Un hombre chino vestido impecablemente se presento frente a mi. Me entrego una tarjeta con reborde dorado que tenia mi nombre escrito en una letra comprimida y apresurada. Asenti y cogio mi bolsa, haciendome senas para que le siguiera. Cuando vio que yo vacilaba, me dijo:

– Todo va bien. El senor Serguei me ha enviado. Se encontrara con el en su casa.

En la calle, lejos de la brisa del rio, el calor semitropical del sol resultaba sofocante. Cientos de chinos acuclillados en las cunetas cocinaban caldos especiados o desplegaban mantas repletas de baratijas. Entre ellos, los vendedores ambulantes empujaban carretillas de arroz y lena. El sirviente me ayudo a montarme en un rickshaw y poco despues nos deslizamos por una calle llena de bicicletas, tranvias traqueteantes y relucientes automoviles estadounidenses, como Buicks y Packards. Gire la cabeza para admirar los grandiosos edificios coloniales, nunca antes habia visto una ciudad como Shanghai.

Al salir del Bund, nos encontramos en un laberinto de estrechas callejuelas desde cuyas ventanas las prendas tendidas colgaban como banderas. Ninos de cabeza rapada y ojos llorosos se asomaban con curiosidad desde oscuros umbrales. En cada esquina parecia haber un vendedor de comida friendo alguna pitanza con olor a goma, y me senti aliviada cuando el rancio ambiente dio paso al aroma del pan recien horneado. El cochecito paso bajo un arco y salio a un oasis de calles adoquinadas, farolas art deco y tiendas que exhibian toda clase de pasteles y antiguedades en sus escaparates. Entramos en una calle bordeada por hileras de arces, y nos paramos junto a un alto muro de hormigon. El muro estaba encalado de un elegante color azul, pero yo me fije en los fragmentos de cristal roto que sobresalian de la parte superior y en el alambre de puas que envolvia las ramas de los arboles que sobrepasaban el muro.

El sirviente me ayudo a bajar del rickshaw y toco una campana junto a la verja. Unos segundos mas tarde, esta se abrio de par en par y una anciana doncella china nos recibio. Su rostro palido como el de un cadaver contrastaba con su cheongsam negro. No me contesto cuando me presente en mandarin. Bajo la mirada y me condujo al interior del recinto.

El patio delantero estaba dominado por una casa de tres plantas con puertas azules y postigos de celosia. Una segunda construccion de una planta estaba conectada a la casa principal por un pasillo cubierto, y la ropa de cama colgada de los alfeizares me hizo suponer que se trataba del alojamiento de servicio. El sirviente entrego mi bolsa a la doncella y desaparecio en el interior del edificio pequeno. Segui a la mujer por el cuidado sendero, mas alla de los parterres rebosantes de rosas del color de la sangre.

El recibidor principal era espacioso, con paredes color verde mar y baldosas crema. Mis pasos resonaron en la estancia, mientras que los de la doncella no hicieron ningun ruido. El silencio de la casa desperto en mi una extrana sensacion de fugacidad, como si hubiera dejado atras el mundo de los vivos para entrar en algo que no era vida, pero tampoco muerte. Al final del recibidor, pude ver otra habitacion decorada con cortinas rojas y alfombras persas. Varios cuadros franceses y chinos colgaban de sus claras paredes. La doncella me iba a conducir al interior de esa habitacion cuando me percate de la presencia de una mujer apoyada en la escalera. Su niveo rostro estaba enmarcado por una melena negra azulada, peinada con una elegante ondulacion. Se rozo con los dedos el cuello de plumas de avestruz de su vestido y me contemplo durante un momento con ojos oscuros e impenetrables.

– Una nina muy guapa, efectivamente -le comento a la doncella en ingles-. Pero parece tan seria… ?Que demonios voy a hacer yo con esa cara larga rondando por aqui todo el dia?

Serguei Nikolaievich Kirilov no tenia nada que ver con su esposa estadounidense. Cuando Amelia Kirilova me condujo al estudio de su marido, el se puso en pie inmediatamente frente a su atestado escritorio y vino a abrazarme y a besarme en ambas mejillas. Sus andares eran macizos, como los de un oso, y era aproximadamente veinte anos mayor que su esposa, que parecia de la edad de mi madre. Su mirada lo observaba todo fijamente y, ademas de su tamano, el unico rasgo fisico que daba miedo en el eran las espesas cejas, que le conferian una expresion enfadada incluso cuando sonreia.

Habia otro hombre sentado junto al escritorio.

– Le presento a Anya Kozlova -dijo Serguei Nikolaievich-. La vecina de mi amigo de Harbin. Los sovieticos han deportado a su madre, y nosotros nos haremos cargo de ella. A cambio, ella nos ensenara los buenos modales de los antiguos aristocratas.

El otro hombre sonrio y se levanto para estrecharme la mano. Su aliento olia a tabaco rancio y su rostro estaba tenido de un tono enfermizo.

– Me llamo Alexei Igorevich Mijailov -me aclaro-, y sabe Dios lo que nosotros, los habitantes de Shanghai, podriamos hacer con un poco de buenos modales.

– Me da igual lo que te ensene, siempre que hable ingles -declaro Amelia mientras cogia un cigarrillo de una caja que estaba sobre la mesa y lo encendia.

– Si, senora, lo hablo -conteste.

Me lanzo una mirada no precisamente amigable y tiro de un cordon con borla, que se encontraba junto a la puerta.

– Muy bien -me dijo-, tendras oportunidades de sobra de exhibir tu ingles durante la cena de esta noche. Serguei ha invitado a una persona que, segun el, se entretendra mucho con una bella joven que habla ruso e ingles y que puede ensenarle buenos modales.

Una nina entro arrastrando los pies en la habitacion con la cabeza inclinada. No podia tener mas de seis anos, su piel tenia un tono caramelo y su cabello estaba recogido en un mono alto.

– Esta es Mei Lin -explico Amelia-. Cuando logra abrir la boca, solo habla chino. Pero seguramente tu tambien lo hablas, asi que es toda tuya.

La nina observaba, como hipnotizada, un punto fijo en el suelo. Serguei Nikolaievich le dio un suave empujoncito. Miro con ojos asustados y muy abiertos al gigante ruso, luego a su esbelta esposa y, finalmente, a mi.

– Descansa un poco y baja cuando estes preparada -me dijo Serguei Nikolaievich, apretandome el brazo afectuosamente, mientras me conducia hacia la puerta-. Lo siento por ti y confio en que la cena de esta noche te anime un poco. Boris me ayudo cuando lo perdi todo durante la Revolucion, y pretendo devolverle su amabilidad ayudandote a ti.

Deje que Mei Lin me llevara hasta mi habitacion, aunque hubiera preferido que me dejaran sola. Me temblaban las piernas por la fatiga y la cabeza me latia. Cada escalon era una agonia, pero los ojos de Mei Lin estaban fijos en mi con tal devocion inocente que no pude dejar de sonreir le. Me correspondio con una amplia sonrisa, mostrando todos sus dientes de leche.

Mi habitacion se encontraba en la segunda planta, con vistas al jardin. El suelo era de madera de pino oscuro y las paredes estaban cubiertas por papel dorado. Habia una antigua bola del mundo junto al ventanal y una cama con dosel en el centro de la habitacion. Me aproxime a la cama y toque el edredon de cachemira que la cubria. Tan pronto como mis dedos rozaron el tejido, senti una gran desazon. Aquella era una habitacion de mujer. En el momento en el que se llevaron a mi madre, deje de ser una nina. Me cubri el rostro con las manos y anore mi buhardilla en Harbin. Si hacia memoria, podia recordar cada una de las munecas sonrientes colgadas del techo y cada uno de los crujidos de la tarima.

Volvi la espalda a la cama y corri hacia el ventanal, haciendo girar la bola del mundo hasta que localice China. Trace una linea imaginaria entre Harbin y Moscu. «Que Dios te bendiga, mama», susurre, aunque, en realidad, no tenia ni la menor idea de adonde la llevaban.

Saque la matrioska del bolsillo y coloque en fila a las cuatro munecas hijas en el tocador. Se las llamaba munecas nido, porque representaban a una madre, un lugar en el que los ninos podian encontrar refugio. Mientras Mei Lin me preparaba un bano, deslice el collar de jade en el primer cajon.

En el interior del armario habia un vestido nuevo. Mei Lin se puso de puntillas para poder descolgarlo. Coloco el vestido de terciopelo azul sobre la cama con la seriedad de la dependienta de una tienda de alta costura y me dejo a solas para que me banara. Un rato despues, volvio con un juego de cepillos y me peino el cabello con movimientos infantiles y torpes que me aranaban el cuello y las orejas. Pero lo soporte pacientemente. Todo esto era tan nuevo para mi como para ella.

El salon comedor lucia la misma tonalidad verde mar que las paredes del recibidor, pero era aun mas

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