expresion exageradamente virginal, pudorosa y casta.
– ?Oh, Dios mio! No querras decir que piensas que me vas a ver desnuda, ?verdad? Porque te dire que tal vez yo no sea de ese tipo de chicas.
El sonrio, con una chispa de diversion en los ojos.
– Aunque la posibilidad de verte desnuda es fascinante, y admito que no ha estado lejos de mi mente durante el dia de hoy, no era eso a lo que me referia.
– ?Eh?
– El sol no se ha puesto todavia, pero no falta mucho. Si quieres que lleguemos a las Salinas antes del atardecer, tenemos que darnos pisa.
– Muy bien. Vamos.
Kegan sonrio.
– Me refiero a que debemos darnos mucha mas prisa de la que tu puedes darte con esas preciosas piernas humanas.
– Asi que necesito montar a… -Morrigan comenzo a mirar a su alrededor, en busca de un caballo. Entonces, lo entendio, y abrio unos ojos como platos-. ?Tengo que montarte a ti!
Kegan sonrio y asintio.
– A mi, si.
– Oh, vaya, entonces esta manana no estabas bromeando cuando me dijiste que serias mi acompanante y mi montura.
– No estaba bromeando.
Morrigan miro su lomo, alto, y sin silla de montar.
– Yo… no se…
Kegan, que obviamente estaba pasandolo muy bien, arqueo una ceja.
– ?Es que no sabes montar?
– Por supuesto que si.
– Bueno, no importa que no tengas experiencia. Necesito muy pocas indicaciones.
– Mira, listillo, eso no es lo que me preocupa, y soy una jinete experimentada, aunque admito que mi experiencia con los centauros es limitada.
– ?A mi?
– Pues si, limitada exclusivamente a ti.
– Exclusivamente a mi… -dijo Kegan. Se acerco a Morrigan, la tomo de la mano, y dijo-: Me gusta como suena eso, y te doy mi palabra de que sere docil contigo.
– No tengo forma de subir hasta ahi -dijo ella, senalando su espalda equina-. No llevas silla, ni nada, y no hay estribos.
Kegan se echo a reir.
– Yo puedo ayudarte a montar, no te preocupes.
Morrigan noto que se ruborizaba, muy a su pesar.
– Llevo vestido.
– Ya lo veo. Es un vestido muy bonito.
Ella suspiro.
– Gracias. Pero no llevo ropa adecuada para montar, precisamente.
– Tal vez no lleves ropa adecuada para montar a caballo, pero estas perfectamente vestida para montar a un centauro que te adora.
Morrigan noto un pequeno cosquilleo en el estomago.
– Y ese eres tu.
– Ese soy yo -repitio el-. Vamos -dijo Kegan. Abrio los brazos hacia ella, y sonrio-. A menos que tengas